ano pasado o esos dos anos pasados me doy cuenta de que estoy como un globo y de veras que quisiera morirme…

– Dos aves.

?Vaya con la mujer! Observo sus ojos golosos y avidos a traves de la celosia del confesionario. Finge disgusto ante mi brusquedad.

– ?Si, claro, mon pere!

– Y recuerde por que ayunamos en cuaresma. No lo hacemos por vanidad. Ni tampoco para impresionar a nuestros amigos. Ni para lucir las modas lujosas de la proxima temporada.

Me muestro brutal aposta, porque es lo que ella quiere.

– Si, soy vanidosa, ?verdad? -oigo un breve sollozo, ahogado delicadamente con la esquina de un panuelo de batista-. No soy mas que una mujer estupida y vanidosa.

– Acuerdese de Nuestro Senor, de su sacrificio, de su humildad.

Encerrado en la reclusion de la oscuridad capto su perfume, un aroma de flores demasiado intenso. Me pregunto si la tentacion sera esto. Si lo es, yo soy de piedra.

– Cuatro aves.

Es realmente desesperante. Me desasosiega el alma, me la va erosionando poco a poco de la misma manera que, con los anos, el polvo y los granos de arena que vuelan en el aire acaban por arrasar una catedral. Asi se va minando mi resolucion, mi alegria, mi fe. Lo que a mi me gustaria seria guiarlos a traves de la tribulacion, a traves de ese erial. Y en cambio, esto. Esa larga procesion de embusteros, tramposos y glotones, que se enganan lamentablemente a si mismos. La batalla del bien y el mal queda reducida al drama de una mujer gorda encandilada delante de unas golosinas de chocolate expuestas en el escaparate de una pasteleria mientras va diciendo para sus adentros, lamentablemente indecisa: «Me lo como, no me lo como». El demonio es cobarde, no da la cara. Carece de consistencia, se desmigaja en un millon de particulas que van minando la sangre a traves de tortuosos caminos y metiendose en el alma. Tanto usted como yo nacimos demasiado tarde, mon pere. El mundo recto y estricto del Antiguo Testamento me llama. En aquel entonces ya sabiamos donde estabamos. Satanas se paseaba entre nosotros en carne y hueso, tomabamos decisiones dificiles, sacrificabamos a nuestros hijos en nombre del Senor. Amabamos a Dios, pero sobre todo lo temiamos.

No vaya a figurarse que censuro a Vianne Rocher. Casi ni pienso en ella. No es mas que una de esas influencias contra las que tengo que luchar todos los dias. Pero solo pensar en aquella tienda, con su toldo carnavalesco, ese guino contra la negacion de uno mismo, contra la fe… Al volverme en la puerta para acoger a la congregacion capto un impulso que me sale de dentro. «Pruebame. Saboreame. Catame.» En un intervalo de silencio entre los versos de un himno oigo el claxon de la furgoneta de reparto que se ha parado delante. Y durante el sermon -?durante el sermon, mon pere!-, me paro a media frase porque estoy seguro de que he oido el crujido de unos envoltorios de caramelos…

Esta manana he predicado con mas severidad que de costumbre pese a que la congregacion de fieles era reducida. Manana lo pagaran. Manana, domingo, cuando esten cerradas las tiendas.

6

Sabado, 15 de febrero

Hoy la escuela ha terminado pronto. A las doce del mediodia la calle estaba desbordante de vaqueros y de indios con sus anoraks chillones y sus pantalones de sarga, todos llevando a rastras sus carteras de colegio, mientras los mayores daban furtivas caladas a ilicitos cigarrillos y al pasar miraban el escaparate, como indiferentes y de soslayo. Observo a un chico que pasa solo, muy correcto con su abrigo gris y su gorra, y con el cartable de la escuela perfectamente encajado entre sus hombros estrechos. Se queda un rato contemplando el escaparate de La Celeste Praline, pero la luz relumbra en el cristal de manera que no me permite ver la expresion de su rostro. Despues se para un grupo de cuatro ninos de la edad de Anouk y el chico sigue su camino. Dos naricillas se restriegan un momento en el cristal del escaparate, los ninos vuelven a agruparse y veo que los cuatro se hurgan los bolsillos y que juntan los recursos de que disponen. Se produce un momento de vacilacion antes de decidir quien entrara. Hago como que estoy ocupada en algo detras del mostrador.

