Los ojos azules de Nellwyn se llenaron de lagrimas.
– ?Oh, mi senora, gracias! Seria una buena esposa para Alberto. Lo seria. ?El muy tonto!
Si, penso Cailin despues de su conversacion con Nellwyn, cuanto antes se marchara de Caddawic, mejor. Aun asi, su conciencia no la dejaba en paz. ?Estaba siendo justa, arrojando a aquella zorra a los brazos de algun pobre muchacho inocente? Pero Wulf conocia los defectos de Aelfa y elegiria al hombre adecuado. Corregir la conducta de Aelfa seria tarea del novio. Cailin esperaba que fuera lo bastante fuerte para ello.
Hacia una semana que Wulf habia partido cuando, una tarde, Aelfa desaparecio. «?Se habra escapado?», se pregunto Cailin.
Sin embargo, Aelfa reaparecio antes de que se cerraran las puertas aquella noche. Cuando fue interrogada acerca de su paradero, dijo que habia estado recogiendo bayas.
– Pero no has traido ninguna -observo Cailin con aspereza.
– No las he encontrado, mi senora.
– Miente -dijo Nellwyn cuando ella y su ama hicieron su ronda para cerciorarse de que se habian tapado todos los fuegos y atrancado la puerta y de que todo estaba en orden. -No se ha llevado ninguna cesta, mi senora. ?Como podia recoger bayas sin una cesta donde echarlas?
– No podia -coincidio Cailin. -Es mas que probable que haya ido a reunirse con un amante en la colina, la muy descarada.
– Alberto y Branhard se miraban con bastante rabia a la hora de la cena, mi senora -informo Nellwyn.
– Ahi esta la respuesta. Esa chica esta enfrentando a los dos, pero no se con que fin.
Cailin subio a la buhardilla donde Aurora y Royse ya dormian. Saco al bebe de la cuna y le alimento antes de acostarse. No podia imaginar una vida mejor que la que tenia. Wulf, sus hijos, Caddawic… A veces miraba el viejo suelo de marmol de lo que habia sido el hogar de su infancia y los recuerdos afloraban a su mente. Ultimamente habia sucedido con frecuencia, y descubrio que ya no le resultaba doloroso. La mayoria de sus recuerdos eran buenos, y a pesar de todo lo sucedido esos recuerdos no podian serle arrebatados. Siempre los poseeria, y de esa manera siempre tendria a su familia con ella.
Cailin se durmio y no oyo que la tranca de la puerta era retirada con sigilo. Aelfa abrio y luego la cerro en absoluto silencio. Se quedo en el umbral un largo minuto, escuchando los ruidos de la noche, y luego echo a correr descalza por el patio hasta la casa del vigilante. La luna menguante conferia un resplandor plateado a su figura. Llevaba un pequeno odre de vino en la mano. Al llegar, Aelfa entro deprisa en la casita, cerrando la puerta sin hacer ruido. Una sonrisa burlona le cruzo el rostro al ver al hombre que dormitaba en la silla del rincon. Que debil era, y sin duda carecia del sentido del deber.
Aelfa se arrodillo a su lado y beso a Banhard en la boca, despertandolo con un sobresalto.
– ?No querias verme? -murmuro con aire seductor, y los ojos de el se abrieron de par en par al ver la desnudez de la muchacha. -He traido un poco de vino del barril del amo. No lo echaran de menos -le tranquilizo, y le entrego el odre lleno. -Bebe.
Le beso por segunda vez.
– Aelfa… -dijo el con voz ahogada. -No deberias estar aqui. ?Donde esta tu ropa? ?Y si viene alguien?
– Alberto no haria tantos melindres -le pincho Aelfa. -Hoy se ha encontrado conmigo en la colina y ha intentado poseerme. Yo he forcejeado y me he negado, pues eres tu, Branhard, a quien realmente deseo. Que Alberto se quede con Nellwyn, que esta loca por el. -Sus pequenas manos hurgaron bajo la tunica del hombre. - ?Tu si eres un hombre de verdad! ?Se que lo eres! -Lo beso con fuerza. -?No me deseas, Branhard, mi fuerte guerrero?
Aelfa le paso la lengua por los labios seductoramente.
Branhard se dio cuenta, para su sorpresa, de que estaba conteniendo el aliento. Lo solto con un lento siseo cuando las manos de la joven aferraron su miembro viril y se pusieron a juguetear con el. Ella era mas habil de lo que jamas habria creido. Cerro los ojos y un intenso placer como jamas habia sentido inundo su ser. Los dedos menudos de Aelfa le acariciaban lentamente, entreteniendose. Luego aparto la tunica que le cubria el miembro y empezo a frotarselo con rapidez. El empezo a sentir una urgente necesidad.
– Aelfa… -gimio, metiendole la mano en el pelo y atrayendola hacia si. -?Te deseo, Aelfa!
