aquella manana Rocannon les habia dejado terminar con los ultimos trozos que quedaban en la alforja, porque si no lograban completar la travesia de las montanas tendrian que retornar hacia los bosques, donde hallarian caza y reposo y, luego, todo volveria a comenzar. Creian ahora estar en el camino adecuado para el paso, pero desde las cimas, hacia el este, soplaba un viento helado y el cielo se tornaba blanco y amenazante. Mogien volaba delante y Rocannon obligaba a su montura a seguirlo. Porque en aquella cruel etapa final de la travesia de las grandes montanas, Mogien era el jefe y el su seguidor. Habia olvidado la razon por la que quisiera cruzar aquellas montanas; solo recordaba que debia hacerlo, que debia ir hacia el sur. Pero en cuanto a la energia y el valor para hacerlo, dependia de Mogien.

— Creo que este es tu dominio — habia dicho al joven la noche anterior, durante la discusion de su itinerario.

Mogien, con una amplia mirada hacia las cumbres y los abismos, rocas y piedras y cielo, repuso, con su habitual tono de rapida seguridad senorial:

— Este es mi dominio.

Ahora los llamaba y Rocannon se inclino para confortar a su montura, mientras atisbaba por entre las rafagas heladas, en busca de un corte en el interminable caos de laderas abruptas. Alli habia un angulo, un saliente en el techo del planeta; desaparecia de pronto el amontonamiento de rocas y por debajo se iba abriendo un espacio blanco: el paso. A ambos lados los picos barridos por el viento se alzaban hasta la capa de densas nubes. Rocannon podia ver el rostro de Mogien, imperterrito, y oir su grito con voz de falsete, el alarido de batalla del guerrero victorioso. Siguio detras de Mogien sobre el blanco valle que dormia bajo blancas nubes. La nieve comenzo a arremolinarse en torno a ellos, sin caer, danzando en su propio medio natural, su propia cuna, una danza de secos aleteos. Hambrienta y sobrecargada, la montura jadeaba a cada movimiento de sus grandes alas. Mogien habia retrocedido para no perderse entre los torbellinos de nieve, pero aun continuaba al frente y ellos le seguian.

Entre los temblorosos copos se advertia un leve brillo y, gradualmente, despunto una limpida radiacion dorada. Como oro palido, los puros campos de nieve dejaron ver sus declives. De pronto todo se perdio de los ojos de los viajeros y las bestias forcejearon en un enorme abismo. Muy abajo, muy lejos, definidos y pequenos, se tendian valles, lagos, la reluciente lengua de un glaciar, verdes manchas de vegetacion. La bestia alada, tras un esfuerzo excepcional, comenzo a caer con las alas alzadas; caia como una piedra y Yahan no contuvo un grito de terror en tanto que Rocannon cerraba los ojos, expectante.

Las alas batieron de nuevo, con un ruido seco; batieron otra vez. La caida se convirtio en un penoso avance y por ultimo se detuvo. El animal, tembloroso, se echo a tierra en un valle cubierto de rocas. Muy cerca, la montura gris de Mogien intentaba tumbarse mientras su jinete, riendo, desmontaba:

— ?Lo hemos atravesado! ?Lo hemos conseguido! — Se les acerco con el rostro oscuro y animado resplandeciente de triunfo —. ?Ahora ambos flancos de la montana son mis dominios, Rokanan!… Aqui acamparemos esta noche. Manana las bestias podran cazar, alla, entre los arboles, y nosotros bajaremos andando. Ven, Yahan.

Yahan estaba encogido en la montura, incapaz de moverse. Mogien lo alzo de la silla y lo ayudo a tenderse al amparo de una piedra saliente, aunque brillara el sol hasta tarde en aquel lugar, no entibiaba mucho mas que la Gran Estrella, una particula de cristal en el firmamento, al sudoeste, y el viento frio aun soplaba. Mientras Rocannon desensillaba las bestias, el noble Angyar se aplicaba a hacer todo lo que podia para que su sirviente entrara en calor. Nada habia en aquel lugar que les permitiese alimentar un fuego, pues estaban muy por encima de la linea de vegetacion. Rocannon se quito su protector e hizo que Yahan se lo pusiera, sin oir las debiles y temerosas protestas del normal; luego se envolvio en capas y pieles. Jinetes y bestias se agruparon para mantenerse mutuamente abrigados y compartieron un poco de agua y alguna hogaza de los Fiia. La noche se elevaba de las tierras lejanas y desvanecidas en la oscuridad. Las estrellas brincaron en el cielo bruno y las dos lunas resplandecian al alcance de la mano.

Tarde en la noche Rocannon desperto sobresaltado. Solo la luz de las estrellas. Silencio. Frio mortal. Yahan estaba cogido de su brazo y susurraba algo, febrilmente; sacudia su brazo y susurraba. Rocannon miro hacia donde el joven le senalaba: encima de ellos, sobre la piedra, habia una sombra, una superficie sin estrellas.

