miedo: ver a un «senor» arrojando una joya que representaba el tributo de un reino para salvar la vida de un hombre normal, su propia vida, era ver subvertido todo ordenamiento, implicaba, para Yahan, una responsabilidad intolerable —. ?Ha sido un error, Senor de las Estrellas! ?Ha sido un error! — sollozo.

— ?Comprar tu vida con una piedra? Vamos, Yahan, tranquilizate. Te helaras si no encendemos un fuego. ?Donde esta tu encendedor? Aqui hay buena cantidad de ramas secas. ?Manos a la obra!

Se ingeniaron para encender un fuego alli, en la playa, y lo alimentaron hasta que fue mas fuerte que la noche y el silencioso y agudo frio. Rocannon envolvio a Yahan con la capa del cazador; el joven se tendio y pronto quedo dormido. Rocannon mantenia viva la lumbre, inquieto y sin deseos de dormir. El tambien estaba perturbado por el episodio del collar; no se trataba del valor de la joya, sino que recordaba habersela entregado a Semley, la memoria de cuya belleza, a lo largo de muchos anos, lo habia traido a aquel mundo; recordaba que Haldre se lo habia puesto en las manos con la esperanza — y el lo sabia bien — de alejar las sombras, de evitar la temprana muerte de su hijo, tan temida. Tal vez habia ocurrido lo mejor; ahora el valor y la belleza de la joya no habrian de interferir. Tal vez, si todos los males se sumaban, Mogien jamas sabria de la perdida, porque quiza no lo hallaria o quiza estaba muerto. Rechazo la idea. Mogien estaba buscandolos, a el y a Yahan; esta debia ser su certeza basica. Les estaria buscando en direccion sur. Porque ?que otro plan habia elaborado, sino el de ir hacia el sur para encontrar al enemigo, o, si sus suposiciones habian sido erradas, no hallarlo? Con la compania de Mogien, o sin el, marcharia hacia el sur.

Iniciaron la jornada al amanecer, escalando las colinas de la costa a la dudosa luz del alba, para alcanzar las cimas en el momento en que el sol naciente les descubria una elevada y vacia planicie que se extendia hasta el horizonte, oscurecida con la sombra de densas matas. En apariencia, Piai no se habia equivocado al asegurar que nadie vivia al sur del estrecho. Cuando menos, Mogien estaria en condiciones de verlos a muchos kilometros de distancia. Se encaminaron hacia el sur.

Hacia frio, pero el tiempo era bueno. Yahan llevaba todas las ropas de que disponian, Rocannon su traje protector. Vadearon una y otra vez riachuelos que iban a desembocar al estrecho, y con esas aguas apaciguaron la sed. Ese dia y otro mas transcurrieron; una planta llamada peya les proporciono algo de comida con sus raices, y Yahan, con una estaca, cazo un par de animalillos alados, semivoladores, semisaltarines, parecidos a gazapos, a los que cocio sobre una lumbre de ramas secas. Ninguna otra cosa viviente se cruzo en su camino. Nitida hasta confundirse con el cielo, la elevada pradera se extendia, sin arboles, sin senderos, silenciosa.

Oprimidos por la inmensidad, los dos hombres estaban sentados junto a la debil lumbre en el vasto desierto, sin decir una palabra. Con largos intervalos, sobre sus cabezas, como una pulsacion en la noche, llegaba el grito debil, muy alto en el aire, de los barilor, grandes bestias aladas salvajes de la misma especie que los domesticados horilor, emigraban hacia el norte, pues ya era tiempo de primavera. Las estrellas mas grandes podian ser oidas por una manada de aquellos animales, pero nunca se oia mas que un unico grito breve, una pulsacion en el viento.

— ?En que estrella has nacido, Olhor? — pregunto Yahan con tono suave, mientras observaba el cielo.

— Naci en un planeta al que el pueblo de mi madre llama Hain y el de mi padre Davenant. A su sol vosotros lo llamais Corona de Invierno. Pero lo deje hace mucho tiempo…

— Entonces vosotros, la gente de las estrellas, ?no sois un solo pueblo?

