Y eso, por desgracia, se habia convertido en una tarea infranqueable.
Se paso la mano por el pelo y se pregunto que diablos le pasaba. Deberia sentirse en la cima del mundo. El agente inmobiliario le habia informado de que alguien estaba muy interesado en su casa. Y en la ciudad le esperaba un trabajo estupendo.
Solo estaba… nervioso. No era mas que eso. En cuanto se asentara en Boston, estaria bien. Perfectamente bien.
Sintiendose mejor, llamo al timbre. M.C. y G. iniciaron un coro frenetico de ladridos y el sonrio ante la conmocion. Segundos despues la puerta se abria y Carlie aparecia agitada y sonriente, tratando sin exito de contener a los perros. Su corazon realizo la ya habitual cabriola cada vez que la veia.
Llevaba puesto un vestido rojo incendio que le cenia las curvas de un modo que disparaba todas las alarmas. Con el escote alto y las mangas largas, no mostraba nada de piel, pero tal como resaltaba su figura, se ganaba el titulo de Vestido Mas Sexy Que Jamas Habia Visto. Unas sandalias con tiras hacian que sus piernas tonificadas parecieran interminables. El recuerdo de esas piernas enroscadas en torno a el, instandolo a penetrar mas en su cuerpo, le dejo una estela de calor por el cuerpo.
Sin decir nada, ella le rodeo el cuello con los brazos, se pego a el y le dio un beso. Cuando al fin levanto la cabeza, tenia las gafas empanadas, lo que no le sorprendio. Despues de quitarselas, la miro a esos ojos maravillosos.
– Me ha encantado el recibimiento -sonrio.
Ella movio las cejas de forma exagerada.
– Aguarda a ver lo que he planeado para despues.
«Despues… cuando se despidieran». Daniel le dio un beso rapido en la frente y se obligo a sonreir.
– Estoy impaciente -la solto, dio un paso atras y le mostro el ramo-. Para ti. Feliz dia de San Valentin.
Ella acepto las flores y las olio.
– Son preciosas. Gracias.
– De nada. Y hablando de preciosa… -bajo los dedos por las mangas del vestido-. Tienes un aspecto increible.
Ella observo su traje gris marengo, la camisa blanca y la corbata roja de seda.
– Iba a decir lo mismo de ti. Pasa. Pondre las flores en agua y luego podremos marcharnos -dio la vuelta y cruzo el umbral.
– Eso suena… -callo. El vestido, que le habia cubierto por completo la parte frontal, le dejaba toda la espalda, desde el cuello hasta las caderas, completamente desnuda.
– ?Suena que? -pregunto por encima del hombro mientras iba a la cocina.
– Eh… estupendo. Con la vista clavada en esa magnifica piel desnuda, entro en la casa, cerro la puerta y la siguio a la cocina. M.G. y G. corrieron por delante de el hacia sus cuencos con comida-. Es todo un vestido. Aunque creo que esta al reves -le mordisqueo con delicadeza el lobulo de la oreja.
Ella rio y ladeo la cabeza para ofrecerle mejor acceso.
– Eso si que causaria un revuelo en el restaurante.
– Carino, estas causando un revuelo tan grande aqui mismo, que quiza no lleguemos al restaurante -para confirmar sus palabras, le pego la ereccion contra los gluteos, y gimio cuando ella se contoneo-. ?Llevas algo debajo del vestido? -paso las manos por la tela sedosa.
– Mmm… ?quieres decir ademas de la piel?
– Si.
Giro y con ojos llenos de picardia, le metio las manos por debajo de la chaqueta para acariciarle la espalda.
– Si te lo dijera, arruinaria tu sorpresa de San Valentin.
– Lo unico que me sorprenderia es si lograras salir de la cocina sin que lo averiguara.
– Comprendo -llevo las manos a su espalda y recogio un paquete envuelto en brillante papel rojo-. Entonces supongo que esto no te sorprendera mucho.
El enarco las cejas.
– ?Que es?
– Un regalo para ti. Feliz San Valentin.
Daniel acepto la caja rectangular.
– ?Eres maga? ?De donde ha salido?
– Estuvo en la encimera en todo momento.
– Ah. Eso lo explica. Yo me encontraba muy distraido -se situo junto a ella y apoyo las caderas en el mostrador-. ?Deberia abrirlo?
Ella alzo la vista al techo y suspiro de forma exagerada.
– Es evidente que desconoces lo que es un regalo.
El sonrio.
– De acuerdo, ha sido una pregunta boba -centro su atencion en el regalo, le quito el envoltorio y se encontro con un libro de tapa dura con una cubierta que se parecia mucho a una barra de chocolate. Paso los dedos por las letras en relieve y leyo-:
– Lo compre en Dulce Pecado -explico Carlie-. Tiene toneladas de magnificas fotos y Ellie Fairbanks afirma que proporciona una historia interesante sobre la fabricacion de confituras. Es una especie de regalo dual, tanto para San Valentin como de despedida. Algo por lo que me recuerdes.
Sus palabras le produjeron un peculiar nudo en la garganta. Como si existiera la posibilidad de que pudiera olvidarla.
– Gracias. Es estupendo.
– Como con cualquier chocolate, no puedo resistirme. Ademas -anadio, dandole en la cadera con la suya-, creo que hemos demostrado que el titulo no acierta. Al menos algunas veces.
Se volvio para mirarla. Queria sonreir, mantener el momento ligero, pero en cuanto los ojos se encontraron, la diversion se esfumo.
– De hecho, y en lo que a mi concierne, todas las veces hemos demostrado que no acierta -dejo el libro en la encimera, la tomo en brazos y le dio un beso suave-. Gracias.
– De nada -cuando fue a besarla otra vez, Carlie se echo para atras y apoyo un dedo en sus labios-. Oh, no. Tienes esa mirada. La conozco.
– Apuesto que si. Tu la provocas. Tu y… -le recorrio las caderas- este vestido.
– Bien. Me alegro, ya que esa era la intencion -apoyo las manos en su torso y le dedico una mirada severa-. Pero este vestido se queda puesto hasta despues de la cena -el gimio-. Hasta que estemos de vuelta dentro de casa.
Daniel volvio a gemir.
– Me estas matando. En serio. Puede que para entonces este muerto.
– No te preocupes -lo miro intensamente-. Yo te revivire.
Capitulo Ocho
Durante la elegante cena, en el restaurante de cinco tenedores, del Delaford, Carlie sintio como si la hubieran dividido en dos. Una parte disfrutaba de la fabulosa comida de siete platos, de la atmosfera romantica, del delicioso champan y de la estimulante conversacion con Daniel; pero otra parte de ella se encontraba consumida por la incesante cuenta atras interior mientras su cerebro repetia: «Se va manana. Es nuestra ultima noche juntos».
Una y otra vez las palabras reverberaron en su mente, un mantra obsesivo que se mofaba de ella con el conocimiento de que, cada momento de esa noche magica, no se repetiria.
Cuando dejaron el restaurante, sentia un peso en su pecho y un silencio pesado crecio entre ellos en el trayecto de regreso. Cuando Daniel aparco, el tic tac del reloj y los ecos del mantra en su cabeza habian alcanzado proporciones epicas.
En cuanto apago el motor, quedaron sumidos en una oscuridad intima. Antes de que el pudiera moverse, lo