salon sin prescindir de la autenticidad rustica.

Los arcos de piedra, bastante anchos para que los animales pasasen por debajo de ellos, hacian ahora las veces de ventanas y puertas. El rustico color sepia de las paredes era la version autentica del falso color que reproducian los pintores de Nueva York, al precio de unos cuantos miles de dolares, en los apartamentos y casas de la zona alta. El viejo suelo de terracota habia sido encerado, pulido y suavizado por el paso de los anos. Contra la pared, habia una sencilla mesa de madera oscura y un arcon. Mas alla, un sofa tapizado con tela color tierra y un sillon con motivos florales.

Las contraventanas, cerradas cuando llego la noche anterior, estaban abiertas. Se pregunto quien lo habria hecho, paso bajo uno de los arcos de piedra y llego a la cocina.

La estancia tenia una larga y rectangular mesa de madera mellada y aranada por siglos de uso. Baldosas de ceramica rojas, azules y amarillas formaban un estrecho mosaico sobre un rustico fregadero de piedra. Debajo del mismo, una cortinilla azul y amarilla escondia las canerias. Sobre los estantes, todo un surtido de potes coloridos, cestitas y utensilios de cobre. La vieja cocina era de butano y los armarios de madera. Las recias puertas francesas que daban al jardin habian sido pintadas de verde botella. Era tal como ella habria imaginado que deberia ser la cocina de una casa campestre italiana.

La puerta se abrio y aparecio una mujer de unos sesenta anos. Tenia una figura mas bien amorfa, las mejillas fofas, el pelo negro reseco y unos pequenos ojos oscuros. Isabel se apresuro a demostrar su aplastante dominio del italiano.

– Buon giorno.

Aunque la gente de la Toscana era conocida por su amabilidad, la mujer no parecia para nada amable. Un guante de jardineria colgaba del bolsillo del descolorido vestido negro que llevaba, acompanado de unas gruesas medias negras de nailon y unas zapatillas de plastico tambien negras. Sin pronunciar palabra, saco un carrete de cuerda de un armario y volvio a salir.

Isabel la siguio al jardin. Al salir, se detuvo para observar la vista de la casa desde la parte trasera. Era perfecta. Absolutamente perfecta. Descanso. Soledad. Contemplacion. Accion. No podria haber encontrado un lugar mejor.

Las viejas piedras de la casa aparecian de color beige bajo el sol de la manana. Las enredaderas ascendian por las paredes y se doblaban cerca de las altas contraventanas verdes. La hiedra trepaba por el bajante del agua. Habia un pequeno palomar en el tejado, y unos liquenes suavizaban las combadas tejas de terracota.

La parte principal de la casa formaba un sencillo rectangulo carente de ornamentacion, el tipico estilo fattoria de las casas de campo italianas sobre el que habia leido. Como anadida de cualquier modo en un extremo, una construccion de un solo piso.

Ni siquiera la presencia de aquella mujer cavando con su pala pudo sustraerla del brillante encanto del jardin, y los nudos que Isabel sentia en su interior empezaron a deshacerse. Un muro bajo, construido con las mismas piedras que la casa, marcaba el perimetro exterior, con el olivar extendiendose mas alla, asi como la vista que Isabel habia apreciado desde el dormitorio. A la sombra de un magnolio habia una mesa con patas de madera y superficie de gastado marmol, un lugar perfecto para una comida sin prisas o, simplemente, para disfrutar de las vistas. Pero ese no era el unico refugio que ofrecia el jardin. Mas cerca de la casa, una pergola cubierta por una glicina daba cobijo a un par de bancos en los que Isabel pudo imaginarse sentada con papel y boligrafo.

Los senderos de grava serpenteaban entre las flores del jardin, las hortalizas y las hierbas. Lustrosas plantas de albahaca, blancas y radiantes campanillas, tomateras y rosales crecian cerca de los tiestos de barro con geranios rojos y rosas. Las capuchinas, de un brillante color naranja, formaban una pareja perfecta con las delicadas flores azules del romero, y las plateadas hojas de la salvia se mezclaban de forma agradable con macizos de pimientos rojos. Segun la moda de la Toscana, los limoneros crecian dentro de dos enormes tiestos de terracota a ambos lados de la puerta de la cocina, en tanto que otros tiestos tenian tupidas hortensias con gruesos capullos rosados.

