– ?Marta es el ama de llaves?

– No, no. No hay ama de llaves aqui, pero en el pueblo las hay muy buenas.

Isabel no tuvo en cuenta sus palabras.

– ?Es la jardinera?

– No, Marta cuida el jardin, pero no es la jardinera. No hay jardinera. En pueblo encontrara jardineras.

– Entonces, ?que hace aqui?

– Marta vive aqui.

– Crei que tendria toda la casa para mi.

– No, no estaria sola. -Giulia entro en la cocina y senalo hacia la construccion adicional de una sola planta que habia en la parte trasera de la casa-. Marta vive muy cerca. Ahi.

– ?Y acaso estare sola en el pueblo? -repuso Isabel con aspereza.

– ?Si! -exclamo Giulia. Su sonrisa era tan encantadora que Isabel lamento tener que insistir.

– Creo que lo mejor sera que hable con la signora Vesto -dijo-. ?Esta ahora en la villa?

Giulia se sintio aliviada de pasarle a otro el bulto.

– Si, si, eso sera mejor. Ella explicara por que no puede estar aqui, y yo volvere para llevarla a la casa que he encontrado para usted en el pueblo.

Isabel se apiado de ella y no replico. Guardo todas sus fuerzas para la signora Anna Vesto.

Siguio el sendero que llevaba desde la casa a una carretera larga, bordeada de cipreses. La Villa dei Angeli estaba ubicada al final de la misma y, tras tomar aliento, Isabel creyo haber sido transportada al interior de una version de la pelicula Una habitacion con vistas.

El exterior, de un estuco color salmon, asi como los aleros de la casa, que surgian aqui y alla, eran caracteristicos de la Toscana. Rejas negras cubrian las ventanas de la planta baja, y las grandes contraventanas del piso superior estaban cerradas para evitar el calor del dia.

Cerca de la casa, los cipreses daban paso a unos setos bien recortados, estatuas clasicas y una fuente octogonal. Una escalinata de piedra de dos tramos, con gruesas barandillas, llevaban a un par de pulidas puertas de madera.

Isabel hizo sonar la aldaba con forma de cabeza de leon. Mientras esperaba, le echo un vistazo al polvoriento Maserati negro descapotable aparcado junto a la fuente. La signora Vesto tenia gustos caros.

Nadie respondio, por lo que volvio a llamar.

Una voluptuosa mujer de mediana edad, con el pelo tenido de un discreto tono rojizo y unos brillantes ojos a lo Sofia Loren, abrio la puerta y le sonrio a Isabel con amabilidad.

– Si?

– Buon giorno, signora. Soy Isabel Favor. Estoy buscando a la signora Vesto.

La sonrisa de la mujer se desvanecio.

– Yo soy la signora Vesto. -Su sencillo vestido azul marino y sus comodos zapatos parecian pertenecer al ama de llaves mas que a la duena del Maserati.

– He alquilado la casa de abajo -dijo Isabel-, pero al parecer hay un problema.

– No hay ningun problema -replico la signora Vesto con energia-. Giulia le ha encontrado una nueva casa. Ella se encargara de todo.

Mantenia la mano en la puerta, esperando que Isabel se fuese. Tras ella habia una hilera de maletas grandes y caras en el recibidor. Isabel habria apostado a que la duena de la villa acababa de llegar o estaba a punto de marcharse.

– Firme un contrato -dijo con tono amable pero firme-. Voy a quedarme.

– No, signora, tendra que cambiar. Ira alguien esta tarde a ayudarla.

– No voy a irme.

– Lo siento mucho, signora, pero no es posible otra cosa.

Isabel comprendio que era el momento de ponerse firme.

– Me gustaria hablar con el senor.

– El senor no esta aqui.

– ?Y esas maletas?

La signora Vesto parecio molestarse.

– Tiene que irse ahora -insistio.

Las Cuatro Piedras Angulares estaban pensadas para momentos como ese. «Comportate de un modo respetuoso, pero con decision.»

– Me temo que no voy a irme hasta hablar con el senor.

Isabel la aparto y se adentro en el recibidor, logrando hacerse una idea de los altos techos, una arana de bronce y una ancha escalera antes de que la mujer se plantase delante de ella.

– Ferma! ?No puede entrar aqui!

«Las personas que intentan esconderse tras su autoridad lo hacen por miedo, de ahi que necesiten nuestra compasion. Pero no podemos permitir que sus miedos se conviertan en los nuestros.»

– Siento decepcionarla, signora -dijo con tanta compasion como fue capaz-, pero tengo que hablar con el senor.

– ?Quien le ha dicho que el esta aqui? Nadie lo sabe.

Habia acertado con su suposicion: el propietario era un hombre.

– No se lo dire a nadie.

– Tiene que irse.

Isabel oyo el sonido de un tema rock en italiano procedente del fondo de la casa. Camino hacia una arcada ornamentada con incrustaciones de marmol verde y rojo.

– Signora!

Isabel estaba harta de que la gente quisiese fastidiarla: un avido inspector de Hacienda, un novio infiel, un editor desleal, sus volubles admiradores. Practicamente habia vivido en los aeropuertos por sus admiradores, llegando a subirse al estrado por ellos incluso aquejada de neumonia. Les habia tomado de la mano si sus hijos se drogaban, abrazado si sufrian depresion y rezado por ellos si estaban gravemente enfermos. Pero en cuanto aparecieron las primeras nubes de tormenta en su propia vida habian huido como conejos.

Se adentro en la casa a traves de un ancho pasillo decorado con retratos de ancestros familiares y paisajes barrocos, con pesados marcos, y llego a una elegante sala de recepcion con paredes de empapelado a franjas marrones y doradas. Le sorprendieron los frescos representando escenas de caza y los sombrios retratos de martires. Un busto romano temblo sobre su pedestal cuando ella paso junto a el.

Llego a un salon menos formal en la parte trasera de la casa. Los pulidos suelos de madera de castano formaban espigas, y los frescos mostraban escenas de la cosecha en lugar de escenas de caza. El rock italiano acompanaba las formas que creaba la luz del sol al entrar por las ventanas abiertas.

Al fondo de la habitacion, una amplia arcada daba a otra sala, de donde salia la musica. Alli habia un hombre con el hombro apoyado contra el marco de la ventana y mirando hacia fuera. Entrecerro los ojos y vio que llevaba vaqueros y una camiseta negra con un agujero en la manga. Su figura, que parecia tallada segun los canones clasicos, podria haber pertenecido a una de las estatuas de la habitacion anterior. Pero algo en su postura, la botella de licor que sostenia en una mano, y la pistola que colgaba de la otra le dijeron que tal vez se trataba de un dios romano extraviado.

Con la vista clavada en la pistola, se aclaro la garganta.

– Eh… Scusi? Perdone.

El hombre se volvio.

Ella parpadeo a causa del resplandor. Volvio a parpadear. Se dijo que solo se trataba de una mala pasada de la luz. No podia ser cierto. No podia…

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