Cinica e indiferente, se encoge de hombros. Desplaza el peso de su cuerpo de un pie al otro, como si temiera el sermon que se avecina. Intento encontrar las palabras apropiadas para explicarme, pero solo acierto a ver el rostro torturado de mi madre que me acuna mientras va murmurando en tono de orgullo: «?Que haria yo sin ti? ?Que haria?».
Hace mucho tiempo que la puse al corriente de todas estas cosas: de la hipocresia de la Iglesia, de la caza de brujas, de la persecucion de los pordioseros y de los practicantes de otras religiones. Ella lo entiende, aunque el hecho de entenderlo no es extrapolable a nuestra vida de todos los dias, a la realidad de la soledad, a la perdida de un amigo.
– No esta bien -lo dice en tono rebelde, con una hostilidad atenuada, aunque no totalmente anulada.
Tampoco habia estado bien el saqueo de Tierra Santa, ni que quemaran a Juana de Arco, ni lo que hizo la Inquisicion espanola. Pero yo sabia que esto ahora no tenia nada que ver. Anouk tenia el rostro contraido, una expresion concentrada; de haber mostrado el mas minimo signo de oposicion, se habria vuelto inmediatamente contra mi.
– Ya encontraras otros amigos.
Es una respuesta que muestra mi debilidad y mi desconcierto. Anouk me observa con desden.
– Pero yo queria este.
El tono de su voz me parece curiosamente adulto, extranamente cansado, cuando la veo apartarse de mi lado. Las lagrimas le hinchan los parpados, pero no intenta acercarse a mi en busca de consuelo. Con subita y abrumadora claridad, la veo toda de pronto: nina, adolescente, adulta, esa desconocida en que acabara por convertirse un dia, y estoy casi a punto de gritar a causa de la privacion y el terror, ni mas ni menos que si nos hubieramos intercambiado los papeles y ella fuera la persona adulta y yo la nina.
– «?Por favor! ?Que haria yo sin ti?»
Pero dejo que se vaya sin decir palabra, muriendome de ganas de retenerla, pero consciente de ese muro que se levanta entre las dos y que preserva nuestra respectiva intimidad. Los hijos nacen rebeldes, lo se. Lo unico que puedo esperar es un poco de ternura, una docilidad aparente. Pero debajo de la superficie subsiste la rebeldia, fuerte, salvaje, ajena.
Se quedo practicamente en silencio el resto de la tarde. Cuando la he acostado se nego a escuchar el cuento con el que suelo despedirme de ella y, despues de haber apagado la luz de mi cuarto, permanecio horas despierta. Desde la oscuridad de mi habitacion podia oirla moviendose de aqui para alla, hablando sola -o con Pantoufle- de vez en cuando, en furiosas explosiones entrecortadas pero musitadas en voz demasiado baja para poder oir lo que decia. Mas tarde, cuando ya estaba segura de que se habia dormido, me he deslizado a hurtadillas en su habitacion para apagarle la luz y la he encontrado acurrucada en un extremo de la cama, con un brazo totalmente extendido y la cabeza vuelta formando un angulo extrano pero tan absurdamente conmovedor que he sentido que se me desgarraba el corazon. Tenia fuertemente apretada en una mano una figura de plastilina, que le retire al tiempo que le alisaba la ropa de la cama y me disponia a guardarsela en la caja donde tiene sus juguetes. La figurilla todavia conservaba el calor de su mano y emanaba ese olor inconfundible que despiden las cosas de la escuela, la misma de los secretos dichos a media voz, de las pinturas de los carteles y periodicos, y de los amigos medio olvidados.
Una figura de unos quince centimetros de longitud, torpemente moldeada, los ojos y la boca trazados con una aguja, un hilo rojo atado en torno a la cintura y algo asi como unas ramitas o unas briznas de hierba seca hincadas en el craneo para representar el cabello castano y estropajoso… En el cuerpo del muneco de plastilina una letra incisa: una J mayuscula. Y debajo de ella, tan cerca que casi estaba superpuesta, la letra A.
He vuelto a dejar el muneco en la almohada sin hacer ruido, junto a la cabeza de Anouk, y he salido despues de apagar la luz. Poco antes de que amaneciera, se ha deslizado en mi cama como solia hacer cuando era pequena y he oido su voz que, atravesando multiples capas de sueno, murmuraba:
– Esta bien, maman, yo no te abandonare nunca.
En la oscuridad que nos envolvia, he notado su olor a sal y a jabon de bebe en su abrazo caliente y apasionado. La he acunado al tiempo que me acunaba yo tambien, dulcemente, las dos abrazadas con una sensacion tan fuerte de alivio que era casi dolor.
