el como hojas a la luz del sol. Sobre la verde concavidad aterciopelado, por debajo de ellos, en la que parecian esmaltados pequenos grupos de arbustos y algunos bosquecillos, flotaba un velo estrecho y gris. La montura de Mogien giro en el instante en que Kyo senalo hacia abajo y, en el viento dorado, descendieron hacia la aldea extendida entre una colina y un arroyo, banada por el sol, con sus pequenas chimeneas arrojando humo. Un rebano pastaba en los alcores cercanos. En el centro del irregular circulo de casas, todas abiertas, con grandes ventanas y patios soleados, se alzaban cinco arboles altos; junto a ellos tocaron tierra los viajeros, y los Fiia les salieron al encuentro, timidos y sonrientes. Aquellos aldeanos casi no hablaban Lengua Comun y, lo que es mas, casi no tenian costumbre de hablar en voz alta. Pero, con todo, fue como un regreso al hogar penetrar en sus casas aireadas, comer en cuencos de madera pulida, refugiarse por una noche de la intemperie en aquella gozosa hospitalidad. Un Pueblo extrano, tangencial, gracioso, evasivo: media-raza habia llamado Kyo a su propia gente. Pero era evidente que Kyo no era ya uno mas entre ellos; aunque con las ropas que le habian dado se movia y gesticulaba como los aldeanos, en todo momento sobresalia por completo de entre ellos. ?Seria porque como extranjero no podia dialogar en la mente con libertad, o quiza porque, tras su relacion con Rocannon, habia cambiado, se habia convertido en un ser distinto, mas solitario, doliente y completo?

Los Fiia les hicieron una descripcion de aquella tierra. Mas alla de la franja que bordeaba el valle por el oeste se extendia el desierto, dijeron; hacia el sur continuaba el valle que se abria al este de las montanas y las acompanaba hasta que el propio cordon montanoso torcia hacia el este.

— ?Podremos atravesarlo? — pregunto Mogien.

Los pequenos huespedes respondieron entre sonrisas:

— Sin duda, sin duda.

— ?Y sabeis que hay mas alla de los pasos?

— Los pasos estan a mucha altura, mucho frio — dijo, cortes, un Fian.

Los viajeros permanecieron en la aldea durante dos noches, para descansar, y partieron con sus alforjas llenas de comida que los Fiia les regalaron. Luego de dos dias mas de viaje llegaron a otra aldea de aquellas diminutas gentes, donde una vez mas fueron recibidos con tanta cordialidad que el suyo podria haber sido no el arribo de unos extranjeros, sino un regreso aguardado con largueza. Tan pronto como las monturas descendieron, un grupo de hombres y mujeres se acerco a recibirles, saludando a Rocannon, primero en desmontar, con un «salud, Olhor» que lo dejo maravillado; y la admiracion seguia aun despues de repetirse a si mismo que esa palabra significaba «Vagamundo», cosa que el era evidentemente. Pero, claro, habia sido Kyo quien le adjudicara ese nombre.

Luego de otro dia de viaje tranquilo, mas avanzados en el recorrido del valle, pregunto a Kyo:

— ?No tenias entre tu gente un nombre propio, Kyo?

— Me llamaban «pastor» o «hermano menor» o «corredor». Yo era muy veloz en la carrera.

— Pero esos son apodos, descripciones, como Olhor O Kiemhrir. Vosotros los Fiia sois muy afectos a poner nombres. A cada uno lo saludais con un apodo: senor de las estrellas, portador de espadas, el de los cabellos de sol, senor de las palabras… Creo que los Angyar aprendieron de vosotros ese gran amor por el apodo. Y a pesar de todo, vosotros no teneis nombres.

— Senor de las Estrellas, viajero de lejanias, cabellos de ceniza, portador de la joya — dijo Kyo sonriente —; ?que es un nombre, pues?

— ?Cabellos de ceniza? ?Es que he encanecido?… No se muy bien que es un nombre. El nombre que me dieron al nacer era Gaverel Rocannon. En el momento en que lo digo, no describo nada; solo he dado mi nombre. Y cuando veo un nuevo tipo de arbol en esta tierra te pregunto, o se lo pregunto a Yahan o a Mogien, ya que tu pocas veces respondes, cual es su nombre. Siento algo como una molestia, si no se el nombre.

— Bien, ese es un arbol; como yo soy un Fian, como tu eres un… ?que?

— ?Pero esas son clasificaciones, Kyo! En las aldeas que hemos visto, he preguntado como se llaman las montanas occidentales, el cordon que se yergue sobre sus vidas desde que han nacido hasta que mueren, y me han respondido «esas son montanas, Olhor».

