Evertree Crescent era una calle en forma de media luna con casitas modestas de una sola planta construidas en los anos treinta, a dos minutos de la plaza principal de Pagford. En el numero 36, la casa que llevaba mas tiempo habitada por los mismos inquilinos, Shirley Mollison, sentada en la cama y recostada sobre varias almohadas, bebia el te que le habia llevado su marido. El reflejo que le devolvian las puertas de espejo del armario empotrado tenia un perfil difuso, debido en parte a que Shirley no llevaba puestas las gafas, y en parte a la luz tenue que proyectaban en la habitacion las cortinas con estampado de rosas. Bajo esa luz brumosa y favorecedora, su rostro de tez clara con hoyuelos bajo un pelo corto y plateado adquiria un aire angelical.

El dormitorio tenia cabida justa para la cama individual de Shirley y la de matrimonio de Howard, apretujadas una contra otra como dos gemelas no identicas. El colchon de Howard, que todavia conservaba su descomunal huella, estaba vacio. El chorro de la ducha se oia desde donde Shirley, sentada frente a su rosado reflejo, saboreaba la noticia que parecia flotar todavia en el ambiente, burbujeante como el champan.

Barry Fairbrother estaba muerto. Fiambre. Habia estirado la pata. Ningun acontecimiento de importancia nacional, ninguna guerra, ningun desplome de la Bolsa, ningun atentado terrorista podria haber suscitado en Shirley el sobrecogimiento, el avido interes y la febril especulacion que en ese momento la consumian.

Siempre habia odiado a Barry Fairbrother. Ella y su marido, por lo general en sintonia en todas sus amistades y enemistades, discrepaban un poco en este caso. Mas de una vez, Howard habia reconocido que encontraba divertido a aquel hombrecito con barba que siempre se encaraba con el, sin tregua, al otro lado de las largas y deterioradas mesas del centro parroquial de Pagford; Shirley, en cambio, no hacia distinciones entre lo politico y lo personal. Barry se habia enfrentado a Howard y le habia impedido realizar la gran mision de su vida, y eso convertia a Barry Fairbrother en un enemigo a muerte.

La lealtad a su marido era la razon primordial, pero no la unica, de la profunda antipatia que sentia Shirley. Sus instintos respecto a las personas estaban afinados en una unica direccion, como los de un perro adiestrado para descubrir narcoticos. Siempre estaba alerta por si detectaba prepotencia, y su olfato la habia detectado mucho tiempo atras en la actitud de Barry Fairbrother y sus compinches del concejo parroquial. Los Fairbrother de este mundo daban por hecho que su formacion universitaria los hacia mejores que las personas como ella y Howard, y que sus opiniones tenian mas peso. Pues bien, ese dia su arrogancia habia recibido un buen golpe. La muerte repentina de Barry reafirmaba a Shirley en su fuerte conviccion de que, pensaran lo que pensasen el y sus partidarios, Fairbrother pertenecia a una clase mas baja y mas debil que la de su marido, quien, ademas de sus diversas virtudes, habia conseguido sobrevivir a un infarto hacia siete anos.

(Ni por un instante habia temido Shirley que su Howard fuera a morir, ni siquiera mientras estaba en el quirofano. Para Shirley, la presencia de Howard en la Tierra era algo que se daba por sentado, como la luz del Sol o el oxigeno. Asi lo habia explicado despues, cuando sus amigos y vecinos hablaban de milagros y comentaban lo afortunados que eran por tener la unidad de Cardiologia tan cerca, en Yarvil, y lo terriblemente preocupada que debia de estar ella. «Siempre supe que lo superaria —habia dicho Shirley, impasible y serena—. Nunca tuve la menor duda.» Y alli lo tenia, vivito y coleando, y a Fairbrother en el deposito de cadaveres. Desde luego, quien iba a decirlo.)

La euforia de esa manana trajo a la memoria de Shirley el dia posterior al nacimiento de su hijo Miles. Anos atras, se encontraba sentada en la cama, exactamente como en ese momento, con el sol entrando a raudales por la ventana de la sala del hospital y con una taza de te que alguien le habia preparado, esperando a que le llevaran a su precioso recien nacido para amamantarlo. Ante un nacimiento y ante una muerte tenia la misma conciencia de que la existencia pasaba a un plano mas elevado y de que aumentaba su propia importancia. La noticia del fallecimiento repentino de Barry Fairbrother reposaba en su regazo como un rollizo recien nacido para que todas sus amistades se regodearan; y Shirley seria la fuente, porque habia sido la primera, o casi, en recibir la noticia.

