?Salud, Senor del Fuego! te oi en mi mente.

— Kyo nos ha conducido hasta ti — dijo Mogien —. Desde que desembarcaramos en la costa de Fiern, diez dias atras, no volvio a decir palabra. Pero anoche, sobre la orilla del estrecho, cuando surgio Lioka, escucho con atencion, bajo la luz de la luna, y dijo «hacia alla». Amanecido el dia, volamos hacia donde el nos indicara y asi te hemos hallado.

— ?Donde esta Iot? — pregunto Rocannon, al ver que solo Raho sostenia las riendas de las bestias.

— Muerto — repuso Mogien, sin cambiar de expresion —. Los Olgyior nos atacaron entre la niebla, en la playa. Tenian solo piedras, no armas; pero eran muchos. Mataron a Iot y tu te perdiste. Nos ocultamos en una cueva, en los acantilados, hasta que las bestias pudieran volar nuevamente. Raho fue a merodear y oyo la historia de un extranjero que soportaba el fuego sin arder y que llevaba una piedra azul. De modo que cuando las bestias volaron, nos dirigimos hacia el fuerte de Zgama; al no hallarte, pusimos fuego a sus techos hediondos, espantamos los rebanos hacia el bosque y comenzamos a buscarte por la costa del estrecho.

— La joya, Mogien — interrumpio Rocannon —, el Ojo del Mar… he tenido que comprar nuestras vidas con el. Lo he entregado.

— ?La joya? — exclamo Mogien, con los ojos fijos —. ?El collar de Semley? ?Te has desprendido de el? ?No para comprar tu vida! A ti, ?quien puede hacerte dano? ?Para comprar una vida inutil, la de este medio hombre desobediente? ?Has vendido bien barata mi herencias…! ?Toma! ?Aqui esta! ?No es tan facil perderla! — arrojo algo al aire con una carcajada, lo cogio y se lo tendio a Rocannon, que inmovil vio de pronto en su mano la piedra azul, brillante, la maciza cadena de oro.

— Ayer nos encontramos con dos Olgyior, y uno muerto, sobre la otra ribera del estrecho; nos detuvimos para preguntarles acerca de un viajero desnudo que tendrian que haber visto, por fuerza, de camino con su inutil sirviente. Uno de ellos bajo la cabeza y nos conto la historia, asi es que cogi la joya de manos del otro. Tambien su vida, porque hubo pelea. Entonces supimos que habias atravesado el estrecho. Y Kyo nos condujo directamente a ti. Pero ?por que ibas hacia el norte, Rokanan?

— Iba… iba en busca de agua.

— Hay un arroyo hacia el oeste — intervino Raho —. Lo divise antes de veros a vosotros.

— Hacia alli, pues. Yahan y yo no hemos bebido ni una gota desde anoche.

Montaron. Y con Raho, Kyo en su antiguo puesto, junto a Rocannon. La hierba batida por el viento se alejo de ellos, que, suspendidos entre la vasta planicie y el sol, volaron hacia el sudoeste.

Acamparon junto al arroyo, que corria cristalino y lento entre matas sin flor. Por fin Rocannon pudo quitarse el traje protector y vestirse con al prendas de Mogien. Comieron duro pan, traido de Tolen, raices de peya y cuatro gazapos alados que cazaran Raho y Yahan, feliz otra vez al volver a coger un arco. Los seres vivientes de la llanura, en su mayoria, volaban por encima de las flechas, pero se dejaban atrapar por las monturas en el vuelo, pues no huian. Incluso las bestezuelas verdes, moradas y amarillas — kilar era su nombre — parecidas a insectos, aunque en rigor perteneciesen a la especie marsupial, no mostraban miedo alli sino que desplegaban su curiosidad rondando las cabezas de los viajeros, observandolos con sus redondos ojos dorados, posandose sobre una mano o una rodilla, rozandolos en el vuelo. Toda la enorme llanura herbosa se mostraba falta de vida inteligente. Mogien aseguro que no hablan visto trazas de hombres ni de otros seres, durante su vuelo.

— Hemos creido ver algo, anoche, cerca del fuego — dijo Rocannon, dubitativo, porque, ?que habian visto en realidad? Kyo miro al etnologo, desde su lugar junto a la lumbre; Mogien se desprendio el cinturon que portaba las dos espadas y nada dijo.

Levantaron el campamento al alba y durante todo el dia marcharon con el viento entre llanura y sol. Volar sobre la planicie era tan grato como duro habia sido andar por ella. Asi transcurrio el dia siguiente, y poco antes de la noche, mientras miraban por alguno de los arroyuelos que muy de trecho en trecho quebraban la superficie herbosa, Yahan giro sobre la silla y grito en el viento:

— ?Olhor! ?Mira al frente!

Lejos, en el horizonte sur, una linea grisacea y entrecortado rompia la suavidad de la planicie.

