luego llevarse tranquilamente todo lo que quisieran. Ninguno de los ladrones a los que el conocia hubiera hecho eso. Y, si no era robo, ?que era?

Como ella no habia abierto los ojos, el se sobresalto al oir su voz:

– Mi dai da bere?

Sorprendido, se inclino hacia la cama.

– Agua.

En la mesita de noche el vio un jarro de plastico y un vaso con una paja. Lleno el vaso y le sostuvo la paja entre los labios hasta que ella hubo bebido toda el agua. Al retirarsela, vio la jaula de alambre que le ataba los maxilares. Esto explicaba su manera de hablar arrastrando las silabas. Esto y los calmantes.

Ella abrio el ojo derecho, de un azul mas intenso que la piel de alrededor.

– Gracias, comisario. -El parpado se cerro un momento, volvio a abrirse-. Extrano lugar en el que volver a vernos. -A causa de los alambres, su voz sonaba como si saliera de una radio mal sintonizada.

– Si -convino el, sonriendo ante lo absurdo de la observacion, su convencionalismo banal.

– ?Y Flavia? -pregunto ella.

– Se ha ido a casa un momento. Volvera enseguida.

Brett movio la cabeza en la almohada y el oyo el brusco jadeo. Al cabo de un momento, ella pregunto.

– ?Por que ha venido?

– He visto su nombre en el informe de delitos y he venido a ver como estaba.

Sus labios se movieron ligeramente, quiza insinuando una sonrisa, cortada por el dolor.

– No muy bien.

Se hizo un silencio que se alargo hasta que el, a pesar de su proposito de no hacer preguntas, dijo:

– ?Recuerda que ocurrio?

Ella hizo un sonido de asentimiento y empezo a explicar:

– Traian unos papeles del dottor Semenzato del museo. -El asintio, conocia el nombre y al hombre-. Les abri la puerta. Y entonces… -Su voz se apago y despues agrego-: Empezaron con esto.

– ?Le dijeron algo?

Ella cerro el parpado y tardo en contestar. El no sabia si trataba de recordar o de decidir si se lo contaba. Tanto tardaba la respuesta que el ya pensaba que ella habia vuelto a dormirse cuando, al fin, la oyo decir:

– Me dijeron que no fuera a la cita.

– ?Que cita?

– La que tenia con Semenzato. -Asi pues, no fue un intento de robo. El no dijo nada. No era el momento de insistir. Ahora no.

Con la voz mas ronca y fatigada por momentos, ella explico:

– Esta manana, en el museo. Las ceramicas de la exposicion de China. -Se hizo una pausa. Ella se esforzaba por mantener el ojo abierto-. Conocian mi relacion con Flavia. -Despues de esto, su respiracion se hizo mas lenta y profunda y el vio que habia vuelto a dormirse.

Se quedo mirandola mientras trataba de encontrar sentido a lo que ella le habia dicho. Semenzato era el director del museo del palazzo Ducal. Habia sido el museo mas famoso de Venecia hasta la reapertura del palazzo Grassi despues de su restauracion, y Semenzato, el mas importante de sus directores. Quiza aun lo era. Al fin y al cabo, el palazzo Ducal habia montado la exposicion del Tiziano, mientras que todo lo que el palazzo Grassi habia presentado durante los ultimos anos era Andy Warhol y los celtas, ambas exposiciones, eventos de la «nueva» Venecia y, por consiguiente, productos mas del bombo mediatico que de una seria preocupacion artistica.

Brunetti recordo que, unos cinco anos atras, Semenzato habia ayudado a organizar la exposicion de arte chino y que Brett Lynch habia actuado de enlace entre la administracion de la ciudad y el Gobierno chino. El habia visitado la exposicion mucho antes de conocer a Brett y aun recordaba algunas de las piezas: los soldados de terracota de tamano natural, un carro de bronce y una cota de malla decorativa construida con miles de piezas de jade engarzadas entre si. Tambien habia pinturas, pero estas le habian parecido aburridas: sauces llorones, hombres con barba y el consabido puentecito de filigrana. La estatua del soldado, no obstante, lo habia impresionado, y recordaba haberse quedado mucho rato delante de ella, contemplando la cara y leyendo en ella lealtad, valentia y honor, senales distintivas de un pueblo que durante dos milenios habia dominado medio mundo.

