— La sangre — dijo Miles — lava el pecado. El sargento decia eso.

— Ya veo.

No puso mas objeciones, sino que se sento en silencio, acompanandole, con la espalda recostada contra un arbol, mirando al lago. Era su educacion betana, suponia Miles; su madre jamas parecia cansarse de contemplar deleitada el agua contra el cielo abierto.

Termino al fin. La condesa Vorkosigan le ofrecio una mano para que saliera del pozo. Miles tomo el control de la camilla flotante y enterro la caja oblonga, que habia esperado pacientemente todo ese tiempo por su descanso. Bothari siempre le habia esperado pacientemente.

Recubrirla de tierra fue un trabajo mas rapido. La piedra que su padre habia ordenado no estaba terminada todavia; labrada a mano, como las del resto de la familia. El abuelo de Miles descansaba no lejos de alli, junto a su abuela, a la que Miles no llego a conocer, muerta decadas atras durante la guerra civil barrayarana. Su mirada se demoro un momento, de un modo incomodo, en el doble espacio reservdo al lado de su abuelo, sobre la falda, y perpendicular a la tumba del sargento. Pero esa carga todavia estaba por venir.

Puso un plato de cobre sobre un tripode, al pie de la tumba. En el apilo ramitas de enebro de las montanas y un mechon de su propio pelo. Saco entonces de su bolsillo una chalina de color, la abrio cuidadosamente y puso un bucle de cabello oscuro mas fino entre las ramas. Su madre agrego una mecha de corto pelo gris y una gruesa, generosa trenza de su propio cabello rojizo, y se retiro a cierta distancia.

Miles, tras una pausa, puso la chalina junto al cabello.

— Me temo que fui una Baba de lo mas inadecuada — susurro disculpandose —. Jamas me propuse mofarme de ti. Pero Baz la ama, cuidara bien de ella… Mi palabra fue muy facil de dar, muy dificil de mantener. Pero… ?Vaya, vaya! — Agrego pedacitos de cortezas aromaticas —. Vas a descansar calido aqui, mirando como el lago cambia su rostro, de invierno a primavera, de verano a otono. Ningun ejercito marcha aqui, e incluso las noches mas cerradas no son completamente oscuras. Seguramente Dios no te pasara por alto, en un sitio como este. Habra gracia y perdon suficientes, viejo lobo, aun para ti. — Encendio la ofrenda —. Te ruego que me guardes un trago de esa copa cuando te hayas saciado.

EPILOGO

El ejercicio de acoplamiento de emergencia al muelle fue convocado en medio del ciclo nocturno, naturalmente. Proablemente el lo habria dispuesto del mismo modo, penso Miles mientras se apresuraba con sus camaradas cadetes por los pasillos de la plataforma de armas orbitales. Para su grupo, las cuatro semanas de dentrenamiento orbital debian terminar manana.

Llego al pasillo de la lanzadera que tenia asignada al mismo tiempo que su correcluta y que el instructor. La cara del instructor era una mascara de neutralidad. El cadete Kostolitz examino a Miles con acritud.

— ?Todavia llevas ese venablo para cerdor, eh? — dijo Kostolitz, con un irritado gesto dirigido a la daga que Miles llevaba en la cintura.

— Tengo permiso — respondio Miles tranquilamente.

— ?Duermes con eso?

Una breve, suave sonrisa.

— Si.

Miles considero el problema de Kostolitz. Los accidentes de la historia barrayarana garantizaban que tendria que haberselas con la conciencia de clase de sus oficiales a todo lo largo de su carrera en el Servicio Imperial, agresiva como la de Kostolitz o en formas mas sutiles. Debia aprender a soportar el asunto no solamente bien, sino de un modo constructivo si queria que sus oficiales le brindaran lo mejor de si mismos.

Tuvo la misteriosa sensacion de ser capaz de ver a traves de Kostolitz, del mismo modo en que un medico ve a traves de un cuerpo con sus instrumentos de diagnostico. Cada giro y desgarro y desgaste emocional, cada incipiente cancer de resentimiento generado por estos hechos, le parecia subrayado en rojo en el ojo de su mente. Paciencia. El problema se mostraba a si mismo con creciente claridad. La solucion llegaria a su tiempo, oportunamente. Kostolitz podia ensenarle mucho. Este ejercicio de entrada en el muelle podia resultar interesante, despues de todo.

