Hubiera preferido un buen baston antiguo o, mejor aun, una espada como la del capitan Koudelka, que uno podia clavar en el suelo a cada paso con satisfaccion como si estuviese atravesando a algun enemigo adecuado; Kostolitz, por ejemplo. Hizo una pausa para equilibrarse antes de encaminarse a la Casa Vorkosigan.
Bajo la luz matinal del otono, particulas diminutas centelleaban calidamente en el granito gastado, a pesar de la niebla industrial que pendia sobre la capital de Vorbarr Sultana. Un lejano estrepito, calle abajo, indicaba el lugar donde una mansion similar estaba siendo demolida para dar paso a un edificio moderno. Miles observo la gran mansion frente a el, del otro lado de la calle; una figura se movio contra la linea de la azotea. Las almenas habian cambiado, pero los soldados vigias aun acechaban entre ellas.
Bothari, apareciendo silenciosamente por detras suyo, se inclino de pronto para recoger una moneda de la acera. La guardo con cuidado en su bolsillo izquierdo. El bolsillo especial.
La boca de Miles se arqueo y su mirada se hizo afectuosa y alegre.
— ?Todavia la dote?
— Por supuesto — respondio serenamente Bothari. Su voz era de un registro sumamente bajo y de cadencia monotona. Uno tenia que conocerlo muy bien para interpretar esa falta de expresividad. Miles conocia cada infima variacion de su timbre, como una persona conoce su propio cuarto en la oscuridad.
— Has estado ahorrando centavos de marco para Elena desde que tengo memoria. ?Las dotes se terminaron junto con la caballeria, por el amor de Dios! Ahora incluso los Vor se casan sin ellas. Esta no es la Epoca del Aislamiento — bromeo Miles en un tono amable y cuidadosamente respetuoso por la obsesion de Bothari. Bothari, despues de todo, habia tratado siempre seriamente la ridicula locura de Miles.
— Me propongo que ella tenga todo lo justo y apropiado.
— A estas alturas, ya debes de tener ahorrado lo suficiente como para comprar a Gregor Vorbarra — dijo Miles, pensando en los cientos de pequenos ahorros que su guardaespaldas habia practicado ante el, a lo largo de los anos, para asegurar la dote de su hija.
— No deberias hacer bromas sobre el emperador. — Bothari desalento firmemente, como correspondia, este fortuito intento de humor.
Miles suspiro y comenzo a tentar prudentemente su ascenso por los escalones, las piernas rigidas en sus inmovilizadores de plastico.
Los calmantes que habia tomado antes de dejar la enfermeria estaban empezando a perder su efecto. Se sentia indeciblemente cansado. No habia dormido en toda la noche, mantenido a base de anestesia local, conversando y bromeando con el cirujano mientras este perdia en vano el tiempo, interminablemente, juntando los minusculos fragmentos rotos de hueso como un rompecabezas inusualmente complicado. Monte un espectaculo bastante bueno, se decia Miles queriendo tranquilizarse; pero anhelaba salir del escenario y hundirse. Solo un par de actos mas que representar.
— ?Que clase de hombre estas planeando comprar? — sondeo delicadamente Miles en una pausa de su subida.
— Un oficial — respondio firmemente Bothari.
La sonrisa de Miles se retorcio. ?Con que ese es tambien el pinaculo de tu ambicion, sargento?, se pregunto para si.
— No demasiado pronto, confio.
Bothari resoplo.
— Por supuesto que no. Ella es solo… — Hizo una pausa; las arrugas se ahondaban entre sus ojos —. El tiempo ha pasado… — se le escapo en un murmullo.
Miles vencio con exito los peldanos y entro en la Casa Vorkosigan, preparandose para hacer frente a la familia. La primera iba a ser su madre, al parecer; no era problema. Aparecio al frente de la gran escalera frente al salon, al tiempo que un sirviente abrio la puerta a Miles. Lady Vorkosigan era una mujer madura, con el fogoso rojo de su cabello apagado por el gris natural y su altura disimulando habilmente unos pocos kilos de mas. Respiraba un poco agitada; probablemente habria bajado corriendo las escaleras cuando le vieron acercarse a la casa. Intercambiaron un breve abrazo. Su mirada era seria y no condenatoria.