Brunetti habia hablado con Semenzato en varias ocasiones y le parecia un hombre inteligente y agradable, con esa patina de afabilidad que adquieren con los anos los hombres que ocupan cargos publicos. Semenzato descendia de una antigua familia veneciana y tanto el como sus varios hermanos se dedicaban a las antiguedades, al arte o al comercio en este sector.

Puesto que Brett habia concertado la exposicion, era logico que, a su regreso a Venecia, se entrevistara con Semenzato. Lo que no tenia sentido era que alguien tratara de impedir la entrevista y que para ello recurriera a medios tan brutales.

Una enfermera con un monton de sabanas y toallas entro sin llamar y pidio a Brunetti que saliera mientras banaba a la paciente y le cambiaba las sabanas. Evidentemente, la signora Petrelli se habia movido entre el personal del hospital, cuidando de hacer llegar sobrecitos, bustarelle, a manos de las personas clave. A falta de tales «atenciones», en aquel hospital no se dispensaban a los pacientes ni los servicios mas elementales y, a veces, aun con ellas, eran los familiares los que tenian que alimentar y banar al enfermo.

El salio al pasillo y se acerco a una ventana que daba al patio central, parte del primitivo monasterio del siglo XV. Al otro lado se levantaba el nuevo pabellon, construido e inaugurado a bombo y platillo: medicina nuclear, la tecnologia mas avanzada de toda Italia, los medicos mas eminentes, un nuevo concepto en la atencion sanitaria en beneficio de los ciudadanos de Venecia, que tantos impuestos pagaban, por cierto. No se habia regateado en inversion; el edificio era una maravilla arquitectonica, con unos altos porticos de marmol que daban una replica moderna a los delicados arcos del campo Santi Giovanni e Paolo por los que se accedia al edificio principal.

Se celebro la ceremonia de la inauguracion, hubo discursos, acudio la prensa, pero el edificio aun estaba sin estrenar. No tenia desagues. Ni drenajes ni responsables de su falta. ?El arquitecto habia olvidado dibujarlos en los planos, o los constructores habian olvidado instalarlos? Lo cierto era que la responsabilidad no habia recaido en nadie y que, a un edificio ya terminado, habria que anadir ahora los desagues, con un enorme gasto adicional.

La impresion de Brunetti era que se trataba de un montaje planeado desde el mismo inicio del proyecto, a fin de que el constructor consiguiera no solo el contrato para edificar el nuevo pabellon sino tambien, mas adelante, el encargo de destruir buena parte de lo hecho, a fin de instalar las olvidadas tuberias.

?Era para reir o para llorar? Despues de la inauguracion, que no inauguro nada, el edificio se dejo sin proteccion, y los vandalos habian entrado y danado parte del equipo, por lo que ahora el hospital tenia que pagar a unos guardias que patrullaban por corredores desiertos, mientras los pacientes que precisaban los tratamientos que el centro hubiera debido procurarles eran enviados a otros hospitales, puestos en lista de espera o tenian que buscar asistencia en clinicas particulares. Ya no recordaba Brunetti los miles de millones de liras que se habian gastado. Y, si querias que te cambiaran las sabanas, tenias que sobornar a las enfermeras.

Por el fondo del patio aparecio entonces Flavia Petrelli. Nadie la reconocia, pero todos los hombres la miraban. Se habia puesto un vestido color purpura de falda larga que se ondulaba al andar. Llevaba colgado de un hombro un abrigo de piel, aunque no de algo tan prosaico como el vison. Mientras la seguia con la mirada, Brunetti recordo, de una novela leida anos atras, la descripcion de la entrada de una mujer en un hotel. Estaba tan segura de la atencion que su dinero y su posicion le garantizaban, que se quitaba el abrigo de vison dejandolo caer hacia atras sin molestarse en mirar si habia algun criado preparado para sostenerlo. Flavia Petrelli no necesitaba leer estas cosas en los libros; ella estaba absolutamente segura de cual era su lugar en el mundo.

La vio entrar por uno de los porticos que conducian a las plantas superiores y observo que subia los peldanos de dos en dos, con una prisa que desentonaba tanto del vestido como del abrigo de piel.

Al cabo de unos segundos, aparecia en la escalera y, al verlo fuera de la habitacion, se le crispo la cara.

– ?Que ha ocurrido? -pregunto yendo hacia el rapidamente.

– Nada. Ha venido una enfermera.

Ella entro en la habitacion sin molestarse en llamar. Minutos despues, salia la enfermera con una brazada de ropa y una palangana de hierro esmaltado. El espero un poco, llamo a la puerta y oyo que le invitaban a

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