ojos del rostro de Zgama.

— Yo soy el amo aqui — dijo el fornido normal, cuya voz sonaba consternada —. ?Nadie atraviesa mi tierra!

Rocannon no hablo ni pestaneo.

Zgama iba comprendiendo que en aquella batalla de miradas llevaba las de perder; todo su pueblo tenia los ojos fijos en el extranjero.

— ?Deja de mirarme! — grito. Rocannon no se movio; estaba frente a una personalidad batalladora, pero ahora era tarde ya para variar su tactica —. ?Deja de mirarme! — Zgama otra vez y luego desenvaino la espada, la blandio y con un tremendo golpe intento seccionar la cabeza del extranjero.

Pero la cabeza del extranjero no cayo; solo se tambaleo, mientras que la espada rebotaba como contra una roca. Todos los que estaban alrededor de la lumbre susurraron un nuevo «aaaah». El prisionero se mantenia firme e inmovil, con los ojos fijos en Zgama.

Zgama dudo; estuvo a punto de contradecirse y permitir que aquel misterioso individuo se marchara. Pero la tozudez de su raza se impuso, mas alla de su desconcierto y temor.

— ?Cogedlo! ?Atadle las manos! — vocifero el normal. Al ver que sus hombres no se movian, el mismo cogio a Rocannon por los hombros y lo hizo girar.

Los restantes normales se precipitaron entonces hacia Rocannon, que no opuso resistencia. Su traje lo protegia de elementos exteriores, temperaturas extremas, radiactividad, choques y golpes de moderada velocidad y fuerza, como las balas y los golpes de espada; pero no le permitia liberarse de las manos de diez o quince hombres fornidos.

— ?Ningun hombre ha atravesado la Tierra de Zgama, Amo de la Gran Bahia! — El Olgyior dio rienda suelta a su ira, una vez que sus brazos guerreros hubieron encadenado a Rocannon —. Eres un espia de los cabezas amarillas de Angien. ?Se quien eres! Llegas con tu lengua Angyar y tus hechizos y triquinuelas y tus barcas con cabeza de dragon. ?No te quiero aqui! Soy el amo de los rebeldes. Deja que los cabezas amarillas y sus parasitos esclavos lleguen aqui… ?les haremos ver como sabe el bronce! ?Has salido del mar arrastrandote para pedir un puesto junto a mi lumbre? Yo te calentare, espia. Yo te dare carne cocida. ?Atadlo a ese poste!

Aquel brutal estallido de colera dio aliento a la gente de Zgama, y muchos se precipitaron para ayudar a atar al extranjero a uno de los pilares del hogar, que sostenia un enorme espeton sobre la lumbre, y para apilar lenos alrededor.

Entonces se hizo el silencio. Con un par de zancadas, Zgama, sucio e imponente con su atuendo de pieles, se acerco; cogiendo una rama encendida, la agito frente a los ojos de Rocannon y prendio fuego a la pira. Cundieron las llamas. En pocos segundos las ropas de Rocannon, la oscura capa y la tunica de Hallan, ardieron llameando en tomo a su cabeza frente a sus ojos.

— ?Aaah! — susurraron los presentes una vez mas.

Pero uno de ellos grito:

— ?Mirad! — al morir la llama, vieron, entre el humo, que la figura proseguia en pie, inmovil, mientras lenguas de fuego aun lamian sus pies y sus ojos seguian fijos en Zgama. Sobre el pecho desnudo, pendiente de una cadena de oro, brillaba una enorme piedra, como un ojo abierto.

— Pedan, pecan — murmuraron las mujeres, y se refugiaron en los rincones oscuros.

Zgama quebro el ensalmo de silencio con su voz tonante:

— ?Ardera! ?Hacedlo arder! ?Deho, trae mas lenos, el espia tarda mucho en quedar asado! — Arrastro a un muchacho hasta el fuego mortecino y le obligo a agregar lenos a la pira — ?No hay nada para comer? ?Traedme comida, mujeres! Ya ves nuestra hospitalidad, tu, Olhor. ?Mirame comer! — De una fuente que una mujer le presentaba, arrebato un trozo de carne y se planto frente a Rocannon desgarrando el trozo a mordiscos, llenandose la barba de grasa. Dos de sus hombres le imitaron; los mas se mantenian a buena distancia del hogar; pero Zgama los incitaba a comer, beber y gritar, y algunos jovenes se animaron mutuamente a acercarse y echar otro leno a la pira en la que el hombre, mudo y sereno, se erguia mientras las llamas serpenteaban en torno a su piel rojiza, de extrano brillo.