– Te quiero, maman, te querre siempre. No llores.
Pero yo no lloraba. No lloro nunca.
He dormido muy mal, metida en un caleidoscopio de suenos, y me he despertado de madrugada con el brazo de Anouk sobre mi cara y la sensacion urgente y aterrada de que habia que huir, de que debia coger a Anouk y salir a todo correr y sin parar. ?Como ibamos a poder vivir aqui? ?Como habiamos sido tan estupidas para creer que aqui no iba a encontrarnos? El Hombre Negro tiene muchas caras, todas implacables, duras y extranamente envidiosas. «Corre, Vianne. Corre, Anouk. Olvidad vuestros dulces suenos y salid corriendo.»
Pero no, esta vez no. Ya hemos huido demasiadas veces, Anouk y yo, mi madre y yo, ya hemos huido demasiado lejos de nosotras.
No era mas que un sueno al que intento aferrarme.
9
Miercoles, 19 de febrero
Hoy es nuestro dia de descanso. Es fiesta en la escuela y mientras Anouk juega en Les Marauds yo recogere los pedidos y trabajare en el cumulo de cosas de la semana.
Disfruto con esta actividad. La cocina tiene algo de brujeria, la eleccion de los ingredientes, el proceso de mezclarlos, rallarlos, fundirlos, hacer infusiones con ellos y perfumarlos, las recetas sacadas de libros de cocina antiguos, los utensilios tradicionales, la mano de almirez y el mortero con los que mi madre preparaba el incienso dedicados ahora a propositos mas caseros, y tanto sus especias como sus aromas librando sus sutilezas a una magia mas humilde y mas sensual. En parte es ese transito lo que me gusta, toda esta amorosa preparacion, todo ese arte y esa experiencia abocados a un placer que solo dura un momento y que unicamente unos pocos pueden apreciar plenamente. Mi madre siempre vio ese interes mio con un desden mitigado por una cierta indulgencia. La comida, para ella, no era un placer sino una tediosa necesidad que obligaba a unos deberes, un peaje que habia que pagar a cambio de nuestra libertad. Yo debia de tener diez anos, o quizas alguno mas, antes de tener ocasion de probar el sabor del verdadero chocolate. Pero la fascinacion persistio. Yo guardaba recetas en mi cabeza como quien guarda mapas. Recetas de todo tipo, paginas arrancadas de revistas abandonadas en concurridas estaciones de tren, sonsacadas a gente que encontraba en los caminos, extranas ocurrencias de fabricacion propia.
Mi madre con sus cartas y sus adivinaciones llevaba la batuta de nuestro enloquecido trayecto a traves de Europa. La comida nos anclaba a los sitios, colocaba mojones en fronteras desoladas. Paris huele a pan y a croissants recien horneados, Marsella a bullabesa y a ajo frito, Berlin a Eisbrei con Sauerkraut y Kartoffelsalat, Roma a helados, que yo comia de balde en un pequeno restaurante a orillas del rio. Mi madre no tenia tiempo para hacer caso de los mojones. Llevaba dentro de ella todos los mapas, para ella todos los sitios eran un mismo sitio. Ya entonces eramos diferentes. Si, por supuesto, ella me enseno lo que pudo. Me enseno a penetrar en el fondo de las cosas, de las personas, a leer sus pensamientos, sus deseos. Un conductor nos dejo montar en su coche y se desvio diez kilometros de su ruta para llevarnos a Lyon, los tenderos renunciaban a cobrarnos el importe de la compra, los policias hacian la vista gorda. Aunque no siempre, eso por descontado. A veces, sin que conocieramos la razon, fallaba el plan. Hay personas impenetrables, inasequibles; Francis Reynaud es una de esas personas. E incluso cuando no fallaba, una intromision inopinada podia turbarme. Todo era demasiado facil. Ahora bien, la preparacion del chocolate ya es otro cantar. Por supuesto que se necesita un cierto toque. Una levedad del tacto, una celeridad, una paciencia que mi madre no habria tenido nunca. Pero la formula sigue siendo siempre la misma. No falla. Es inofensiva. Y no me hace falta penetrar en sus corazones y tomar de ellos lo que necesito, se trata de deseos que puedo satisfacer con toda sencillez, al dictado.
Guy, mi repostero, me conoce desde hace tiempo. Trabajabamos juntos cuando nacio Anouk y me ayudo a poner en marcha mi primer negocio, una minuscula patisserie-chocolaterie en las afueras de Niza. Actualmente esta