Reprimiendo la risa, ella le quito la capa y la extendio en el suelo de la casita. Se tumbo sobre ella, abrio las piernas y dijo con voz ronca:
– ?Ven, llename con esa gran verga tuya, Branhard! ?Me deseas tanto como yo a ti! Nadie nos vera. Todos estan acostados y podemos satisfacer nuestro placer. ?Tanto como deseemos!
El no habria podido detenerse aunque lo hubiera querido. Aelfa era hermosa y estaba loca por el. Ningun hombre en su sano juicio rechazaria el ofrecimiento de Aelfa. Con un leve grito cayo sobre ella, empujando su enorme organo en el humedo y caliente conducto de ella; la embistio casi con violencia mientras la joven le alentaba murmurandole unas suaves retahilas de obscenidades extraordinariamente excitantes. El estaba asombrado de que aquella joven conociera aquellas palabras, pero eso le hacia sentirse menos culpable por poseerla con tanto frenesi.
Ella le excitaba mas y mas, y su lujuria no conocia limites. El no paraba de embestirla mientras Aelfa se retorcia y gemia debajo de el. Por fin no pudo contenerse mas y su pasion estallo violentamente dentro del cuerpo palpitante de la muchacha. Se desplomo sobre ella con un grunido de satisfaccion.
– ?Por Odin, muchacha, eres la mejor! ?Jamas he visto nada mejor, lo juro!
Su aliento a cebolla la invadio.
– Apartate, bruto -dijo, -me estas aplastando.
El rodo sobre si.
– ?Donde esta el vino que has traido? -pidio, sintiendose relajado y controlando mas la situacion. -Bebamos juntos y despues te follare otra vez si estas de humor. Lo estaras, ?verdad? -dijo con una sonrisa impudica. - Jamas he conocido a una mujer como tu, Aelfa. Eres una de esas que nunca tienen bastante, ?verdad?
Se recosto en la silla y se recompuso la vestimenta. Luego atrajo a la joven hacia si y le pellizco los pezones. La ropa que siempre llevaba nunca habia insinuado que tuviera senos tan bellos.
«Estupido asno en celo», penso Aelfa mientras le sonreia. Levanto el odre de vino y fingio beber antes de entregarselo.
– Mmm, esta bueno -dijo.
El bebio y un poco de liquido le resbalo por la espesa barba rubia.
Branhard dejo que el dulce y fresco vino le bajara por la garganta. Era la mejor bebida que jamas habia probado. Wulf Puno de Hierro vivia bien. Devolvio el odre a Aelfa y se puso a juguetear con sus grandes pechos.
– Eres la mejor folladora que jamas he conocido, zorra -le dijo a modo de cumplido, -y tu cono es el mejor que jamas he embestido. ?Te lo juro! Sabes realmente como dar placer a un hombre, Aelfa. Apenas puedo creerlo, pero estoy listo para poseerte otra vez. Por detras, muchacha -dijo, sacandose el miembro de debajo de la ropa y empujando a la joven al suelo.
Lo que le faltaba en sutileza lo compensaba con resistencia y fuerza bruta, penso Aelfa mientras fingia estar arrebatada por la pasion. Habia obtenido placer con el la primera vez, pero ahora no podia permitirse ese lujo. Cuando la lujuria del hombre volvio a explotar y el se aparto exhausto, ella le ofrecio una vez mas el odre, sonriendole para alentarle mientras el bebia largos sorbos de vino. Esta vez, en pocos instantes Branhard quedo inconsciente. Aelfa suspiro de alivio. En realidad las entusiastas atenciones de aquel hombre la habian dejado dolorida. Un tercer encuentro con el sin duda la habria dejado en carne viva.
Se incorporo y, tras mucho esfuerzo, consiguio arrastrar el cuerpo inerte hasta la silla. La cabeza de Branhard le cayo sobre el pecho. Tenia aspecto de estar dormitando. Aelfa se marcho de la casita y regreso corriendo a la casa. Al entrar, se apresuro a ir a acostarse. La casa se hallaba en silencio y los unicos sonidos que se oian eran los ronquidos de sus moradores.
Aelfa se vistio y volvio a la casita del vigilante, donde Branhard seguia inconsciente. Se sento en el suelo, donde nadie la veria, y espero al amanecer. Entonces se puso de pie, se desperezo y se dirigio directamente a las puertas del muro de Caddawic. Lentamente y con dificultad empujo la robusta barra que atrancaba las puertas. En lo alto, el cielo se iba iluminando con rapidez. El sudor, debido en parte al ejercicio y en parte al temor a ser descubierta, le resbalaba por la espalda. Cuando por fin logro retirar la tranca, la puerta se abrio a un nutrido grupo de hombres armados.
– Tio -dijo Aelfa con aire picaro, -bienvenido a Caddawic.