Jill Shalvis

Por el amor de un hombre

Prologo

Danielle respeto el semaforo en rojo, como si no acabara de violar la ley, antes de entrar en la autopista que volvia hacia Providence.

– Y bien -miro a su pasajera-. Ya es oficial. Estamos al margen de la ley. Somos fugitivas.

Sadie no contesto; estaba absorta disfrutando del aire que entraba por la ventanilla abierta.

– Al menos el coche no es robado -siguio Danielle-. Pero tenemos que devolverselo a Emma manana -solto una carcajada que parecia mas histerica que alegre, y busco luces de policias por el espejo retrovisor-. Me pregunto si nos dejaran estar en la misma celda en la carcel.

Sadie metio la enorme cabeza en el vehiculo y volvio el cuello grueso hacia Danielle. Dejo colgar la lengua y jadeo en senal de asentimiento.

Danielle suspiro a su mastin de un ano, una perra que habia criado con su novio.

Exnovio.

Exnovio psicopata.

Por suerte, Sadie no era psicopata. Solo insegura con los hombres.

Igual que ella.

Danielle volvio a mirar por el espejo retrovisor, agradecida de no ver nada aparte del trafico y los brillantes colores de la primavera en el campo de Rhode Island.

Habia conseguido robar a Sadie. Habia ido a casa de Ted, donde este tenia a la perra en el jardin, al sol, sin agua, y habia soltado al agradecido animal, que se habia puesto como loco al verla.

– Me gustaria que pudieras hablar -miro el espejo retrovisor una vez mas-. O abrazar. No me vendria mal un abrazo ahora.

Sadie dejo de jadear y la miro con el corazon en los ojos. Como si Danielle fuera su heroina.

– Deja de hacer eso -miro por el parabrisas-. No soy ninguna heroina.

Se le encogio el estomago. Si lo hubiera sido, habria sido tambien lo bastante lista como para anticipar aquello. Y lo bastante fuerte para proteger a Sadie.

Casi habia llegado demasiado tarde. Y era la pobre perra la que habia pagado las consecuencias durante el tiempo que Ted las mantuvo separadas. Y dado el modo en que Sadie observaba todos sus movimientos, no habia duda de que la habian descuidado por completo. Era un crimen, ya que la perra era un verdadero encanto, aunque fuera un encanto de setenta y cinco kilos.

De acuerdo, era grande, con una cabeza enorme y un cuello firme como una roca. Pero era adorable y era suya. Bueno, al menos la mitad.

No tenia ni idea de donde iban a vivir ahora que Ted habia cambiado las cerraduras de la casa, le habia robado el coche y vaciado su cuenta corriente.

La policia no tenia tiempo para ocuparse de su caso. En primer lugar, la casa era de Ted, lo que le dejaba pocos recursos legales. En segundo lugar, Ted le habia comprado el coche que habia recuperado ahora.

El dinero, sin embargo, era todo suyo, lo habia ganado con su trabajo de entrenadora profesional de perros. Pero tampoco ahi tenia recursos legales, ya que ella habia dado a Ted el numero clave de su tarjeta bancaria.

Danielle podia soportar su estupidez al dejarse robar, pero vivir sabiendo que habia estado a punto de dejar a Sadie a merced de un hombre que podia hacerle dano era otra cuestion.

La perra, cuyos movimientos limitaba el cinturon que le cruzaba el cuerpo, se apoyo sobre la joven con fuerza. Era su forma de abrazarla.

El nudo que Danielle tenia en la garganta se debia mas al estres que a otra cosa, pero estaba dispuesta a dejarse consolar.

– Gracias -dijo. Sonrio cuando la perra la lamio desde la barbilla hasta el pomulo.

Pero ni siquiera el amor de una mastin inglesa encantadora podia enmascarar los hechos. Era una fugitiva. Ella, una mujer que cumplia las normas hasta el aburrimiento, se habia convertido en una delincuente que tenia cuarenta y nueve dolares en el bolsillo, un ordenador portatil y el deposito de gasolina del coche que le habia prestado su amiga Emma.

– Pero no podia hacer otra cosa -le dijo a Sadie.

Y era cierto. Despues de que quedara claro el terrible malhumor de Ted contra la perra, no podia hacer otra cosa.

?Como podia haber estado tan ciega durante tanto tiempo?

Pero conocia la respuesta. Ted era rico, inteligente, guapo… y se interesaba por ella, Danielle Douglass, una mujer corriente de clase baja, sin padre y con una madre indiferente que habia tenido poco que dar a su hija.

Ted, en contraste, le habia colmado de atenciones, la habia convertido en el centro de su mundo.

Le dolia haber sido tan superficial como para dejarse enganar por algunas frases bonitas y una sonrisa seductora. Pero la sonrisa no duro, y Ted poco a poco empezo a absorberla, fundir su vida con la de el, hasta dejarla insegura, desequilibrada y mas sola que nunca, y habia estado sola muchas veces.

Su furia contra Sadie fue la ultima gota.

Danielle sabia que su reaccion se debia al hecho de que ella queria a la perra mas que a el, de que habia herido su orgullo, y quiza tambien al hecho de que Sadie habia perdido en su ultima competicion canina, pero no importaba.

Ya estaba fuera de su vida. Y la perra tambien.

Estaba muy cansada. Consecuencia de dormir en el coche prestado durante una semana, usando la ducha de un amigo cuando se atrevia, esperando el momento propicio para recuperar a su perra.

Claro que la ley no lo consideraria asi, ya que Ted tenia todos los papeles de Sadie en su caja fuerte. Danielle suponia que, con tiempo y dinero, podia intentar probar la verdad: que aunque los dos tenian custodia fisica del perro, siempre fue ella la encargada de ofrecer afecto y cuidados.

Pero no disponia ni de tiempo ni de dinero. Ted no se tomaria bien que le hubiera quitado a Sadie delante de sus narices… ni le importaria haber sido el primero en hacerlo. Lo mejor que podia hacer era desaparecer deprisa. Si pudiera hacerse con una buena foto profesional de Sadie, podria acudir a Donald Wutherspoon, un director artistico al que habia conocido en una competicion canina meses atras, y con suerte conseguirle un anuncio a Sadie.

Eso implicaria dinero. Lo cual implicaria seguridad. Estabilidad. Dos cosas que definitivamente necesitaba en su vida.

Salio de la autopista con decision. Primero compro dos hamburguesas gigantes, una para si y la otra para Sadie. Despues busco un telefono; en las paginas amarillas de Providence aparecian dos estudios de fotografia. Cerro los ojos y senalo uno a ciegas con el dedo.

– Deseame suerte -le dijo a la perra antes de marcar.

Capitulo Uno

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