rayo, palpitando como fuego en cada nervio. Una serie de jadeos bajos, guturales y aterciopelados flotaron hasta el, llamandolo como el canto de una sirena. Incapaz de resistir la tentacion, solto la pala y fue hacia el sonido sexy y excitado que hacia que todo lo masculino en el se pusiera en estado de alerta.
Incapaz de detenerse, a pesar de las advertencias de su conciencia, la valla aparecio ante el, sumida en sombras profundas del inminente crepusculo. Respiro hondo y dio los dos ultimos pasos. Luego miro por encima de la parte superior.
Y la vio.
Estaba tendida en una tumbona a rayas azules y blancas, el pelo abierto como un abanico en torno a sus hombros, los brazos alzados sobre su cabeza. Vestida con la misma ropa que habia llevado antes, se estiro sinuosamente mientras otro jadeo entrecortado escapaba de sus labios… labios plenos que luego lamio despacio de un modo que parecio abrir una valvula en el cuello de Daniel, drenandole el cerebro de toda sangre para redirigirla hacia la entrepierna.
Se puso de lado, postura que resalto sus fabulosas curvas, y examino el contenido de una pequena caja sobre la pequena mesa de resina que tenia al lado. Despues de darle un mordisco a lo que fuera que seleccionara del interior de la caja, volvio a echarse de espaldas, cerro los ojos y los sonidos eroticos y roncos de placer se reanudaron.
– Ohhhhhh… es tan bueno… taaaaaannn bueno…
El dirigio la vista otra vez a la caja plateada y la reconocio, ya que tenia una similar. La caja era de Dulce Pecado.
Hasta el floto un suspiro de absoluto deleite y se dio cuenta de que aferraba la parte superior de la valla, incapaz de apartar la vista de Carlie. Con el cuerpo moviendose de manera sinuosa y esos sonidos eroticos saliendo de los labios brillantes, inspiraba mas fantasias que las que su cerebro privado de sangre podia procesar. Carlie estaba practicamente orgasmica con el chocolate. ?Como diablos seria en la cama una mujer que respondia de semejante modo a unas confituras?
Salvaje. Desinhibida. Apasionada. Insaciable.
Deliciosa.
No cabia duda de que se trataba de una mujer a la que un hombre querria darle chocolate todos los dias.
Que Dios lo ayudara, pero el simple hecho de observarla, de escucharla, le provoco una ereccion proxima al dolor. Pero no era un miron pervertido. Por lo general. Era hora de manifestar su presencia. Y lo haria. En cuanto recuperara la respiracion. Una proeza que solo logro con el mayor de los esfuerzos.
– Quiero lo mismo -dijo con voz de haberse tragado un punado de grava.
Ella se paralizo en mitad de una contorsion y abrio los ojos. Las miradas se encontraron y Daniel se pregunto si ella podria ver el hambre que sabia que centelleaba en sus ojos. Era imposible ocultarlo. Y no tenia nada que ver con el chocolate.
Lentamente, Carlie bajo los pies al suelo y se puso de pie, yendo hacia el con un contoneo hipnotico de las caderas que no hizo nada para aliviar la incomodidad que el experimentaba en la parte frontal de los vaqueros.
– ?Quieres disfrutar como yo? -pregunto con voz sensual al acercarse.
– Absolutamente.
Ella se detuvo a poco menos de un metro de la valla, pero en su mente embriagada por la fantasia, aun pudo verla ondulando. Con los ultimos rayos del sol resaltandole el cabello, los ojos brillando con picardia, y con una pieza a medio comer de chocolate entre los dedos, parecia la personificacion misma de la tentacion.
– Bueno, hay un par de problemas.
– Menos mal que soy un experto solucionador de problemas. Adelante, cuentamelos.
– Primero, como podras ver, ya lo he mordido.
– No me importa.
– ?No te preocupa que pueda estar resfriada?
– En absoluto.
– Luego esta el problema de que solo he comprado cuatro de estas trufas belgas y esta es la ultima. Y es excepcionalmente sobresaliente.
– ?De verdad? No lo habria imaginado -bromeo.
– Oh, es fabuloso. Cualquier tipo de chocolate me da placer. Pero hace falta un tipo muy especial para inspirarme un «chocorgasmo».
La imaginacion de Daniel de inmediato conjuro una serie de imagenes humedas en las que aparecian el, ella, chocolate y orgasmos… el sudor comenzo a caerle por la espalda.
– «Chocorgasmo» -repitio despacio, saboreando la palabra-. Es muy… descriptivo. Y fascinante. Quiero experimentar uno.
– Estarias loco si no lo desearas.
El asintio y con la cabeza indico la pieza de chocolate.
– Bueno, ?que te parece? ?Todo resuelto?
– No del todo. Por desgracia, cuando se trata de chocolate, no comparto.
– Te daria un millon de dolares.
– ?Los tienes?
– No. Pero si los tuviera, te los daria.
Lo miro, luego el chocolate, y movio la cabeza.
– Lo siento.
– Si lo compartes conmigo, yo compartire algo mio contigo.
El interes desperto en los ojos de ella.
– ?Compartir que?
«Lo que quieras».
– Chocolate.
– ?Oh? ?De que clase tienes? Apuesto que del que te sobro el ultimo Halloween.
– No -apoyo los antebrazos sobre la valla y se inclino-. Trufas belgas. De diversos sabores. Una caja de medio kilo de Dulce Pecado.
Ella abrio mucho los ojos.
– No te creo.
– Si.
– No te vi comprarlos.
– Te marchaste antes de que lo hiciera.
– ?Pero cuestan cincuenta dolares el medio kilo!
– Lo se. Pero ya te dije que siento debilidad por el chocolate. Ellie Fairbanks me aseguro que valen su precio hasta el ultimo centavo. Basandome en tu reaccion, tenia razon.
– Oh, desde luego que tiene razon. A ver si lo he entendido. Tienes en tu posesion medio kilo de trufas belgas.
– Si. Ni siquiera he abierto la caja.
– ?Una caja virgen? Deja de jugar conmigo.
El se llevo la mano al corazon.
– Lo juro.
Lo estudio asombrada.
– Los has tenido todo el dia y no te has comido ni siquiera uno.
– He estado demasiado ocupado -con la cabeza senalo su patio-. Llenando agujeros, plantando cesped. Ya sabes, lo de costumbre -incluso con la luz menguante, pudo ver como se ruborizaba; los dedos le hormiguearon con el deseo de tocarle las mejillas.
– Oh -musito-. Siendo ese el caso, creo que estoy en deuda contigo.
– Si. Y tal como estan las cosas, solo recibire media trufa.
– ?Que me dices de tu ofrecimiento de compartir tu chocolate? ?Sigue en pie?
– Depende.
– ?De que?