— ?Esta padre en casa? — pregunto Miles.
— No. El y el ministro Quintillian estan esta manana en el cuartel general, peleando con el Estado Mayor por el presupuesto. Me pidio que te enviara su carino y que te dijera que tratara de estar aqui para el almuerzo.
— ?El… todavia no le ha dicho al abuelo lo de ayer?
— No, aunque creo en verdad que deberias haberlo dejado. Esta manana ha sido bastante embarazosa.
— Apuesto a que si. — Miro hacia la escalera. Era algo mas que sus piernas en mal estado lo que las hacia parecer una montana. Bien, terminemos primero con lo peor —. ?Esta arriba?
— En sus aposentos. Aunque me alegra decir que, hoy por la manana, ha estado paseando por el jardin.
— Mm. — Miles comenzo a dirigirse hacia el piso superior.
— El ascensor — dijo Bothari.
— Oh, diablos, es solo un tramo.
— El cirujano ha dicho que debias mantenerte lejos de las escaleras tanto como sea posible.
La madre de Miles confirio a Bothari una sonrisa de aprobacion que este reconocio suavemente con un susurrado «Milady». Miles se encogio de hombros grunendo y se encamino hacia la parte trasera de la casa.
— Miles — dijo su madre cuando el pasaba —, no… Es muy anciano, no esta demasiado bien y no ha debido ser cortes con nadie durante anos; tomalo en sus propios terminos, ?de acuerdo?
— Sabes que lo hago. — Sonrio ironicamente para demostrar lo sincero que se proponia ser. Los labios de ella se curvaron en respuesta, pero su mirada seguia siendo seria.
Se encontro con Elena Bothari, quien salia del despacho del abuelo. El guardaespaldas saludo a su hija con una callada inclinacion de cabeza y recibio a cambio una de las timidas sonrisas de Elena.
Por milesima vez, Miles se pregunto como un hombre tan feo pudo engendrar a una hija tan hermosa. Cada uno de los rasgos de el tenia su eco en el rostro de la joven, pero ricamente transmutado. A los dieciocho anos, era casi tan alta como su padre, aunque, mientras este era delgado y tenso como la cuerda de un latigo, ella era esbelta y vibrante. La nariz de el era un pico y la de ella, un elegante perfil aquilino; demasiado angosta la cara de Bothari, la de Elena tenia el aire de un aristocratico sabueso perfectamente criado, un galgo o un borzoi. Tal vez fueran los ojos los que establecian la diferencia; los de Elena eran oscuros y brillantes, alertas, pero sin la siempre cambiante y jamas risuena vigilancia de los de su padre. O el cabello: entrecano el de el, recortado toscamente a la manera militar; largo, lacio y oscuro el de ella. Una gargola y una santa, hechas por el mismo escultor, frente a frente en el portal de alguna catedral antigua.
Miles se sacudio de su arrobamiento. Los ojos de Elena se encontraron brevemente con los suyos y su sonrisa se desvanecio. Miles recompuso su postura alicaida y fatigada y esbozo para ella una falsa sonrisa, esperando atraer una autentica de Elena. No demasiado pronto, sargento…
— Oh, estoy tan contenta de que hayas vuelto — le saludo Elena —. Esta manana ha sido terrible.
— ?Estuvo caprichoso?
— No, alegre; jugando a Strat-O conmigo y sin prestar atencion. Casi le gano, ?sabes? Ha contado sus historias de guerra y ha preguntado por ti; si hubiera tenido un mapa de la pista en la que corrias, habria estado clavando alfileres en el mapa para indicar tu imaginario progreso… No tengo que quedarme, ?no?
— No, por supuesto que no.
Elena le dirigio una sonrisa de alivio y se alejo por el corredor, echando una mirada inquieta hacia atras por encima del hombro.
Miles tomo aliento y atraveso el umbral del despacho del general conde Piotr Vorkosigan.
2
El viejo estaba levantado, afeitado y sobriamente vestido para la ocasion. Sentado en una silla, miraba pensativamente a traves de la ventana, contemplando el jardin situado detras de la casa. Levanto la vista con desaprobacion al ser interrumpido en sus meditaciones, vio que era Miles y una ancha sonrisa se le dibujo en el