mover ficha para ganarme la confianza de Lady Grafton y ver lo que ella piensa -Lord Darley sonrio-. A proposito, debo darle las gracias. Nunca hubiera asistido a un evento tan tedioso de no ser por su insistencia.

– Y sin la promesa de que sera el primero en pujar por las proximas crias del semental Run-to-the Gold - remarco Lambton, secamente.

La dentadura de Lord Darley, perfecta y blanca, emitio otro destello.

– Eso tambien. Y ahora, si me disculpa, vere si puedo recordar alguna de aquellas virtuosas maximas biblicas que mis tutores, demasiado entusiastas, me ensenaron a fuerza de golpes.

* * *

Capitulo 2

Lady Grafton habia entrado en la sala de juego y esperaba a que un lacayo le llenara un vaso de brandy cuando el marques fue a su encuentro. Sin embargo, no esperaba sola.

Estaba rodeada por un enjambre de admiradores que forcejeaban por abrirse paso hasta ella.

Cuando Darley se acerco, la multitud se aparto como el mismisimo mar Rojo, por el respeto que tenian hacia las aptitudes del marques en los duelos, su caracter imprevisible, su titulo nobiliario y, por ultimo, pero no menos importante, por su enorme fortuna, que superaba con creces las restantes cualidades dentro de la jerarquia de los valores aristocraticos.

Julius se inclino con gentileza cuando llego justo hasta el lugar donde ella aguardaba. Su sonrisa era uno de sus mayores atractivos.

– Darley, a su servicio, senora. Segun tengo entendido, es usted una amazona de primera categoria. Consideraria un honor incomparable poder prestarle cualquiera de mis caballos durante su estancia en Newmarket.

– Muy amable por su parte -murmuro ella, sin devolverle la sonrisa-. Pero mi marido trajo los caballos del sur. Si me disculpan, caballeros.

Tomo el vaso que le ofrecio el lacayo y dio un paso hacia delante.

Cualquier otro hombre se hubiera apartado a un lado, cualquiera menos Darley.

De hecho, eso es lo que hicieron todos… aunque no sirvio de mucho, puesto que el marques le cerro el paso.

– Si se me permite acompanarla -se ofrecio amablemente, alargandole el brazo.

Ella lo miro a los ojos, con una mirada que destilaba una franqueza distante.

– Preferiria que no lo hiciera.

Se oyo una debil aspiracion entre la aglomeracion de galanes que les rodeaba como reaccion ante el asombroso rechazo de la mujer.

– Soy inofensivo -susurro Julius, con un amago de sonrisa, y dejo caer su brazo a un lado.

– Le ruego que me permita discrepar al respecto, senor. Su reputacion le precede.

– ?Acaso tiene miedo? -su voz se torno repentinamente mas grave, para que solo ella escuchara sus palabras.

– Ni hablar -le dijo tambien en voz baja para no atraer la atencion, en especial estando en compania de un hombre como Darley, cuyo nombre era sinonimo de libertinaje.

– Se trata solo de un breve paseo a traves de la multitud. ?Que puede importarle?

Su voz era suave, su mirada extranamente afable, su belleza, a corta distancia, excedia con creces todos los comentarios que ella habia escuchado en la lejania, desde su parroquia rural. Rumores que habia escuchado, como cualquier otra joven que estuviera al corriente de los chismes de sociedad. Las escandalosas proezas de Lord Darley habian inflamado las paginas de The Tatler [1] durante anos.

– Es cierto, que importancia tiene -acepto ella con cierta brusquedad e inclino la cabeza en senal de aprobacion.

Desde el primer momento Lord Darley habia intuido que ella aceptaria el reto. Algo en el porte de su barbilla le dio motivos para sospechar que era una mujer dotada de valor. Casarse con Grafton, no cabia duda, requeria un coraje a prueba de bombas. El le quito el vaso de brandy de la mano, le hizo una reverencia gracil y le ofrecio su brazo.

En cuanto Elspeth descanso la palma de la mano sobre la manga del chaque de lana marron del club de jockey de Lord Darley, esta sintio un vuelco repentino en el corazon. «Imposible», penso ella, que distaba mucho de ser una mujer de emociones frivolas. Pero luego… volvio a tener la misma sensacion cuando el la obsequio con una nueva sonrisa. Esta vez la sacudida tremula de sensaciones nada tuvo que ver con el corazon.

– Si de verdad le gusta montar, deberia considerar la posibilidad de sacar a pasear mi caballo de carreras, Skylark. Es increible -anadio Julius. «Como tu», penso en su fuero interno, tratando de ignorar la violenta reaccion que habia experimentado su cuerpo ante la suave impronta de la mano de ella.

– Mi marido no me lo permitiria.

– Yo podria hablar con el. No creo que desapruebe que usted monte durante su estancia en Newmarket.

– En todo caso, montaria mi propia cabalgadura. Pero gracias por su ofrecimiento -le dijo al tiempo que se detenia en el pasaje abovedado del salon de baile-. Ahora, si es tan amable, desearia continuar sola.

– De hecho, no vive en una carcel, ?verdad? -Queria hablar con suavidad, pero su tono sono mas severo de lo que hubiese querido.

– En realidad, si -contesto, laconica-. ?El vaso, por favor?

– ?Esta bien?

Una preocupacion sincera subyacia en su pregunta.

– Perfectamente. Pero incluso si no fuera asi, no es de su incumbencia. ?Queda claro?

– Si, por supuesto. ?Puedo pasar a verla?… y a su marido, por supuesto -anadio mas tarde.

– No. Adios, senor -Y, tras recuperar el vaso de su mano, dio media vuelta y se alejo.

– He oido que no ha salido muy airoso de su caceria -comento Charles cuando Julius se reunio con el.

El marques fruncio el ceno.

– Por lo visto la senora es una autentica prisionera.

– ?Que le dije? Encuentre a otra presa. O simplemente permanezca inmovil, atento a la legion de mujeres que van en busca de algo -le propuso Charles, arqueando las cejas-. Como la bandada de mujeres que se acerca.

Julius presto atencion al ramillete de elegantes damas que se desplegaba, meneando los rizos, con las mejillas sonrosadas y un proposito bien definido en sus pasos.

– Me voy -murmuro el-. Presente mis excusas. Encuentro a Caro Napier especialmente aburrida, por no hablar de Georgiana Hothfield y maldita sea… Amanda… -sin volver la vista atras, el marques se escapo de la ultima persona que deseaba ver, avanzando a grandes zancadas entre la multitud.

Solo porque Amanda y el hubieran compartido alguna noche esporadica no significaba que ardiera en deseos de hablar con ella. «Dejemos que sea otro petimetre el que la entretenga esta noche», penso Julius. Tenia otras cosas en la cabeza… como, por ejemplo, aquellos rizos dorados, aquellos esplendidos pechos sonrosados, aquellos ojos de un frio azul que el habia intentado derretir.

Tras escabullirse por las puertas de la terraza, dando enormes pasos, llego a su mansion, situada a las afueras de la ciudad.

En cuanto entro en casa, mando a los lacayos que se retiraran, luego se dirigio con aire resuelto hacia su estudio, alli se sirvio un conac y se lo bebio de un trago. Volvio a llenarse el vaso, se sento junto al fuego y se relajo por primera vez desde que habia llegado al Race Ball. ?Por que todas las personas que participaban

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