Joanne Harris
Chocolat
Titulo original: Chocolat
© 1998, Roser Berdague Costa, por la traduccion
Agradecimientos
Doy las gracias de todo corazon a cada uno de los que me han ayudado a hacer este libro posible: a mi familia por su apoyo, servicio de guarderia y su incondicional apoyo. A Kevin por encargarse del fastidioso papeleo, a Anouchka por prestarme a Pantoufle. Gracias tambien a mi indomable agente Serafina Clarke y a mi editora Francesca Liversidge, a Jennifer Luithlen y Elisabeth Atkins, asi como a mi casa editora, que me han hecho sentirme bienvenida. Finalmente, gracias muy particulares al companero autor Christopher Fowler por encenderme las luces.
1
11 de febrero
Martes de Carnaval
Llegamos con el viento de carnaval. Un viento calido para el mes de febrero, impregnado de los aromas grasos y calientes de tortas y salchichas fritas, de gofres espolvoreados con azucar de lustre que cuecen en una plancha a nuestro lado, junto a la acera, mientras el confeti se nos cuela por el cuello y los punos de la ropa y se arremolina junto al bordillo como un estupido antidoto del invierno. La multitud que se alinea en la estrecha Rue Principale esta presa de una febril excitacion. Asoman avidas cabezas que pugnan por vislumbrar el char cubierto de papel crespon, las serpentinas y rosetas de papel que arrastra. Anouk, con ojos como platos y con un globo amarillo en una mano y una trompeta de juguete en la otra, lo observa todo, apostada entre una cesta de la compra y un perro pardo y triston. Las dos hemos visto otros carnavales, ella y yo: una procesion de doscientas cincuenta carrozas engalanadas el ultimo Martes de Carnaval en Paris, de ciento ochenta en Nueva York, dos docenas de bandas de musica en Viena, payasos con zancos, Grosses Tetes balanceando sus cabezotas de papier-mache, deslumbrantes senoritas aporreando tambores y haciendo molinetes con los bastones. Pero el mundo, cuando se tienen seis anos, posee un brillo especial. Una carroza de madera, con una improvisada decoracion de dorados, crespones y escenas de cuentos de hadas, la cabeza de un dragon en un escudo, Rapunzel con peluca de lana, una sirena con cola de celofan, una casita de pan de jengibre hecha con alcorza y cartones dorados, sin que falte la bruja en la puerta agitando sus unas verdes y extranas en direccion a un grupo de ninos que miran en silencio… Cuando se tienen seis anos se perciben sutilezas que un ano mas tarde ya no se captan. Detras del papier-mache, de la alcorza, del plastico, todavia se ve a la bruja de verdad, la magia de verdad. Anouk levanta los ojos y me mira, con esos ojos que tienen el verde azulado de la Tierra cuando se la contempla desde muy alto, un color fulgurante.
– ?Nos quedamos? ?Nos quedaremos aqui?
Tengo que recordarle que debe hablar en frances.
– Esta bien, pero ?nos quedaremos aqui?
Se me agarra a la manga. Su cabello es algodon de azucar agitado por el viento.
Reflexiono. Un lugar como otro cualquiera. Lansquenet-surTannes, doscientas almas a lo sumo, poblacion indicada apenas en la rapida carretera que se tiende entre Toulouse y Burdeos. Parpadeas y ni la ves. La Rue Principale, una doble hilera de casas de color parduzco con muros de entramado de madera, apelotonadas como si secreteasen, unas callejas laterales que discurren paralelas, como las puas de un tenedor doblado. Una iglesia, agresivamente encalada, levantandose en una plazoleta rodeada de tiendas. Alquerias diseminadas por la tierra vigilante. Huertas, vinedos, franjas de tierra cercadas y ordenadas segun la rigida segregacion que impera en las casas de labranza: manzanas aqui, kiwis alla, melones y endibias debajo de su negra envoltura de plastico, vinas que con el debil sol de febrero parecen muertas y agostadas pero que esperan la triunfante resurreccion de marzo… Y detras de todo, el Tannes, humilde tributario del Garona, con sus dedos de agua abriendose camino entre pastos y marjales. ?Y la gente? Se parece mucho a la que ya conocemos, quiza mas palida por culpa del sol avariento, un color de piel un poco ceniciento. Los panuelos atados a la cabeza y las boinas del mismo color que el cabello que cubren: castano, negro o gris. Las caras estan arrugadas como las manzanas del verano pasado, los ojos estan hundidos en la carne marchita, igual que canicas incrustadas en pasta rancia. Algunos ninos, jirones fugaces de color rojo, verde lima y amarillo, parecen de otra raza. Mientras el char avanza pesadamente por la calle detras del vetusto tractor que lo arrastra veo a una mujer gruesa de rostro cuadrado y desazonado que se cine fuertemente al cuerpo un abrigo de lana a cuadros al tiempo que grita algo en el dialecto local, comprensible apenas. En el carro esta arrellanado un trasnochado Santa Claus entre hadas, sirenas y gnomos, que arroja caramelos a la multitud con mal refrenada agresividad. Un viejo de facciones contraidas, que en lugar de la boina que se estila en la region lleva un sombrero de fieltro, coge en brazos al perro pardo y triston que se me ha metido entre las piernas; el hombre me mira como excusandose. Veo sus dedos huesudos y delicados que manosean el pelaje del perro. El animal gimotea. En la expresion del amo se mezcla ahora la preocupacion con el afecto y el remordimiento. Nadie nos mira. Igual podriamos ser invisibles, nuestra indumentaria nos clasifica como forasteras, transeuntes. Pero ellos son educados, muy educados; nadie nos observa. La mujer, con los largos cabellos metidos dentro del cuello del abrigo naranja, la larga bufanda de seda que lleva en torno al cuello aleteando con el viento; el nino calzado con botas amarillas de lluvia, el impermeable de plastico azul celeste. Los colores los delatan. Su ropa es exotica, sus caras - ?demasiado palidas o demasiado oscuras?-, sus cabellos los delatan: son los otros, los extranjeros, los poseedores de una indefinible extraneza. Los habitantes de Lansquenet conocen ese arte de la observacion que sabe prescindir del contacto visual. Noto su mirada como un halito de viento en la nuca; curiosamente no es hostil pero si frio. Para ellos somos una curiosidad, una parte del carnaval, una vaharada que llega de tierras lejanas. Siento sus ojos clavados en nosotras cuando me vuelvo a comprar una galette al vendedor ambulante. El envoltorio de papel esta caliente e impregnado de grasa; el bollo de harina oscura tiene los bordes quebradizos pero el corazon consistente y sabroso. Desprendo un trocito y se lo doy a Anouk, le limpio la mantequilla con que se ha embadurnado la barbilla. El vendedor es calvo y rechoncho, lleva gafas de gruesos cristales; los vapores de la plancha le han puesto la cara pringosa. Guina el ojo a Anouk. Con el otro no se pierde detalle, sabe que ahora vendran las preguntas.
– ?De vacaciones, madame?
El protocolo del pueblo le da derecho a preguntar; detras de la indiferencia del comerciante descubro una autentica avidez. Se impone la curiosidad: Agen y Montauban estan tan cerca que los turistas son aqui una rareza.
– Si, de momento.
– ?Son de Paris?
Lo dira por la ropa. En esta tierra multicolor la gente tiene un tinte apagado. El color es un lujo, se destine facilmente. Las flores detonantes de las cunetas son hierbajos, una intromision, una inutilidad.