pared encalada, mientras que Narcisse, refunfunando por lo bajo contra las ultimas heladas, me ha traido de su invernadero unos geranios para que los plante en mis macetas. Me he despedido de ellos con sendas cajitas de san Valentin y con muestras de satisfaccion tan profunda como la que ellos me han manifestado a mi. Despues de esto y tras ahuyentar a unos cuantos escolares, he tenido algunos visitantes. Son cosas que ocurren cuando se abre una tienda en un pueblecito como este. Hay un codigo de conducta estricto que rige este tipo de situaciones; la gente se muestra reservada y finge indiferencia aunque por dentro se muera de curiosidad. Una senora de una cierta edad se aventura a entrar, lleva el vestido negro tradicional de las viudas de pueblo. Un hombre de tez oscura ha comprado tres cajas identicas sin preguntar siquiera que contenian. Han pasado horas sin que entrara nadie. No esperaba otra cosa, la gente necesita tiempo para adaptarse a los cambios y, pese a que he sorprendido miradas cargadas de interes dirigidas al escaparate, parece que a nadie le ha interesado entrar. Detras de la estudiada despreocupacion he notado, sin embargo, un cierto nerviosismo, comentarios a media voz, cortinas corridas con mano crispada, acopio de decision antes de entrar. Cuando han entrado por fin, lo han hecho juntas: siete u ocho mujeres, entre ellas Caroline Clairmont, la esposa del autor del cartel. Una novena, que ha llegado un poco rezagada con respecto al grupo, se ha quedado fuera con el rostro pegado al escaparate, en el que he reconocido a la mujer del abrigo escoces.

Las mujeres lo han curioseado todo, riendo por lo bajo igual que colegialas, titubeantes pero disfrutando de su travesura colectiva.

– ?Usted lo hace todo? -pregunta Cecile, propietaria de la farmacia de la Rue Principale.

– Yo tendria que renunciar a estas cosas en cuaresma -comenta Caroline, una rubia regordeta que lleva un cuello de pieles.

– No se lo dire a nadie -le prometo y despues, refiriendome a la mujer del abrigo escoces que seguia escrutando el escaparate, anado-: ?No piensan decir a su amiga que pase?

– No, no viene con nosotras -replica Joline Drou, una mujer de facciones duras que trabaja en la escuela local y que ha echado una ojeada a la mujer de rostro cuadrado que miraba el escaparate y me informa-. Es Josephine Muscat -al pronunciar el nombre, su voz deja traslucir una cierta conmiseracion-. Dudo que entre.

He visto que Josephine, como si hubiera oido sus palabras, se ruborizaba ligeramente y la cabeza se le vencia hacia adelante, inclinada sobre el abrigo escoces. Ha levantado la mano y se la ha llevado al estomago en un gesto extranamente protector. Veo que su boca, con las comisuras perpetuamente vueltas hacia abajo, se movia ligeramente como si musitase una oracion o lanzase una maldicion por lo bajo.

He servido a las senoras -una caja blanca, cinta dorada, dos cornets de papel, una rosa, un lazo rosado de San Valentin- entre exclamaciones y risas. En la calle, Josephine Muscat seguia murmurando entre dientes, balanceando el cuerpo y apretandose el estomago con gesto torpe. Despues, justo en el momento en que he terminado con la ultima clienta, ha levantado la cabeza en actitud desafiante y ha entrado. El ultimo pedido habia sido prolijo y entretenido. Madame queria algo especial, una caja redonda, cintas, flores y corazones dorados y una tarjeta de visita en blanco -cuando lo ha dicho las senoras han puesto los ojos en blanco como en extasis pero se han reido con picardia (?ji, ji, ji, ji!)- o sea que he estado a punto de no darme cuenta. Las manazas, pese a lo grandes, son muy agiles, manos toscas y rapidas enrojecidas por los trabajos domesticos. Una sigue colocada sobre el estomago, pero la otra revolotea rapida en el aire con un gesto parecido al de un pistolero al desenfundar el arma y de pronto el paquetito plateado con su rosa -cuyo precio son diez francos- ha desaparecido del estante para ir a parar al bolsillo de su abrigo.

?Buen trabajo!

He hecho como si no lo hubiera visto hasta que las mujeres han salido de la tienda con los paquetes. Asi que se ha quedado sola delante del mostrador, Josephine ha hecho como si examinase las cosas expuestas y hasta ha tocado un par de cajas con dedos cautos pero nerviosos. Cerre los ojos. Las ideas que me transmitia eran complejas, turbadoras. A traves de mis pensamientos desfila una rapida sucesion de imagenes: humo, un punado de rutilantes baratijas, unos nudillos ensangrentados. Y por detras de ellas, una inquieta contracorriente de desazon.

