– Si indagas en el pasado de alguien, siempre encuentras algo -dije.

– En el mio no -respondio.

– No me digas. ?Y los muertos de Reno?

– Absuelta de todos los cargos.

– Que bien, estupendo.

– Te estoy tomando el pelo, Cope. Era broma.

– Eres la monda, Muse. Tu sentido de la oportunidad es de humorista profesional.

– Vale, no nos desviemos. ?Que quieres de mi?

– Tu te llevas bien con algunos investigadores privados, ?no?

– Si.

– Pregunta por ahi. Intenta averiguar quien me esta investigando.

– De acuerdo, eso esta hecho.

– ?Muse?

– ?Que?

– Esto no es prioritario. Si no tienes tiempo, no te preocupes.

– Lo tengo, Cope. Te lo he dicho: esta hecho.

– ?Como crees que ha ido hoy?

– Ha sido un buen dia para los buenos -dijo.

– Si.

– Pero probablemente no suficientemente bueno.

– ?Cal y Jim?

– Estoy de un humor como para pegar un tiro a todos los hombres que lleven ese nombre.

– A por ellos -la anime, y colgue.

En cuestion de decoracion interior, los restaurantes indios parecen dividirse en dos categorias: muy oscuros y muy claros. Este era claro y lleno de color al seudoestilo de un templo hindu, es decir, muy cursi. Habia falsos mosaicos y estatuas iluminadas de Ganesh y otras divinidades que no conozco de nada. Las camareras iban disfrazadas de color aguamarina y con el ombligo al aire; sus trajes me recordaron al que llevaba la hermana mala en Mi bella genio.

Todos nos regimos por nuestros estereotipos, pero aquella escena me dio la sensacion que de un momento a otro iba a empezar un numero musical de Hollywood. Intento ser receptivo a las distintas culturas extranjeras, pero por mucho que lo intente, detesto la musica que ponen en los restaurantes indios. En ese momento lo que se oia sonaba como si un sitar torturara a un gato.

La maitre fruncio el ceno al verme.

– ?Cuantas personas? -pregunto.

– No he venido a comer -dije.

Espero sin decir nada.

– ?Esta aqui Raya Singh?

– ?Quien?

Repeti el nombre.

– No… Oh, espere, es la chica nueva.

Puso los brazos en jarras y no dijo nada.

– ?Esta aqui? -insisti.

– ?De parte de quien?

Arquee una ceja, pero no me sale muy bien. Queria ponerme chulo, pero siempre acabo pareciendo estrenido.

– El presidente de Estados Unidos.

– ?Que?

Le di una de mis tarjetas. La leyo y me sorprendio gritando:

– ?Raya! ?Raya Singh!

Raya Singh se adelanto y yo retrocedi. Era mas joven de lo que esperaba, veintipocos anos, y absolutamente espectacular. Lo primero que veias -y era imposible no verlo con aquellos velos- era que Raya Singh tenia mas curvas de lo que parecia anatomicamente posible. Estaba quieta, pero parecia que se moviera. Tenia unos cabellos oscuros y despeinados que suplicaban ser tocados. Su piel era mas dorada que morena y tenia unos ojos almendrados en los que un hombre podia perderse y no volver a encontrar el camino jamas.

– ?Raya Singh? -dije.

– Si.

– Me llamo Paul Copeland. Soy el fiscal del condado de Essex, en Nueva Jersey. ?Podemos hablar un momento?

– ?Es por lo del asesinato?

– Si.

– De acuerdo entonces.

Su voz sonaba educada, con un deje de internado de Nueva Inglaterra que pregonaba refinamiento mas alla de su origen geografico. Intente no mirarla con demasiada intensidad. Ella se dio cuenta y sonrio un poco. No quisiera parecer un pervertido porque no lo soy. La belleza femenina me llama la atencion. No creo que sea el unico. Me llama la atencion como lo hace una obra de arte. Me llama la atencion como un Rembrandt o un Miguel Angel. Como las noches de Paris, o como el sol cuando sale en el Gran Canon o se pone en el cielo turquesa de Arizona. Mis pensamientos no eran ilicitos. Eran mas bien razonamientos artisticos.

Me hizo salir a la calle, donde se estaba mas tranquilo. Se abrazo a si misma como si tuviera frio. El movimiento, como casi todos sus movimientos, fue casi una insinuacion. Probablemente no podia evitarlo. Todo en ella te hacia pensar en cielos iluminados por la luna y camas con dosel, y supongo que esto tira por tierra lo de mis «razonamientos artisticos». Estuve a punto de ofrecerle mi abrigo, pero no hacia frio en absoluto. Ademas, yo no llevaba abrigo.

– ?Conoce a un hombre llamado Manolo Santiago? -pregunte.

– Le asesinaron -dijo.

Hablo con una entonacion un poco rara, como si estuviera leyendo.

– ?Pero le conocia?

– Si, le conocia.

– ?Eran amantes?

– Todavia no.

– ?Todavia no?

– Nuestra relacion era platonica -aclaro.

Mis ojos se posaron en el asfalto y despues en el otro lado de la calle. Mejor. En realidad no me importaba mucho el asesinato o quien lo hubiera cometido. Me importaba descubrir quien era Manolo Santiago.

– ?Sabe donde vivia?

– No, lo siento, no lo se.

– ?Como se conocieron?

– Me abordo en la calle.

– ?Asi, sin mas? ?La abordo en la calle?

– Si -dijo.

– ?Y a continuacion?

– Me pregunto si me apetecia tomar un cafe.

– ?Y acepto?

– Si.

Me arriesgue a mirarla otra vez. Preciosa. El velo contra la piel oscura… era arrebatadora.

– ?Lo hace siempre? -pregunte.

– ?Hacer que?

– ?Aceptar la invitacion de un desconocido para tomar cafe?

Eso parecio divertirla.

– ?Tengo que justificar mi comportamiento ante usted, senor Copeland?

– No.

Permanecio en silencio.

– Necesitamos saber mas del senor Santiago -dije.

– ?Puedo preguntar por que?

– Manolo Santiago era un alias. Intento descubrir su nombre autentico, para empezar.

– No sabria decirle.

– A riesgo de parecer grosero, tengo dificultades para entenderlo.

– ?Para entender que?

– Los hombres deben de intentar ligar con usted continuamente.

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