alguna manera decir las palabras en voz alta -palabras que habia mantenido guardadas durante tanto tiempo- le permitio sentir un alivio que no habia sentido en anos. Quiza tuvieran algo de razon los que decian que la confesion era buena para el alma.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella extendio la mano y la cerro con suavidad sobre la suya.

El bajo la vista. Los delgados dedos de ella sujetaban los suyos.

Le dio un ligero apreton y el, sin pensarlo, le devolvio el gesto.

– Usted se culpa -dijo ella quedamente.

Matthew levanto la mirada a la de ella. Sus ojos mostraban una suave comprension y una compasion que hizo que sintiera una opresion en el pecho.

– Si hubiera hecho lo que me dijeron… -su voz se desvanecio, incapaz de pronunciar las palabras que resonaban en su mente: «todavia estarian vivos».

– Lo comprendo. De veras. Se suponia que no podia hacer carreras de caballos. Si no lo hubiera sugerido… - aspiro profundamente.

– Es un dolor con el que vivo…

– … cada dia -finalizaron los dos al unisono.

Ella inclino la cabeza.

– Lamento mucho lo que ha sufrido.

– Y yo lamento lo que ha sufrido usted. -Vacilo y luego pregunto-: Alguna vez… ?tiene conversaciones con su amiga? -Nunca le habia preguntado eso a nadie, temia que pensaran que seria un firme candidato al hospital psiquiatrico Bedland.

– Con frecuencia -dijo ella, asintiendo. El movimiento hizo que se le deslizaran las gafas por la nariz y se las volvio a ajustar con la mano libre, la que no sujetaba la de el. Matthew flexiono los dedos, acomodando la palma de la mano contra la de ella, encontrando un innegable consuelo en la calidez de su piel contra la suya-. Visito la tumba de Delia con regularidad -dijo-. Le llevo flores y le cuento los ultimos acontecimientos. Algunas veces llevo un libro y le leo. ?Habla usted con sus hermanos?

– Casi todo los dias -dijo el, sintiendo que un enorme peso desaparecia de sus hombros con solo admitirlo en voz alta.

Una fugaz sonrisa atraveso su rostro, luego, como si hubiera leido sus pensamientos, ella dijo:

– Pensaba que era la unica. Es bueno saber que no me pasa solo a mi.

– Si, es bueno. -Lo mismo que estar de pie a su lado sujetando su mano. Era increiblemente bueno. Lo confundia el hecho de sentir que no estaba tan… solo.

– Ahora comprendo esa nota de tristeza en sus ojos -explico ella. La sorpresa de Matthew debio de ser evidente, porque ella anadio-: me gusta observar a la gente, es un habito nacido de mi gusto por pintar y por pasar demasiado tiempo sentada en las esquinas de las veladas.

– ?Sentada en las esquinas? ?No baila?

La tristeza ensombrecio su rostro, pero desaparecio con tanta rapidez que el se pregunto si se lo habria imaginado.

– No. Asisto solo como acompanante de mi hermana. Ademas los caballeros prefieren bailar con jovenes delicadas y elegantes.

Esto ultimo lo dijo en un tono practico y, de repente, se hizo evidente para el por que ella no bailaba.

Nadie se lo pedia.

Una imagen aparecio en su mente. La de ella en una velada, sentada sola en una esquina, observando mientras todas las demas jovenes, exquisitamente vestidas, bailaban. Y supo, sin lugar a dudas, que el habria sido uno de esos caballeros que habria bailado con una joven delicada y elegante sin mirar dos veces a la senorita Moorehouse, sencilla y con gafas. La verguenza lo invadio al tiempo que sentia algo parecido a la anoranza. Porque si bien ella no era una belleza clasica -como habia descubierto al observarla mas de cerca-, no era sencilla en absoluto.

Aclarandose la voz, el pregunto:

– ?Decia que habia observado tristeza en mis ojos?

Ella asintio con la cabeza.

– Eso y…

Su voz se desvanecio y un leve rubor le tino las mejillas.

– ?Y que?

