maravilla, por supuesto, y la gente es muy agradable, muy… pintoresca. Pero, desde luego, esto no es Paris, ?verdad?
Con una sonrisa forzada, Reynaud esta de acuerdo conmigo en que, efectivamente, esto no es Paris.
– Lo que dicen de los pueblos es la pura verdad -prosigo…-. ?Todo el mundo quiere meter las narices en tus cosas! Sera, supongo, porque tienen tan poco que los distraiga… -explico amablemente-. Me refiero a que no hay mas que tres tiendas y una iglesia… -callo para soltar una risita ahogada-…pero, claro, de sobra lo sabe usted.
Reynaud asiente con aire grave.
– Quiza querra usted explicarme, senorita…
– ?Oh, llameme Vianne! -lo interrumpo.
– …por que decidio venirse a vivir aqui, a Lansquenet -el tono de voz deja traslucir un sutil desagrado, sus labios finos se parecen mas que nunca a una ostra de cerradas valvas-. Como bien dice usted, Lansquenet es bastante diferente de Paris -sus ojos revelan que la diferencia se inclina totalmente a favor de Lansquenet-. Una tienda como esta… -el elegante gesto de la mano abarca con languida indiferencia tanto el establecimiento como su contenido-. Es evidente que una tienda tan especializada como esta tendria mas exito… seria mas apropiada, en una ciudad. Estoy seguro de que en Toulouse o hasta en Agen…
Ahora se por que no hay ningun cliente que se haya atrevido a entrar esta manana. La palabra que ha dicho -«apropiada»- encierra toda la condena glacial de que es capaz la maldicion de un profeta.
Vuelvo a abrir los dedos debajo del mostrador, ahora con furia. Reynaud se da un manotazo en la nuca, como si acabara de picarlo un insecto en ese punto.
– Yo creo que las ciudades pueden prescindir de un poco de diversion -le suelto-. Todo el mundo necesita permitirse ciertos lujos, concederse algunas licencias de cuando en cuando.
Reynaud no dice palabra. Supongo que no estaba de acuerdo. Eso me ha parecido percibir.
– Yo diria que esta manana, en el sermon, ha predicado exactamente lo contrario -tengo la osadia de decirle y despues, cuando veo que sigue sin responder, continuo-: De todos modos, estoy segura de que en este pueblo hay espacio suficiente para los dos. Esto es la libre empresa, ?no le parece?
Me basta observar su expresion para ver que ha captado el desafio. Me quedo un momento sosteniendole la mirada, porque me he vuelto atrevida, odiosa. Reynaud se encoge ante mi sonrisa, como si acabara de escupirle en la cara.
– Por supuesto -dice con voz suave.
?Bah, se a que tipo de persona pertenece! Nos tropezamos con bastantes como el, mi madre y yo, en nuestra huida a traves de Europa. Esas mismas sonrisas corteses, ese mismo desden, esa misma indiferencia. La moneda que suelta la mano regordeta de una mujer en la puerta de la atestada catedral de Reims, las miradas de reprobacion lanzadas por un grupo de monjas cuando una Vianne nina salta para pescarla al vuelo, las rodillas desnudas manchadas por el polvo de la calle. Un hombre de negra vestimenta que se enzarza en malhumorada y grave conversacion con mi madre mientras ella, palida como una muerta, huye de la sombra de la iglesia apretandome la mano con tanta fuerza que me hace dano… Mas tarde me entero de que ella habia tratado de confesarse con el. ?Que debio de incitarla a hacerlo? La soledad quiza, la necesidad de hablar con alguien, de confiarse a un hombre que no fuera un amante. Alguien que supiera mirarla con ojos comprensivos. Pero ?acaso no lo vio? ?No vio su rostro, de pronto menos comprensivo, su mueca de malhumorada contrariedad? Aquello era pecado, pecado mortal… Lo que ella debia hacer era dejar a la nina en manos de buena gente. Si la queria un poco, por poco que fuese -?como se llamaba? ?Anne?-, pues si ella la queria un poco, tenia que hacer este sacrificio. No habia mas remedio. El sabia de un convento donde podrian ocuparse de ella. El lo sabia… Le cogio la mano, le oprimio los dedos. ?Acaso no queria a su hija? ?No queria salvarse? ?No queria? ?No queria?
Aquella noche mi madre lloro y me acuno en sus brazos, para aqui y para alla, para aqui y para alla.