— Y lo son — dijo Kyo.

— ?Pero hay otras montanas: el cordon mas bajo, al este, a lo largo de este mismo valle! ?Como distingues un cordon de otro, un ser de otro, sin nombres?

El Fian, palmeando ritmicamente sus rodillas, fijo los ojos en las cimas altas que ardian en la profunda luz del poniente. Tras unos instantes, Rocannon comprendio que no habria respuesta.

Los vientos se tornaron mas calidos y los dias se prolongaban, pues avanzaba la estacion calurosa; entretanto continuo el vuelo hacia el sur. La doble carga que soportaban las monturas les impedia volar con mucha velocidad y a menudo se detuvieron por un dia o dos para cazar y permitir que las bestias aladas cazasen. Pero por fin vieron que las montanas torcian en un circulo convergente con el cordon costero por el este, cerrandoles el paso. El valle se detuvo frente a una vastedad de colinas. Mas arriba emergian manchas verdes y parduscas, los valles de la montana; luego el gris de rocas y taludes y, por ultimo, a medio camino entre tierra y cielo, la luminosa blancura de las altas cimas batidas por la borrasca.

Entre las colinas hallaron una aldea Fian. El viento se cernia frio desde las alturas que dominaban el fragil poblado, esparciendo humo azul entre las luces y sombras del lento atardecer. Como otras veces, fueron recibidos con gozosa animacion y agasajados con agua y carne fresca y verduras en cuencos de madera, en la tibieza de una casa, en tanto que chiquillos vivaces limpiaban sus capas de polvo y alimentaban y reconfortaban a las bestias aladas. Despues de la cena, cuatro muchachas de la aldea bailaron para ellos, sin musica. Y sus movimientos eran leves y rapidos, tanto que parecian seres etereos en aquel juego cambiante y huidizo de brillos y oscuridades frente a las ascuas de la lumbre. Rocannon dirigio una sonrisa complacida hacia Kyo que, como siempre, estaba sentado junto a el. El Fian devolvio la mirada, con seriedad, y dijo:

— Aqui me quedare, Olhor.

Rocannon contuvo sus palabras de replica, continuaba la danza con sus pasos ingravidos, sus formas moviles ante la luz del fuego. Una musica de silencios se entretejia entre ellos y un apartamiento entre sus mentes. La luz temblo sobre las paredes de madera y se hizo mas debil.

— Se ha dicho que el Vagamundo podra escoger sus companeros. Por un tiempo.

No supo si habia hablado el, Kyo o su memoria. Las palabras estaban en su mente y en la de Kyo. Esfumadas sus sombras de las paredes, las bailarinas se separaron y el cabello suelto de una de ellas brillo un instante. La danza que no tenia musica habia finalizado, las bailarinas que no tenian mas nombre que luz y sombra estaban inmoviles. Del mismo modo, entre Kyo y el habia finalizado una alianza, en la quietud y el silencio.

VIII

Por debajo de las alas de su cabalgadura, que batian pesadamente, Rocannon vio una masa de rocas desprendidas, un declive caotico de piedras que caian; se inclino hacia adelante y la punta del ala izquierda de su bestia rozo las rocas en el esfuerzo por ascender hacia el frio. Llevaba cenidas a sus muslos las correas de ataque, porque las corrientes y rafagas desequilibraban a la montura; del frio se protegia con su traje. Montado detras de el, envuelto en todas las capas y pieles de que ambos disponian, Yahan habia atado sus tobillos a la montura, porque no confiaba en sus fuerzas para mantenerse bien asido. Mogien, cabalgando delante en su bestia menos cargada, soportaba el frio y la altura mucho mejor que Yahan y batallaba contra los picos con un rudo regocijo.

Quince dias habian transcurrido desde que abandonaran la ultima aldea Fian, donde se despidieron de Kyo, e iniciaron la travesia de las colinas y los cordones montanosos menores en busca de algun paso bajo. Los Fiia no les habian indicado ninguna direccion. Ante las alusiones al cruce de las montanas, habian callado con actitud cohibida.

En los primeros dias todo se presento favorable, pero en cuanto comenzaron a ascender las monturas dieron rapidas muestras de cansancio, pues el aire enrarecido no les aportaba la gran cantidad de oxigeno que quemaban durante el vuelo. Al subir mas aun, hallaron el frio y las traicioneras tormentas de las alturas. En los ultimos tres dias no habian avanzado mas que quince kilometros y la mayor parte de la distancia la cubrieron a ciegas. Los hombres estaban hambrientos, porque habian dejado a las monturas las mayores raciones de carne;

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