Despues de una breve vacilacion, anadio:

– Secretos. -Luego encogio los hombros-. Pero todo el mundo guarda secretos, ?no cree?

– ?Incluyendola a usted?

– Especialmente yo, milord. -Aparecio un brillo picaro en sus ojos, y esbozo una rapida sonrisa, permitiendo que Matthew viera un breve vislumbre de sus hoyuelos-. Es evidente que soy una mujer misteriosa.

El le devolvio la sonrisa.

– Y yo, claro esta, tambien soy un hombre misterioso.

– Si, eso sospecho -dijo ella en tono ligero y el no supo decidir si ella estaba hablando en serio o no.

Sarah aparto su mano de la de el, y Matthew inmediatamente sintio la perdida de su contacto. Girandose para mirar la pintura, ella dijo:

– Su hermano era considerablemente menor que usted.

– Al reves, me llevaba diez anos. -Ella fruncio el ceno, luego lo miro y volvio a mirar al retrato, y asi dos veces mas hasta que al final clavo la mirada en el con una expresion entre confundida y asombrada-. Quiere decir que usted es… -las palabras se evaporaron y un inmenso rubor cubrio sus mejillas.

– El nino pequeno, gordito, con la cara redonda y las gafas. Si, ese soy yo. En toda la gloria de mis seis anos. El joven alto y bien parecido es mi hermano James.

– Hay un notable parecido entre usted y el. Y ninguno entre usted y el nino de seis anos.

– A eso de los dieciseis creci y me desarrolle. -Puede que el no fuera ya ese nino timido, torpe y solitario por fuera, pero por dentro… aun seguia siendo ese nino. El nino que no habia podido suplicar, reclamar o robar la atencion de su padre… hasta que James murio. E incluso asi solo habia conseguido la atencion de su padre para que un dia tras otro le recordara que la muerte de James era culpa de el. Como si no lo supiera. Como si no lo reconcomiera a cada minuto.

– La transformacion es… notable -dijo ella. Se volvio hacia el-. ?Que les ocurrio a sus gafas?

– Cuando llegue a los veinte anos, no las necesite. El doctor me dijo que en ocasiones, cuando los ninos crecen, su vista cambia. Algunas veces para mejor, otras para peor. La mia cambio para mejor.

– Es muy afortunado, milord. La mia cambio para peor.

Matthew ladeo la cabeza y la estudio durante varios segundos, como se haria con una obra de arte.

– Pero las gafas le quedan bien. Algunas veces me pongo las mias, cuando leo cosas con letra pequena.

Ella clavo los ojos en el y luego parpadeo.

– Oh, Dios mio. -Eran solo tres palabras, pero fueron dichas con el mismo tono jadeante y aspero que habia usado despues de que la besara. Los ojos de Matthew bajaron involuntariamente a la boca de Sarah, dandose cuenta de inmediato de su error cuando el deseo de besarla de nuevo lo puso duro como una piedra.

Besarla otra vez era una idea muy mala. Pero maldicion, queria hacerlo. Muchisimo. Alli, bajo la luz del sol, donde podria verla, donde podria observar cada una de sus reacciones. Sin embargo, antes de que pudiera inclinarse sobre ella, sono un golpe en la puerta. Maldiciendo mentalmente la interrupcion, exclamo:

– Adelante.

Tildon entro y anuncio.

– El te esta servido en la terraza, milord.

Tras dar las gracias al mayordomo, que cerro las puertas en silencio, Matthew aspiro profundamente antes de devolver la atencion a la senorita Moorehouse. Su sentido comun le decia lo afortunado que era de que Tildon hubiera golpeado la puerta en ese momento, si no, lo mas probable era que la hubiera besado otra vez. Maldita sea, ?a quien intentaba enganar? La habria besado de nuevo y punto.

Lo que se suponia que no debia estar haciendo con ella. No, deberia estar hablando, averiguando que secretos sabia y decidir si lo podia ayudar en su busqueda. No necesitaba saber lo bien que besaba. Eso ya lo sabia. Y lo hacia bien.

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