sabor sutilmente amargo que se diluye en la lengua con sugerencias de tropicos secretos. Mi madre tambien los habria desdenado. Y en cambio, tambien esto es magia.
Desde el viernes he instalado junto al mostrador de La Praline unos cuantos taburetes parecidos a los de las barras de los bares. Son un poco como los de los establecimientos que soliamos frecuentar en Nueva York, con el asiento de cuero rojo y las patas cromadas, de un kitsch encantador. Las paredes son de color narciso intenso. La vieja butaca de color naranja de Poitou se balancea alegremente en un rincon. En la parte izquierda hay un letrero escrito a mano y coloreado por Anouk con tonalidades anaranjadas y rojas:
Chocolate caliente 5 F
Tarta de chocolate 10 F (la porcion)
Anoche coci la tarta y en la repisa espera la chocolatera con el chocolate caliente. Aguarda al primer cliente. Estoy segura de que el letrero se ve desde fuera y por eso estoy a la espera.
La misa ha empezado y ha terminado. Observo a los viandantes que caminan, morosos, bajo la llovizna helada. La puerta del establecimiento, ligeramente abierta, deja escapar un aroma caliente de horno y manjares dulces. Sorprendo algunas miradas de avidez dirigidas a la fuente de esos olores, pero seguidas en todos los casos de un chispazo disuasorio, un encogimiento de hombros, una mueca de los labios que igual podria ser una resolucion imprevista que un gesto de malhumor y a continuacion se produce el alejamiento brusco, se encogen los hombros que hacen frente al viento, como si en la puerta de la tienda hubieran visto un angel que con su espada flamigera les impidiera el paso.
Se precisa tiempo, digo para mi. Este tipo de cosas requieren tiempo.
Pero siento que me penetra una cierta impaciencia, casi un acceso de ira. ?Que le pasa a esta gente? ?Por que no entra nadie? Dan las diez de la manana, dan las once. Veo gente que entra en la panaderia de enfrente y que vuelve a salir, todos con sus barras de pan debajo del brazo. Cesa la lluvia, pero el cielo continua encapotado. Son las once y media. Los pocos que todavia deambulan por la plaza se dirigen a sus casas a preparar la comida del domingo. Un chico con un perro bordea la esquina de la iglesia, evitando con grandes precauciones el goteo de los canalones del tejado. Pasa por delante de la tienda sin dignarse apenas mirarla.
?Malditos sean! Precisamente ahora que me parecia que empezaba a salir a flote. ?Por que no entran? ?Acaso no tienen ojos, no perciben los olores? ?Que otra cosa tengo que hacer?
Anouk, sensible siempre a mis estados de animo, se me acerca y me abraza.
– Maman, no llores.
No lloro. No he llorado nunca. Los cabellos de Anouk me cosquillean la cara y siento una especie de mareo ante el miedo de perderla un dia.
– Tu no tienes la culpa. Lo hemos intentado. No hemos fallado en nada.
Tiene razon. Incluso hemos contorneado la puerta de cintas rojas y hemos colgado bolsitas de cedro y de espliego para repeler las influencias negativas. Le doy un beso en la cabeza. Me noto la cara humeda. Algo, quizas el aroma agridulce de los vapores del chocolate, me escuece en los ojos.
– Esta bien, cherie. Lo que ellos hagan no ha de afectarnos en nada. Bebamos algo y asi nos animaremos.
Nos encaramamos en los taburetes como si estuvieramos en un bar de Nueva York, cada una con su taza de chocolate, la de Anouk con creme chantilly y virutas de chocolate. Yo me tomo la mia caliente y negra, mas fuerte que un espresso. Cerramos los ojos deleitandonos en la fragancia del aroma y entonces los vemos. Van llegando: dos, tres, una docena, los rostros alegres, se sientan a nuestro lado, sus rostros duros e indiferentes se han dulcificado y lo que expresan ahora es simpatia, bienestar. Abro en seguida los ojos y veo a Anouk junto a la puerta. Por espacio de un segundo atisbo a Pantoufle subido en su hombro atusandose los bigotes. Es como si la luz detras de Anouk se hubiera hecho mas calida, diferente. Es fascinante.
Me pongo en pie de un salto.
– Por favor, no lo hagas.
Anouk me lanza una de sus miradas oscuras.
– Solo queria ayudar.
– ?Por favor!
