despues de leer el periodico anunciando la apertura y la desconcertante promocion de San Valentin, habia sido incapaz de resistir la tentacion. Podia resistir muchas cosas, pero entre ellas no figuraba el chocolate. Ni la posibilidad de ganar una fabulosa cena de San Valentin en el restaurante de cinco estrellas del Delaford, el Winery.
«Piensa en la enorme matricula que tendras que pagar y en los libros de texto tan caros que vas a necesitar», le aconsejo una voz interior.
Como si pudiera olvidarlo. Aun le faltaba un ano para sacar el diploma en terapia ocupacional, y eso, sumado a la carga anadida de pagar toda la renta de la casa, despues de que su amiga Missy se hubiera fugado con un chico dos dias antes de que tuvieran que mudarse, hacia que el dinero escaseara. Desde luego, era mas escaso de lo que habia imaginado en su vida al llegar a los veintiocho anos.
No obstante, no iba a dejar que nada la apartara de lograr el diploma y luego asegurarse el trabajo con el que habia sonado, en el que podria ayudar a personas que se enfrentaban a desafios de ayudarse a si mismas. Como su abuelo, cuyo ataque al corazon diez anos atras la habia encauzado en el curso que habia elegido para si misma. Y cuya recuperacion continuaba inspirandola hasta el presente.
Una de las cosas que habia sufrido un recorte drastico habia sido permitirse chocolates de gourmet. La decision habia sido buena para su cuenta corriente, pero tragica para sus papilas gustativas.
Pero despues de dos meses de negarselos, de sobrevivir con chocolates de supermercado, se merecia un pequeno capricho. Clavo la vista en la exposicion de trufas importadas y sintio que la boca se le hacia agua. Algo procedente de Belgica seria tan fabuloso…
Junto las manos, cerro los ojos y disfruto otra vez de ese maravilloso aroma, vagamente consciente de que la puerta se abria y cerraba a su espalda, y luego de unos pasos que se acercaban.
– Vaya, si que huele bien aqui.
Abrio los ojos, ya que al instante reconocio la voz profunda y ronca procedente a su espalda y giro en redondo. A menos de un brazo de distancia se hallaba Daniel Montgomery, su atractivo vecino. Se le veia maravilloso con una camisa azul de franela, que resaltaba de manera peculiar los ojos almendrados enmarcados en las gafas de montura negra que solia llevar, sumado a esos vaqueros que hacian cosas aun mas espectaculares con todo lo demas. El mismo vecino al que nada mas ver, la primera vez, le habia alterado el pulso y que siempre la dejaba muda. Y que de no ser por los agujeros que le hacian en el patio M.C. y G., ni siquiera sabria que existia. Ademas, eso poco importaba, ya que tenia novia. Habian estado compartiendo un beso en el porche el dia que ella habia llegado a la casa nueva. Sin mencionar que iba a marcharse de la ciudad.
El corazon le dio un vuelco al darse cuenta de que la miraba con cierta admiracion y mucho interes. Parpadeo y se dijo que sin duda la luz del sol le habia nublado la vista. Volvio a parpadear y la invadio una ridicula decepcion. No cabia duda de que habia sido el sol, porque no tenia una mirada de admiracion, sino de confusion. Como si no la hubiera visto nunca.
Su expresion aturdida la insto a decir:
– Hola, Daniel. Soy, mmm, yo, Carlie -se maldijo por no saber como hablar con el.
El parecio salir del estado de estupor en el que hubiera podido caer, probablemente por una sobrecarga sensorial de chocolate, y asintio.
– Lo se. Hola, Carlie.
El modo en que pronuncio su nombre, con esa voz ronca, le subio la temperatura unos pocos grados. El gesto de asentimiento habia hecho que las gafas descendieran y que con gesto dominado el volviera a subirselas, haciendo que Carlie apretara los labios para suprimir el suspiro femenino que quiso escapar de sus labios. No habia ninguna explicacion logica para que le excitaran esas gafas, pero por alguna razon desconcertante, las encontraba increiblemente eroticas. Una mirada a Daniel y solo era capaz de pensar en darle un beso que le nublaria para siempre los cristales de las gafas.