— Varios cientos. Por mi sangre pertenezco por entero a la raza de mi madre; mi padre, que era un terrestre, me adopto. Es costumbre hacerlo asi cuando individuos de distintas especies que no pueden tener hijos entre si se casan. Como si uno de tu pueblo se casara con una mujer Fian.

— Eso jamas ocurrira — dijo Yahan, tajante.

— Lo se. Pero los terrestres y los davenanteses son como tu y yo. Pocos son los mundos que tienen tantas razas distintas como este. Por lo comun hay una sola, parecida a nosotros, y el resto son animales que no poseen habla.

— Has visto muchos mundos — dijo el joven con tono sonador, intentando concebir la idea con claridad.

— Demasiados — dijo el etnologo —. segun vuestros anos, tengo cuarenta — Pero he nacido hace ciento cuarenta anos. He perdido cien anos sin vivirlos, yendo de un mundo a otro. Si volviese a Davenant o a la Tierra, las personas que conoci estarian muertas hace mucho. Solo puedo seguir adelante; o detenerme, en algun lugar… ?Que es eso? — El aura de una presencia parecio silenciar hasta el silbido del viento entre la hierba. Algo rebullo en la linde de la luz del fuego; una sombra enorme, un trozo de oscuridad. Tenso, Rocannon se incorporo; Yahan brinco lejos de la lumbre.

Nada se movia. El viento silbo otra vez entre la hierba, a la luz grisacea de las estrellas. En el horizonte brillaban, claros, los astros, sin sombra que los enturbiara.

Ambos hombres se reunieron junto al fuego.

— ?Que ha sido eso? — pregunto Rocannon.

Yahan sacudio la cabeza:

— Piai me hablo de… algo…

Durmieron por turnos, para mantener una guardia. Cuando llego el lento amanecer, se sentian rendidos. Buscaron huellas o marcas donde les pareciera ver la sombra, pero la hierba tierna no delataba rastro alguno. Taparon las ascuas y marcharon hacia el sur, bajo la luz del sol.

Habian creido que cruzarian muy pronto alguna corriente de agua, pero no fue asi. O bien los cursos tomaban direccion sur a norte ahora, o bien ya no los habia, simplemente. La llanura inalterable antes, iba haciendose cada vez mas seca, cada vez mas gris a medida que avanzaban. Durante aquella manana no vieron ni una sola mata de peya, solo la tosca hierba verde grisacea, extendida hasta donde alcanzaba la vista.

Al mediodia Rocannon se detuvo.

— Es inutil, Yahan.

Yahan luego volvio su flaco y extenuado rostro hacia Rocannon:

— Si quieres seguir adelante, Senor, lo hare.

— No podemos; no sin agua ni comida. Robaremos un bote en la costa y regresaremos a Hallan. Esto es inutil. Vamos.

Rocannon dio media vuelta y comenzo la marcha hacia el norte. Yahan iba a su lado. El alto cielo de primavera se quemaba en su azul; el viento silbaba sin cesar en la superficie interminable de la hierba. Rocannon marchaba pesadamente, con los hombros caidos; cada paso le hundia mas y mas en el exilio y la derrota. No se volvio cuando Yahan se detuvo.

— ?Monturas aladas!

Entonces elevo los ojos y los vio, tres grandes felinos, casi miticos grifos, describiendo circulos sobre sus cabezas, con las garras abiertas, las alas negras contra el calido cielo azul.

SEGUNDA PARTE — EL VAGAMUNDO

VI

Mogien salto de la silla antes de que la bestia tocara suelo, corrio hacia el etnologo y lo abrazo como a un hermano. Su voz vibro con deleite y alivio:

— ?Por la lanza de Hendin, Senor de las Estrellas! ?Por que andas totalmente desnudo en este desierto? ?Como has hecho para llegar tan al sur, si te diriges hacia el norte? ?Estas…? — Mogien encontro los ojos de Yahan y su voz murio.

— Yahan es mi siervo — explico Rocannon.

Mogien no repuso. Tras una evidente lucha interior comenzo a sonreir, y por fin estallo en carcajadas.

— ?Has aprendido nuestras costumbres para robarme los sirvientes, Rokanan? Pero ?quien te robo tus ropas?

— Olhor lleva mas de una piel — dijo Kyo, acercandose con su paso diminuto a traves de la hierba —.

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