— ?Las montanas! — exclamo Rocannon, y al mismo tiempo oyo que, a su espalda, Kyo respiraba entrecortadamente, como con temor.

En el siguiente dia de vuelo vieron que las praderas se elevaban en ondulaciones graduales y suaves collados; amplias olas en un mar inmovil. Por encima de sus cabezas, las nubes se apinaban hacia el norte y a lo lejos el terreno se mostraba cambiante, quebrado, creciente en la oscuridad. Al anochecer las montanas estaban claras aun; mientras la planicie ya se habia hundido en las sombras, los apenas visibles picos de las lejanas cimas del sur brillaban, dorados. Por detras surgio la luna Lioka, el gran astro amarillo, e inicio su carrera presurosa. Tambien brillaban Feni y Feli, marchando imponentes de este a oeste; la cuarta, Heliki, se mostro luego para darse a la persecucion de las otras, radiante en sus fases continuadas y breves, creciendo y decreciendo. Rocannon yacia de espaldas sobre la hierba alta y oscura, contemplando la ininterrumpida y luminosa complejidad de aquella danza lunar.

Por la manana, cuando, junto con Kyo, estaba a punto de montar, Yahan le advirtio, de pie junto a la cabeza de la bestia alada:

— Cabalga con cuidado hoy, Olhor. — La bestia emitio un rugido hondo, que parecia corroborar las palabras del joven, y al que hizo eco la montura de Mogien.

— ?Que las inquieta?

— ?El hambre! — repuso Kyo que mantenia tensas las riendas de su blanca bestia —. Se hartaron de la carne de los ganados de Zgama, pero desde que iniciamos el viaje por esta llanura no han olido gran cosa y esas bestezuelas aladas no son mas que un bocado. Cinete la capa, Senor Olhor, porque si llega al alcance de sus mandibulas, seras la cena de tu propia montura.

Yaho, cuyo cabello castano y oscura piel daban testimonio de la atraccion que una de sus abuelas habia ejercido en algun noble Angyar, era mas brusco y burlon que la mayoria de los hombres normales. Mogien jamas lo habia reganado por ello y la rudeza de Raho no ocultaba su apasionada lealtad hacia su senor. Hombre ya maduro, pensaba que aquel viaje era una empresa descabellada, pero a la vez solo se cuidaba de acompanar a su joven amo en cualquier peligro que se presentara.

Yahan tendio las riendas a Rocannon y se aparto de la bestia gris, que brinco en el aire como una flecha. Todo ese dia los tres animales volaron infatigables hacia los cotos que presentian o husmeaban en el sur; el viento del norte los favorecia. Por debajo de la barrera flotante de montanas, romos cerros montuosos y oscuros se divisaban ahora con claridad. Surgian aqui y alla bosquecitos y sotos, como islas en el mar, inmenso de hierba. Los sotos se fueron convirtiendo en montes separados por superficies verdes, y antes del anochecer el pequeno grupo arribo a un lago rodeado de juncias, entre colinas boscosas. Con rapidez y cautela los dos normales liberaron a las bestias de arreos y monturas y las dejaron marchar. Una vez en el aire, bramando y con las alas vertiginosas en su batir, cogieron tres direcciones distintas y desaparecieron sobre las colinas.

— Volveran cuando esten satisfechas — dijo Yahan a Rocannon —, O cuando el Senor Mogien haga oir su silbido sordo.

— En ocasiones traen consigo alguna hembra… de las salvajes — agrego Raho para ilustrar al etnologo, lego en estos temas.

Mogien y sus siervos se dispersaron para cazar cualquier presa que pudiesen hallar; Rocannon arranco algunas raices de peya y, envueltas en sus propias hojas, las metio entre las cenizas de la lumbre para que se asaran. Se habia convertido en un experto del aprovechamiento de los dones de la tierra y esto le hacia feliz; los dias de vuelos prolongados desde el alba hasta el crepusculo, de hambre nunca saciada, de dormir sobre el suelo desnudo, en el viento primaveral, lo habian purificado y se sentia abierto a cualquier sensacion, a todas las impresiones. Se puso de pie; vio que Kyo se habia aproximado a la orilla del lago y alli estaba su figura diminuta, tan gracil como las juncias que crecian en el agua. El Fian tenia fijos los ojos en las montanas grisaceas del sur, que en sus picos reunian todas las nubes y el silencio del firmamento. Al llegar junto a el, Rocannon advirtio en su rostro una sombra desolada y ansiosa a la vez; sin volverse, con voz debil y temblorosa, Kyo dijo:

— Olhor, tienes la joya contigo, nuevamente.

— Aun trato de librarme de ella — repuso Rocannon, con una mueca.

— Tendras que dar mas que oro y piedras preciosas… ?Que podras dar, Olhor, alla entre el frio, en los lugares altos, en los lugares grises? Del fuego al hielo…

Rocannon le oyo y, aunque tenia los ojos fijos en el, no vio que sus labios se movieran. Un estremecimiento

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