Isabel se volvio y contemplo el banco bajo la pergola y la mesa bajo el magnolio, sobre la que reposaban un par de gatos. A medida que se llenaba los pulmones con el tibio aroma de la tierra y las plantas, el sonido de la voz de Michael se iba silenciando, y una sencilla oracion empezo a tomar forma en su cabeza.

Los murmullos de la mujer de negro se inmiscuyeron en aquel momento de paz, y la oracion se disolvio. Aun asi, Isabel sintio un destello de esperanza. Dios le habia ofrecido la Tierra Santa. Solo una tonta le daria la espalda a semejante regalo.

Condujo hasta el pueblo con el corazon menos apesadumbrado. Finalmente, algo lograba atenuar su desesperacion. Llego a pie hasta un pequeno negozio di alimentari. Cuando regreso a la casa, encontro a la mujer de negro en la cocina, lavando unos platos que Isabel no habia dejado alli. La mujer le dedico una de sus poco amables miradas y salio por la puerta trasera; una vibora en el Jardin del Eden. Isabel suspiro y saco de las bolsas los alimentos que habia comprado, ordenandolo todo entre uno de los armarios y la nevera.

– Signora? Permesso?

Se volvio para ver a una hermosa mujer de unos treinta anos con las gafas de sol en lo alto de la cabeza, de pie bajo el arco que comunicaba la cocina con la sala. Era menuda, y su piel olivacea contrastaba con su cabello claro. Llevaba una blusa color melocoton, una ligera falda beige y los mortales zapatos que acostumbran calzar las mujeres italianas. Los altos tacones repiquetearon en las viejas baldosas cuando se aproximo.

– Buon giorno, signora Favor. Soy Giulia Chiara.

Isabel asintio a modo de respuesta, preguntandose si todo el mundo en la Toscana entraba en las casas de los desconocidos sin avisar.

– Soy la agente immobiliare -afirmo buscando las palabras adecuadas en ingles-. Trabajo en la inmobiliaria que se ocupa de esta casa.

– Encantada de conocerla. Me gusta mucho la casa.

– Oh, pero no es una buena casa. -Gesticulo con las manos-. Intente telefonearle muchas veces la semana pasada, pero no logre encontrarla.

No lo habia hecho porque Isabel habia desconectado el telefono.

– ?Hay algun problema?

– Si. Un problema. -Giulia se mordio el labio inferior y se remetio un mechon de pelo tras la oreja, dejando a la vista una diminuta perla prendida del lobulo-. Lo siento mucho, pero no puede quedarse aqui. -Movia las manos describiendo los graciles gestos que utilizan los italianos incluso en las mas sencillas conversaciones-. No es posible. Por eso intente llamarla. Para explicar este problema y decirle que tiene otro lugar para quedarse. Si viene conmigo, yo se lo enseno.

El dia anterior, a Isabel no le habria importado marcharse, pero ahora si le importaba. Aquella sencilla casa de piedra con su apacible jardin ofrecia la posibilidad de la meditacion y el descanso. No iba a dejarla asi como asi.

– Cual es el problema?

– Es… -Trazo un pequeno arco con la mano-. Hay que hacer trabajo. Nadie puede quedarse aqui.

– ,Que tipo de trabajo?

– Mucho trabajo. Hay que excavar. Hay un problema con los desagues.

– Estoy segura de que podriamos arreglarlo juntos.

– No, no. Impossibile.

– Signora Chiara, he pagado por dos meses de alquiler, y quiero quedarme.

– Pero no le gustaria. Y la signora Vesto se enfadaria si usted no esta contenta.

– ?La signora Vesto?

– Anna Vesto. Estaria muy triste si usted no se siente comoda. He encontrado una bonita casa en el pueblo. Le gustara mucho.

– No quiero una casa en el pueblo. Quiero esta.

– Lo siento mucho. No es posible.

– ?Es ella la signora Vesto? -Isabel senalo hacia el jardin.

– No, ella es Marta. La signora Vesto esta en la villa. -Senalo hacia lo alto de la colina.

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