Kostolitz habia adquirido un delgado brazalete verde desde la ultima vez que los habian puesto juntos, advirtio Miles. Se pregunto a que talento, de entre los instructores, se le habia ocurrido esa idea. Los brazaletes eran, mas bien, como obtener una estrella dorada en un escrito, pero al reves: el verde representaba herida en los ejercicios de instruccion; el amarillo, muerte, a juicio de cualquier instructor que estuviese arbitrando la catastrofe simulada. Muy pocos cadetes se las arreglaban para escapar de estos ciclos de entrenamiento sin una coleccion de brazaletes. Miles se habia encontrado el dia anterior con Ivan Vorpatril, quien exhibia dos verdes y uno amarillo, no tan mal como el desafortunado camarada que habia visto la noche pasada en el comedor, quien lucia cinco amarillos.

La manga no condecorada de Miles estaba llamando la atencion de los instructores, ultimamente, un poco mas de lo que el deseaba realmente. La notoriedad tenia un lado agradable; algunos de los mas vivos entre sus colegas cadetes rivalizaban silenciosamente por tener a Miles en su grupo, como repelente contra brazaletes. Por supuesto, los verdaderamente vivos le evitaban ahora como la plaga, al darse cuenta de que estaba empezando a atraer el fuego. Miles se sonreia a si mismo, en alegre presentimiento de algo realmente solapado y bajo cuerda proximo a suceder. Cada celula de su cuerpo parecia estar alerta y cantando.

Kostolitz, con un sofocado bostezo y un ultimo grunido a la aristocratica daga decorativa de Miles, comenzo a comprobar la banda de estribor de la lanzadera. Miles hizo lo propio con la banda de babor. El instructor flotaba entre ellos, mirando atentamente por encima de sus hombros. Habia sacado algo bueno de sus aventuras con los Mercenarios Dendarii, reflexiono Miles; su nausea por el vacio habia desaparecido, un inesperado beneficio colateral del trabajo que el cirujano de Tung habia hecho con su estomago. Pequenos privilegios.

Kostolitz estaba trabajando rapidamente, segun vio Miles por el rabillo del ojo. Les estaban controlando el tiempo. Kostolitz conto las mascaras de aire de emergencia por el plexiglas de su estuche y continuo deprisa. Miles estuvo a punto de hacerle una sugerencia, pero apreto la mandibula; no seria apreciada. Paciencia. Articulo. Articulo…, equipo de primeros auxilios, correctamente, en su sitio. Automaticamente sospechoso, Miles lo abrio y lo comprobo para ver que todo su contenido estuviera ciertamente intacto. Cinta adhesiva, torniquetes, venda de plastico, medicinas, oxigeno de emergencia… no habia sorpresas ocultas alli. Deslizo una mano hasta el fondo de la caja y contuvo el aliento… ?Explosivo plastico? No, solamente una pelota de goma de mascar.

Kostolitz habia terminado y esperaba impacientemente cuando Miles llego a la parte de delante.

— Eres lento, Vorkosigan.

Kostolitz apreto su tablilla de informes en la ranura de lectura y se deslizo en el asiento del piloto.

Miles advirtio un interesante bulto en el bolsillo del pecho del instructor. Se palpo sus propios bolsillos y ensayo una sonrisa de contrariedad.

— Oh, senor — le dijo amablemente al instructor —. Me parece que he perdido mi lapiz optico. ?Puedo pedirle prestado el suyo?

El instructor se lo arrojo de mala gana. Miles parpadeo. Ademas del lapiz optico, el bolsillo del instructor contenia tres mascaras de respiracion de emergencia, plegadas. Un numero interesante, tres. Cualquiera en una estacion espacial podria llevar una mascara en el bolsillo como cosa habitual, pero ?tres? Sin embargo, habia una docena de mascaras de respiracion listas, al alcance de la mano. Kostolitz acababa de comprobarlas… No, Kostolitz acababa de contarlas tan solo.

— Los lapices opticos son un problema habitual — dijo el instructor con frialdad —, se supone que debeis llevarlo encima. Vosotros los negligentes vais a hacer que la Oficina de Contabilidad nos caiga encima a nosotros uno de estos dias.

— Si, senor. Gracias, senor. — Miles firmo su nombre con una rubrica, se llevo el lapiz al bolsillo y saco dos entonces —. Oh, aqui esta el mio. Lo siento, senor.

Entro su tablilla de informes y se acomodo en el asiento del copiloto. Con el asiento al limite de su ajuste hacia adelante, alcanzaba justo a los pedales de control. El equipamiento imperial no era tan flexible como lo habia sido el de los mercenarios. No importaba. Se alecciono a si mismo para prestar estricta atencion. Aun era torpe en el manejo de los controles de lanzadera, pero un poco mas de practica y nunca mas volveria a estar a

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