El placer que espumeaba y burbujeaba en su interior no se habia hecho patente mientras Howard se encontraba en la habitacion. Se habian limitado a los comentarios de rigor ante una muerte inesperada, y luego el habia ido a ducharse. Como es logico, Shirley sabia que, mientras intercambiaban topicos como quien desliza las cuentas de un abaco, Howard seguramente estaba tan extasiado como ella; pero expresar esos sentimientos en voz alta, siendo tan reciente la noticia de la defuncion, habria equivalido a bailar desnudos y gritando obscenidades, y Howard y Shirley llevaban puesta una invisible capa de decoro de la que jamas se desprendian.

De pronto, Shirley tuvo otra feliz ocurrencia. Dejo la taza y el platillo en la mesilla de noche, se levanto de la cama, se puso la bata de chenilla y las gafas y recorrio el pasillo con paso suave hasta la puerta del cuarto de bano. Llamo con los nudillos.

—?Howard?

Le contesto un murmullo interrogativo por encima del tamborileo del chorro de la ducha.

—?Crees que debo poner algo en la pagina web? ?Sobre Fairbrother?

—Buena idea —respondio el a traves de la puerta, tras pensarlo un momento—. Una idea excelente.

Asi pues, Shirley se dirigio al estudio. En otra epoca habia sido el dormitorio mas pequeno de la casa; hacia ya mucho que lo habia dejado libre su hija Patricia, que se habia marchado a Londres y a la que raramente mencionaban.

Shirley estaba sumamente orgullosa de lo bien que se manejaba con internet. Diez anos atras habia asistido a clases nocturnas en Yarvil, donde era una de las alumnas de mayor edad y la mas lenta. Con todo, habia perseverado, pues estaba decidida a ser la administradora de la flamante web del Concejo Parroquial de Pagford. Entro en internet y abrio la pagina de inicio.

La breve declaracion surgio con tanta fluidez que parecia que los dedos de Shirley la estuvieran redactando por su cuenta:

Concejal Barry Fairbrother

Lamentamos anunciar el fallecimiento del concejal Barry Fairbrother. Acompanamos en el sentimiento a su familia en estos momentos dificiles.

Leyo atentamente lo que habia escrito, pulso enter y vio aparecer el mensaje en el foro.

La reina habia ordenado poner la bandera a media asta en el palacio de Buckingham cuando fallecio la princesa Diana, y su majestad ocupaba un lugar muy especial en la vida interior de Shirley. Mientras contemplaba el mensaje que acababa de publicar en la pagina web, se sintio satisfecha y feliz por haber hecho lo que correspondia. Habia que aprender de los mejores.

Navego desde el foro del concejo hasta su pagina medica favorita y, tecleando concienzudamente, introdujo «cerebro» y «muerte» en el cuadro de busqueda.

Aparecieron multitud de sugerencias. Shirley repaso todas las posibilidades, paseando su suave mirada arriba y abajo, preguntandose a cual de todas esas afecciones mortales, algunas impronunciables, debia su actual felicidad. Shirley era voluntaria de hospital y desde que prestaba sus servicios en el South West General se habia despertado en ella cierto interes por temas medicos; en ocasiones incluso ofrecia diagnosticos a sus amigas.

Pero esa manana no se concentro en palabras largas ni en sintomatologias: su pensamiento divago hacia como seguir divulgando la noticia, y empezo a componer y reorganizar mentalmente una lista de numeros de telefono. Se pregunto si Aubrey y Julia se habrian enterado, y que dirian; y si Howard le dejaria contarselo a Maureen o se reservaria para el ese placer.

Era todo muy, muy emocionante.

IV

Andrew Price cerro la puerta de la casita blanca y bajo detras de su hermano pequeno por el empinado sendero del jardin, crujiente de escarcha, que conducia hasta una fria cancela metalica que habia en el seto y el camino que alli empezaba. Ninguno de los dos se molesto en contemplar la vista que se extendia mas abajo: el

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