Fuego y agitacion se aplacaron por fin. Hombres y mujeres dormian arrollados en sus pieles, sobre el suelo, en los rincones, sobre las cenizas tibias. Dos hombres montaban guardia, las espadas sobre sus rodillas y los cuencos en la mano.

Rocannon cerro los ojos. Con dos dedos abrio la mascarilla de su traje y volvio a respirar aire fresco. La noche se deslizo lenta y el alba surgio indolente. A la luz grisacea, entre la bruma que se colaba por los agujeros de las ventanas, la figura de Zgama aparecio deslizandose por el suelo sucio, tropezando con los cuerpos dormidos; sus ojos inspeccionaron al prisionero. La mirada del cautivo era grave y firme, la del captor impotente pero empecinada.

— ?Arde, arde! — grito Zgama y se alejo.

Fuera del rustico salon Rocannon percibia los ronroneos de una bestia alada, uno de aquellos robustos animales domesticados por los Angyar, que tendria, tal vez, las alas recortadas y pastaria en los acantilados. Nadie quedaba en el salon, excepto algunas criaturas y unas pocas mujeres, que se mantuvieron bien lejos del prisionero, incluso cuando llego la hora de cocer la carne de la cena.

Para ese momento Rocannon habia estado de pie y atado durante treinta horas, y se sentia dolorido y sediento. Ese era su punto debil: la sed. Podia no comer por largo tiempo y suponia que lograria tolerar las cadenas tambien, aunque su cabeza ya daba vueltas; pero sin agua no soportaria mas que otro de aquellos largos dias.

Impotente como se hallaba, nada diria a Zgama, no urdiria ningun truco ni soborno que aumentara la obstinacion del barbaro.

Esa noche, mientras el fuego danzaba frente a sus ojos y mientras a traves de el veia el rostro barbado, blanco y rechoncho de Zgama, continuaba viendo en su mente una cara bien distinta, de cabellos claros y piel oscura: Mogien, a quien habia llegado a amar como amigo y, en cierta medida, como hijo. Al tiempo que fuego y noche se extinguian, penso tambien en su diminuto amigo, el Fian Kyo, infantil y misterioso, ligado a el por un vinculo que no intentaba comprender; vio a Yahan celebrando a los heroes y a Iot y a Raho refunfunando y riendo mientras cepillaban a las grandes bestias aladas; vio a Haldre desprendiendo la cadena de oro de su cuello. Nada de su vida anterior volvio a su mente, aun cuando habla vivido muchos anos en muchos mundos, habia aprendido mucho, habia hecho mucho. Todo se habia calcinado en el tiempo. Creyo estar en Hallan, junto al muro cubierto con tapices cuyos dibujos presentaban hombres luchando contra gigantes, y que Yahan le ofrecia un cuenco con agua.

— Bebe, Senor de las Estrellas. Bebe. Y bebio.

V

Feni y Feli, las dos enormes lunas, mecian sus blancos reflejos sobre la superficie del agua, cuando Yahan le tendio un segundo cuenco para que bebiera. La lumbre del hogar se habia reducido a unas pocas ascuas. El salon estaba en sombras; los rayos lunares proyectaban sus listas plateadas. Algunos ronquidos y la respiracion pesada de los hombres de Zgama quebraban, pausados, el silencio.

Con infinita precaucion Yahan lo libro de sus cadenas; Rocannon apoyo todo el peso de su cuerpo en la estaca: sus piernas estaban entumecidas y casi no le sostenian.

— Durante toda la noche hay vigilancia en la puerta exterior — murmuraba Yahan junto a su oido — y los guardias estan siempre en vela. Manana, cuando se reunan…

— Manana por la noche. No puedo correr. Tendre que enganarlos. Engancha la cadena, asi podre descansar sobre ella, Yahan. Pon aqui el cierre, junto a mi mano.

Uno de los normales se revolvio, muy cerca, y Yahan, con un gesto de inteligencia dibujado apenas en la claridad lunar, se echo entre las sombras.

Al amanecer Rocannon lo vio cuando, junto con otros hombres, llevaba a pacer los alados rebanos de herilor, vestido como los demas, con una piel sucia, y con el cabello negro pegoteado a las sienes. Nuevamente aparecio Zgama, para observar a su cautivo. Rocannon sabia que aquel hombre habria dado la mitad de sus gentes y de sus esposas por librarse de su huesped extraterreno, pero que estaba atrapado en su propia

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