Lo cual resultaba inexplicable, porque Daniel Montgomery no era su tipo. Le gustaban deportistas, y asi como parecia que el se encontraba en buena forma, tenia «fanatico de los ordenadores» escrito en la cara. Por lo que podia ver, pasaba casi todo el tiempo en la casa, sin duda delante de un ordenador, ya que en una ocasion habia mencionado ser autonomo y desarrollar un trabajo informatico. Extranamente, nada de eso la habia frenado de sentir esa loca atraccion por el. Quiza padecia algun raro desequilibrio hormonal.
Se dijo que lo mejor que podia hacer era enterarse del certamen de Dulce Pecado en vez de mirar fijamente a Daniel. Por desgracia, era mas facil decirlo que hacerlo. Y tambien el podria dejar de mirarla de esa forma tan intensa y entablar una conversacion social.
El carraspeo.
– ?Como… estan M.C. y G.?
– ?Te refieres a mis perros? -contuvo otro gemido y apenas logro evitar darse en la frente con la palma de la mano. «?Que respuesta brillante!». Aunque la culpa era de Daniel por hacerle esas preguntas tan complicadas despues de aturdirla con su inesperada presencia.
El sonrio.
– Bueno, ?que te parece si empezamos por ellos y luego pasamos a todos los otros M.C. y G. que conocemos?
Ese esbozo de sonrisa atrajo su mirada a la boca de el. Una boca increiblemente tentadora y hermosa. Los labios bien formados de algun modo lograban parecer suaves y firmes al mismo tiempo. Como algo creado tanto por los angeles como por el diablo con el fin de comprobar si era posible alcanzar un ideal celestial y perverso… con un exito espectacular. Como el chocolate, esa boca parecia llamarla con la misma letania seductora: «Pruebame, pruebame».
Lo miro a los ojos y se humedecio los labios en un esfuerzo por hacerlos funcionar, ya que parecian haber olvidado como formar palabras.
– Los cachorros… estan, eh, bien. Estupendos. A buen resguardo dentro de mi casa.
El se seco la frente con gesto exagerado.
– Vaya. Mi patio te lo va a agradecer.
Entonces esbozo una sonrisa ladeada que a pesar de no ser simetrica, resulto absolutamente… perfecta. Una sonrisa que le formo unos hoyuelos en las mejillas que tanto sus dedos como sus labios anhelaron explorar.
Todo lo femenino que tenia en ella se puso firme.
– ?Que te trae a Dulce Pecado? -pregunto el.
Ella se acerco un poco mas para susurrarle con tono de conspiracion:
– Me temo que tengo debilidad por el chocolate -se echo para atras y le costo no hacer un comentario admirativo sobre lo bien que olia. Limpio. Fresco. Masculino. Delicioso.
– Una debilidad por el chocolate, ?eh? ?No la tenemos todos?
Ella rio.
– ?Tu tambien?
– Me temo que si -en su mirada ardio algo hambriento-. Entre otras cosas.
De no considerarlo imposible, diria que su vecino sexy, cuya sonrisa casi le detenia el corazon, estaba coqueteando con ella. Al instante descarto ese pensamiento. Lo ultimo que necesitaba eran unas fantasias inducidas por Daniel desbocadas por su mente.
Se encontro con su mirada y apreto los labios para no soltar algo que la hiciera morir de verguenza.
El silencio crecio entre ellos durante unos largos segundos, mientras Carlie maldecia el efecto que ese hombre surtia sobre ella. Nadie la habia dejado jamas en ese estado de impotencia verbal. Cuando una suave voz femenina dijo a su espalda «buenos dias», agradecida aparto la vista de Daniel y giro, sintiendo que acababan de salvarla de morir ahogada.
– Bienvenidos a Dulce Pecado -saludo la mujer, mientras su calida mirada marron los evaluaba con curiosidad-. Me llamo Ellie Fairbanks, propietaria del local, y me encanta que hayan venido para la inauguracion. ?Puedo ayudarlos?
Carlie le sonrio.
– Quiero dos de todo -dijo.
La risa melodica de Ellie se combino con el sonido grave de la de Daniel.
– ?Buscan algo para San Valentin? -pregunto Ellie, despues de las breves presentaciones-. ?Algo especial para alguien especial? -de nuevo la miro a ella y luego a Daniel-. ?Quiza algo especial para su pareja?
El rubor invadio las mejillas el Carlie.