– Madame Muscat, ?puedo servirla en algo? -lo he dicho con voz suave y afable-. ?O solo quiere echar una ojeada?

Farfulla unas palabras inaudibles y se da la vuelta como si se dispusiera a marcharse.

– Creo que tengo una cosa que puede gustarle -meto la mano debajo del mostrador y saco un paquetito envuelto en papel de plata muy parecido al que ella me ha cogido, aunque mas grande. Esta atado con una cinta blanca que lleva cosidas unas minusculas florecillas amarillas. La mujer se ha quedado mirandome mientras su boca esbozaba un gesto de inquietud y se torcia en una mueca de panico. He empujado el paquete sobre el mostrador en direccion hacia ella.

– Invita la casa, Josephine -le digo en tono amable-. No tiene importancia. Se que es su golosina favorita.

Josephine Muscat ha dado media vuelta y ha salido precipitadamente de la tienda.

5

Sabado, 15 de febrero

Se que no es el dia que acostumbro a venir, mon pere, pero necesitaba hablar. La panaderia se abrio ayer. Pero no es una panaderia. Cuando me desperte ayer, a las seis de la manana, ya habian retirado la tela de proteccion que la cubria, estaban colocados el toldo y los postigos y levantada la persiana arrollable del escaparate. Lo que antes era un caseron corriente y mas bien destartalado, como tantos otros de por aqui, se habia convertido en una especie de tarta roja y dorada que se recortaba sobre un deslumbrante fondo blanco. En los maceteros de las ventanas hay rutilantes geranios rojos y en torno a las barandillas se retuercen guirnaldas de papel crespon. Y coronandolo todo, un letrero de madera de roble en el que aparece el nombre de la tienda trazado con letra inglesa:

La Celeste Praline

Chocolaterie Artisanale

No puedo decir otra cosa: me parece una ridiculez. Una tienda como esta podria encajar en Marsella o en Burdeos… incluso en Agen, donde el comercio turistico esta cada dia mas pujante. ?Pero en Lansquenet-sur- Tannes! ?Y nada menos ahora, al principio de la cuaresma, la epoca en que por tradicion hay que privarse de todo! Parece una perversidad y, encima, deliberada. Esta manana me he fijado en el escaparate. Hay un estante de marmol blanco, sobre el que se alinean una gran cantidad de cajas, paquetes, cucuruchos de papel de plata y de oro, rositas, campanas, flores, corazones y largas cintas rizadas y multicolores. Hay bandejas y campanas de vidrio llenas de bombones, pralines, pezones de Venus, trufas, mendiants, frutas confitadas, ramos de avellanas, conchas de chocolate, petalos de rosa confitados, violetas azucaradas… Todo protegido del sol por la persiana entrecerrada que sirve para tamizar la luz y hace que todo brille y reluzca profundamente como un tesoro oculto y recien descubierto, cueva de Aladino llena de deslumbrantes maravillas. Y en medio del escaparate, un magnifico centro: una casa de pan de jengibre con las paredes de pain d’epices recubierto de chocolate, con el detalle de sus tuberias de azucar plateado y dorado que las recorren, sus baldosas de frutos secos banados de chocolate, cada una con su fruta azucarada, sus curiosas parras de azucar y chocolate que trepan por los muros y hasta sus pajarillos de mazapan que parecen cantar en arboles de chocolate… Y tambien la bruja, recubierta de chocolate negro desde la punta del sombrero hasta el borde de la larga capa, montada a horcajadas en el palo de una escoba que en realidad es una gigantesca rama de guimauve y con esos largos y retorcidos dulces de malvavisco que se ven colgados en los puestos de golosinas los dias de carnaval… Desde la ventana de mi casa veo la suya, como un ojo que me hiciera un guino con intencion de conchabarse astutamente conmigo. Caroline Clairmont se ha saltado la promesa que hizo en cuaresma por culpa de esa tienda y de las cosas que vende. Ayer me dijo en confesion, con esa voz aninada y jadeante que le sale cuando no cumple sus promesas de enmienda:

– ?Oh, mon pere, no sabe cuanto lo siento! Pero ?que queria usted que hiciese si esa mujer es tan encantadora y tan simpatica? Quiero decirle que ni me di cuenta de lo que hacia hasta que ya fue demasiado tarde, aunque si alguien tuviera que privarse de chocolate… quiero decir que si me fijo en como se me han puesto las caderas este

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