Como la sombra que ambos vieran en las praderas, mucho mas al norte, esta era enorme y de contornos indefinidos. Mientras Rocannon la observaba, las estrellas comenzaron a brillar debiles a traves de la forma oscura, y luego la sombra se habia desvanecido, solo quedaba aire negro y transparente. A la izquierda del lugar en que se mostrara, relucia Heliki, pequena en su fase menguante.

— Ha sido la luz de la luna, Yahan — lo tranquilizo —. Duermete, tienes fiebre.

— No — dijo la voz calmosa de Mogien, a su lado —. No era la luna, Rokanan. Era mi muerte.

Yahan se incorporo, sacudido por la fiebre:

— ?No, Senor! ?No la tuya; no puede ser! La he visto antes, en las llanuras, cuando tu no estabas con nosotros… ?Tambien Olhor la ha visto!

Reunidos sus ultimos restos de sentido comun y mesura cientifica, las ultimas migajas de las normas de la antigua vida, Rocannon hablo con tono autoritario:

— No digais tonterias.

Mogien no hizo caso de el.

— La he visto en las llanuras, buscandome. Y por dos veces en las colinas, mientras marchaba en mi demanda, a nuestro paso. ?De quien sera sino mia? ?Tu muerte, Yahan? ?Eres un Senor, un Ana? ?Usas acaso la segunda espada?

Desesperado, Yahan trataba de replicar, pero Mogien prosiguio:

— No puede ser la muerte de Rokanan, porque el marcha por su camino. Un hombre puede morir en cualquier parte, pero un senor morira su propia muerte, su verdadera muerte solo en sus dominios. Ella le aguarda en el lugar que corresponde, el campo de batalla, un salon o el final de un camino. Y este es mi lugar. De estas montanas ha venido mi gente y yo he regresado. Mi segunda espada se ha quebrado en la pelea. Pero oye, muerte mia: ?yo soy Mogien, el heredero de Hallan! ?Sabes ahora quien soy?

El viento agudo y helado recorria las rocas. Las piedras se erguian sobre ellos y las estrellas centelleaban muy en lo alto. Una de las bestias aladas se agito con un resuello.

— Calla — dijo Rocannon —. Todo eso son tonterias. Calla y duerme…

Pero el mismo no pudo ya dormir. Y cuando se levanto, al alba, vio a Mogien sentado, apoyada la espalda en el flanco de su montura, silencioso y presto a partir, la mirada fija en las tierras aun cubiertas de noche.

Al llegar la luz dejaron libres a las bestias para que fueran a cazar en los bosques que crecian mas abajo y ellos iniciaron el descenso a pie. Todavia estaban muy arriba, lejos de la vegetacion, y no correrian peligro si el tiempo se mantenia claro. Pero antes de una hora comprendieron que Yahan no podria seguir adelante; el descenso no era en exceso duro, pero los dias de intemperie, poco descanso y malas comidas lo habian extenuado y no podia proseguir la marcha, que a menudo exigia esfuerzos para trepar o dejarse deslizar. Un dia mas de descanso con la proteccion del traje de Rocannon tal vez le habria dado las fuerzas necesarias para seguir adelante, pero ello significaba otra noche en la altura, sin fuego, ni reparo, ni alimentos. Mogien enfrentaba los riesgos sin detenerse a sopesarlos y sugirio a Rocannon que se quedaran alli, el y Yahan, en un hueco soleado, mientras buscaba una via menos ardua para el descenso o, de no hallarla, un lugar abrigado y sin nieve.

Al quedar solos, Yahan pidio agua en medio de su sopor. Las redomas estaban vacias. Rocannon le pidio que le aguardara alli y descendio por una pared rocosa hasta una saliente donde, quince metros mas abajo, habia un poco de nieve. La pendiente era mas ardua de lo que le pareciera y se detuvo jadeante sobre un penasco, aspirando con avidez el aire leve; el corazon le batia esforzado.

En un primer momento el ruido le parecio el flujo de su propia sangre; luego, cerca de su mano vio un hilo de agua. Una corriente delgada, exhalando vapor en su curso, rodeaba la base de un manchon de nieve dura y sombreada. Busco la fuente del hilo de agua y diviso una negra abertura bajo un penon, una cueva. Una cueva era la mejor posibilidad de abrigo que tendrian, dijo su mente racional, pero hablaba desde las lindes de un tropel de sentimientos oscuros, no racionales: panico. Y alli quedo inmovil, atrapado por el mas violento de los temores que conociera.

A su alrededor la luz inane del sol banaba las rocas grises. Las cimas de las montanas estaban ocultas por los penascos cercanos, y la tierras, hacia el sur, embozadas en un manto de nubes. En aquella grisacea cupula del planeta, nada alentaba, excepto el mismo y una oscura boca entre las penas.

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