Me mira un momento, veo tozudez en su rostro. Como humo dorado aletean hechizos entre las dos. Seria tan facil, me dice Anouk con los ojos, tan facil… como dedos invisibles que acariciasen, como inaudibles voces que incitasen a la gente a entrar.
– No podemos, no debemos… -intento explicarle.
Esto nos colocaria en el otro bando. Nos haria diferentes. Si tenemos que quedarnos, debemos procurar ser lo mas parecidas posible a ellos. Pantoufle me mira con aire expectante, la mancha borrosa de unos bigotes desdibujada entre sombras doradas. Cierro aposta los ojos para no verlo y, al volverlos a abrir, ya ha desaparecido.
– No pasa nada -digo a Anouk con firmeza-, no pasa nada. Podemos esperar.
Y finalmente, a las doce y media, entra alguien.
Anouk es la primera en verlo -«?Maman!»-, pero yo me pongo de pie al momento. Es Reynaud, que se protege con una mano para que el agua que gotea del toldo no le de en la cara y titubea un momento antes de ponerla en el pomo de la puerta. Su cara es palida y serena, pero veo algo en sus ojos… una satisfaccion furtiva. En cierto modo ya habia percibido que no se trataba de un cliente. La campana de la puerta ha sonado al entrar, pero el no se ha dirigido al mostrador sino que ha permanecido junto a la entrada mientras el viento empujaba los pliegues de su soutane hacia el interior de la tienda, como alas de un negro pajaro.
– Monsieur… -he visto que miraba con desconfianza las cintas rojas de la puerta-. ?Puedo servirle en algo? Estoy segura de que se que le gusta.
Adopto automaticamente mi faceta de vendedora, pero se que no digo la verdad. No tengo ni idea de cuales pueden ser los gustos de este hombre. Para mi es una total incognita, una sombra oscura en forma de hombre que se perfila en el aire. No detecto en el ningun punto de contacto conmigo y mi sonrisa se estrella contra el como la ola del mar contra una roca. Reynaud me dirige una aviesa mirada de desden.
– Lo dudo -habla en voz baja y afable, pero detras del tono profesional percibo desprecio. He recordado las palabras de Armande Voizin: «Parece que M’sieur le Cure ya le ha hecho una visita». ?Por que? ?Es la desconfianza instintiva de los incredulos? ?O hay algo mas? Tengo la mano debajo del mostrador y abro secretamente los dedos en direccion hacia el.
– No creia que abriese hoy la tienda.
Ahora que cree conocernos parece mas seguro de si mismo. Su sonrisa discreta y tensa es como una ostra, de un blanco lechoso en los bordes pero cortante como una navaja.
– Lo dice porque hoy es domingo, ?verdad? -adopto un aire lo mas inocente posible-. Me figure que asi aprovecharia el gentio de la salida de la iglesia.
El humilde venablo no ha dado en el blanco.
– ?El primer domingo de cuaresma? -parece divertido, aunque por detras de sus palabras asoma el desden-. Pues no entiendo por que. La gente de Lansquenet es sencilla, madame Rocher -dice-, gente devota -hace hincapie en la palabra de tratamiento en tono cortes y comedido.
– Soy mademoiselle Rocher.
La que me he apuntado ha sido una pequena victoria, aunque basto para descolocarlo. Sus ojos han saltado a Anouk, que sigue sentada frente al mostrador con el enorme tazon de chocolate en la mano. Se ha ensuciado los labios con la espuma del chocolate y noto dentro otra vez el subito alfilerazo del secreto temor, panico, terror irracional de perderla. Pero ?por culpa de quien? Me sacudo de encima la ira creciente que me ha invadido. ?Por culpa de el? ?Que lo intente!
– Si, claro -replica con voz suave-, mademoiselle Rocher. Usted perdone.
Sonrio apenas ante su actitud de desaprobacion. Hay algo en mi que persiste en halagarlo, aunque de forma perversa; mi voz, algo mas alta de lo normal, cobra un acento confiado de seguridad como para disimular el miedo que siento.
– Es muy agradable encontrar en una zona rural como esta una persona capaz de entenderla a una -le dedico una de mis sonrisas mas abiertas y luminosas-. Me refiero a que, en la ciudad donde viviamos antes, nadie nos hacia el menor caso. Pero aqui… -me esfuerzo en mostrarme contrita e impenitente a un tiempo-. Esto es una