– ?Madame?

Una carita tiznada levanta con cierta desconfianza los ojos hacia mi. Reconozco al Lobo de la cabalgata del Mardi Gras.

– ?Vaya, pareces un hombrecito de guirlache! -procuro poner cara seria, ya que la compra de golosinas es siempre un asunto muy serio-. Mira, esto esta bien de precio, vale para repartirlo, no se derrite en el bolsillo y lo puedes… -separando los brazos le indico la cosa en cuestion-… comprar por cinco francos… ?Me equivoco?

No sonrie al responder; se limita a asentir con la cabeza, somos negociantes que cierran un trato. Las monedas estan calientes y tambien un poco pegajosas. Coge el paquete con grandes miramientos.

– Lo que a mi me gusta es la casa de jengibre -dice con aire grave-. La del escaparate.

Junto a la entrada los otros tres companeros asienten con la cabeza en actitud timida, apretujandose como para infundirse animo mutuamente.

– ?Es fabulosa! -pronuncio la palabra con aire de desafio, el solo hecho de pronunciarla es como el humo del cigarrillo fumado a escondidas. Sonrio.

– ?Si, fabulosa de verdad! -admiti-. Si quieres, tu y tus amigos estais invitados cuando la retire del escaparate y asi me ayudais a comerla.

Me miro con ojos como platos.

– ?Fabuloso!

– ?Superfabuloso!

– ?Cuando?

Me encojo de hombros.

– Dire a Anouk que os avise -les digo-. Anouk es mi hija.

– Ya lo sabemos. La hemos visto. No va a la escuela -ha pronunciado la frase con envidia.

– El lunes empieza. Lastima que todavia no tenga amigos porque podria decirles que vinieran a casa y asi me echarian una mano en el escaparate.

Se oyen pies que se arrastran, hay manos pringosas que empujan y pugnan por ser las primeras.

– Nosotros podemos…

– Yo puedo.

– Yo soy Jeannot.

– Claudine.

– Lucie.

Los despido dandoles un ratoncito de azucar a cada uno y los veo alejarse por la plaza y dispersarse como semillas de diente de leon a merced del viento. Un jiron de sol se posa en sus espaldas por orden sucesivo -rojo, naranja, verde, azul- hasta que desaparecen de pronto. Veo al cura, Francis Reynaud, en la sombra del arco de Saint-Jerome, observandolos con curiosidad y, me parece, con aire de desaprobacion. Siento una momentanea sorpresa. ?A que viene la desaprobacion? Desde la visita de cortesia que nos hizo el primer dia no ha vuelto por casa, aunque a menudo he oido hablar de el a otras personas. Guillaume habla de el con respeto, Narcisse con irritacion, Caroline con esa picardia que he notado en sus palabras siempre que se refiere a un hombre de menos de cincuenta anos. Hablan de el con poca simpatia. No es de aqui, deduzco. Vino del seminario de Paris, es uno de esos que lo ha aprendido todo en los libros… no conoce esta tierra, ni sus necesidades, ni sus apetencias. Esto lo dijo Narcisse, que tiene un enfrentamiento con el cura que viene de lejos, desde que en la epoca de la siega se nego a asistir a misa. Con una chispa de humor que veo brillar detras de sus gafas redondas, Guillaume dice que es un hombre que no aguanta a los tontos, y eso es para referirse a muchos de nosotros, con nuestras costumbres estupidas y esas rutinas que no hay quien las cambie. Lo dice dando unos golpecitos carinosos a la cabeza de Charly, que le responde con un unico y solemne ladrido.

– Piensa que eso de querer a un perro es una tonteria -dice Guillaume con tristeza-. Lo piensa pero no lo dice, por educacion. Cree que no esta bien en un hombre de mi edad.

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