Salimos de Reims por la manana, mas parecidas a ladronas que nunca, ella llevandome apretada en sus brazos como si yo fuera un tesoro que hubiera robado, mirando a todos lados con ojos avidos y furtivos.
Me di cuenta de que el hombre estuvo a punto de convencerla de que me abandonara. Despues fueron muchas las veces que me pregunto si estaba contenta de vivir con ella, si me gustaria tener amigos, una casa… Pero por mucho que le asegurara que era feliz con ella, por mucho que le dijera que no deseaba otra cosa, por mucho que la besara e insistiera en decirle que no me hacia falta nada, nada mas, subsistio siempre aquel poso de veneno que el hombre le habia instilado. Pasamos anos huyendo del cura, el Hombre Negro, y cuando en los naipes aparecia su rostro de forma repetida queria decir que habia llegado el momento de volver a echar a correr, el momento de huir de aquel pozo de oscuridad que el habia abierto en el corazon de mi madre.
Y hete aqui que ahora el hombre ha vuelto a aparecer, justo cuando ya me figuraba que Anouk y yo habiamos encontrado finalmente el sitio adecuado. Y esta de pie junto a la puerta como el angel que custodia la entrada.
Bien, juro que esta vez no escapare corriendo. Que haga lo que quiera. Aunque vuelva a toda la gente de este pueblo contra mi. Su rostro es tan suave y tan irremisible como cuando uno da la vuelta a una carta mala. Y se ha declarado mi enemigo -y yo el suyo- de forma tan absoluta como si nos lo hubieramos declarado en voz alta.
– ?Que bien que nos entendamos de manera tan clara! -le digo con voz fria e inequivoca.
– Lo mismo digo.
Algo en sus ojos, un brillo donde un momento antes no lo habia, me advierte de que vaya con tiento. Por sorprendente que parezca, el disfruta con esto, esta aproximacion de dos enemigos que se aprestan a la batalla. En su acorazada certidumbre no queda sitio para pensar que no vaya a salir vencedor.
Se da la vuelta dispuesto a marcharse, hace la inclinacion de cabeza justa que conviene. Ni mas ni menos. Un educado desden. El arma mortifera y envenenada de los que tienen razon.
– ?M’sieur le Cure! -se vuelve un segundo y pongo en sus manos un paquetito engalanado con cintas-. ?Para usted! Invita la casa -mi sonrisa no tolera una negativa, por lo que acepta el paquete con incomoda turbacion-. Es un placer para mi.
Frunce ligeramente el entrecejo, como si la simple idea de que aquello pueda producirme placer ya fuese para el motivo de dolor.
– La verdad es que no me gusta…
– ?Bah, tonterias! -lo digo con tono decidido y que no admite vuelta de hoja-. Le gustara. ?Me recuerdan tanto a usted!
Me ha parecido que, debajo de su imperturbable calma exterior, parece sobresaltado. De pronto desaparece con el blanco paquetito en la mano bajo la lluvia gris. Observo que no corre en busca de refugio, sino que camina con paso mesurado, no indiferente pero con ese aire de quien sabe sacar partido incluso de un contratiempo tan insignificante como este.
Me gusta pensar que va a comerse los bombones. Lo mas probable es que obsequie con ellos a alguien, pero me gusta pensar que por lo menos abrira la caja y los mirara… A buen seguro que no eludira una mirada, aunque solo sea por curiosidad.
«?Me recuerdan tanto a usted!»
Una docena de mis mejores huitres de Saint-Malo, pralines pequenos y planos tan parecidos a ostras obstinadamente cerradas.
8
Martes, 18 de febrero
Quince clientes ayer. Hoy, treinta y cuatro, Guillaume entre ellos. Ha comprado un cucurucho de florentinas y se ha tomado una taza de chocolate. Lo acompanaba Charly, obediente y acurrucado debajo de un taburete mientras Guillaume de vez en cuando le echaba un terroncito de azucar moreno, que el recogia en sus mandibulas expectantes e insaciables.
Guillaume me dice que no hay recien llegado a quien no le cueste que lo acepten en Lansquenet. Me dice que el domingo pasado el cure Reynaud hizo un sermon tan virulento sobre la abstinencia que la apertura de La Celeste Praline aquella misma manana no podia parecer otra cosa que una afrenta directa a la iglesia. Caroline Clairmont, que ha empezado otro de sus regimenes, estuvo particularmente hiriente y manifesto con voz estentorea a sus