senalado nada habia: aire, nubes.

— Alli — susurro Rocannon.

Yahan miro otra vez hacia el lugar indicado y grito. Mogien, en su gris montura, volaba en el viento muy lejos del risco; detras de el, entre celajes, habia aparecido una gran forma negra que se cernia o avanzaba con lentitud. Mogien cruzo una corriente sin ver, con el rostro vuelto hacia la pared de piedra, buscando a sus companeros, dos figuras insignificantes sobre un borde diminuto en la extension de rocas y nubes.

La forma negra se agiganto, mientras avanzaba entre el tableteo de sus helices martillando el silencio de las alturas. Rocannon no veia con claridad, pero sentia al hombre, intensamente, al hombre que se le revelaba en el incomprensible contacto de las mentes; y tambien estaba el miedo, hondo y desafiante. Le ordeno a Yahan que se ocultara, pero el mismo no pudo moverse. El helicoptero descendio, vacilante, arremolinando con sus helices jirones de nubes. Aunque lo viera acercarse, Rocannon veia tambien desde dentro del aparato, sin saber que veia, percibiendo dos pequenas figuras sobre la montana, temerosas, temerosas… Un relampago de luz, un ardiente golpe, dolor, dolor en su propia carne, intolerable. El contacto mental quedo quebrantado, se disipo. Volvia a ser el mismo, de pie sobre la piedra, oprimiendose el pecho con la mano derecha, jadeante frente a la vision cada vez mas cercana del helicoptero con sus helices chirriando, su morro armado de rayos laser apuntandole.

Desde la derecha, desde el abismo de aire y nubes, surgio una enorme bestia gris en cuya grupa un hombre lanzo su grito como una carcajada triunfante. Un movimiento de las grandes alas grises puso bestia y jinete frente a la maquina que se precipitaba a toda velocidad, en picado. Hubo un estrepito, como el final de un alarido; luego, el aire quedo vacio.

Los dos hombres en la roca miraban inmoviles. No llegaba ningun sonido desde abajo. Espirales de nubes se desvanecian en el abismo.

— ?Mogien!

Rocannon grito el nombre. En voz alta. No hubo respuesta. Habia solo dolor, y miedo, y silencio.

IX

La lluvia golpeaba con fuerza por encima del techo de vigas. El aire de la habitacion era oscuro y limpido.

Junto a su lecho se inclinaba una mujer, cuyo rostro le era conocido, un rostro orgulloso, gentil, coronado de oro.

Quiso decirle que Mogien habia muerto, pero no pudo articular las palabras. Y luego experimento una penosa confusion; ahora recordaba que Haldre de Hallan era una anciana de cabellos blancos y que la mujer de cabellos de oro que conociera tiempo atras estaba muerta; y ademas, el la habia visto una sola vez, en un planeta a ocho anos-luz de distancia, muchos anos antes, cuando el era un hombre llamado Rocannon.

Intento hablar. Pero ella no se lo permitio, y le hablaba en Lengua Comun, aunque con alguna diferencia fonetica:

— Calla, mi Senor. — Estaba sentada a su la. do; con voz suave le dijo lo que el aguardaba —. Este es el Castillo de Breygna. Has llegado aqui con otro hombre, entre la nieve, de las alturas de las montanas. Estabas casi a las puertas de la muerte y aun estas herido. Habra tiempo…

Habia mucho tiempo, y se deslizaba vago y en paz entre el sonido de la lluvia.

Al dia siguiente, o tal vez al otro, Yahan se llego hasta el cojeando, con la cara marcada por las quemaduras de la nieve. Pero habia en el otro cambio menos comprensible; era su actitud, sumisa y rendida. Despues de un corto dialogo, incomodo, Rocannon pregunto:

— ?Tienes miedo de mi, Yahan?

— Tratare de no tenerlo, Senor — tartamudeo el joven.

Cuando estuvo en condiciones de bajar hasta el salon del castillo, el mismo respeto, el mismo temor reverencial se reflejaba en todos los restos que se volvian hacia el, rostros animosos y cordiales. Cabellos de oro, piel oscura, gentes de elevada estatura, la vieja cepa de la que los Angyar eran solo una tribu, partida mucho tiempo atras hacia el norte, por mar: estos eran los Liuar, los Senores de la Tierra, que desde entonces vivian en la memoria de todas las razas, tanto al pie de las colinas como en las anchas llanuras del sur.

En su primer momento penso que los desconcertaba su aspecto distinto, su cabello oscuro y piel blanca; pero Yahan tambien era de tez clara y oscuros cabellos, y nadie experimentaba temor ante Yahan. A el le brindaban el trato de senor entre los senores, lo que constituia motivo de regocijo y de aturdimiento para el antiguo siervo de Hallan. Pero a Rocannon lo consideraban senor por encima de todos los senores, perteneciente a una casta distinta.

Habia una persona que le hablaba como a un hombre. La Senora Ganye, hija politica y heredera del anciano senor del castillo, habia enviudado pocos meses antes; su rubio hijito pasaba con ella la mayor parte del dia. Aunque timido, el nino no temia a Rocannon, y mas bien se sentia atraido por el y le preguntaba sobre las montanas y las tierras del norte y el mar. Rocannon respondia a todas sus preguntas. La madre escuchaba, serena y bella como la luz del sol, en ocasiones volviendo hacia el hombre su rostro sonriente, el mismo que el reconociera al verlo por primera vez.

Por fin le pregunto que pensaban de el en el Castillo de Breygna y ella respondio con candidez:

— Piensan que eres un dios.

Era el vocablo que recordaba haber oido ya en la aldea de Tolen: pedan.

— No lo soy — dijo, hosco.

Ganye sonrio.

— ?Por que lo piensan? — inquirio —. ?Los dioses de los Liuar tienen cabellos grises y manos tullidas? — El rayo laser del helicoptero lo habia alcanzado en la muneca derecha y habia perdido el uso de la mano casi por completo.

— ?Por que no? — dijo Ganye con su sonrisa candida y majestuosa —. Pero la razon es que tu has bajado de la montana.

Rocannon considero esa explicacion.

— Dime, Senora Ganye, ?sabes algo acerca de… el guardian del manantial?

Sus facciones cobraron un aire grave.

— Solo conocemos leyendas sobre esas gentes. Mucho tiempo ha transcurrido, nueve generaciones de Senores de Breygna, desde que Iollt el Largo se dirigio hacia las alturas y descendio cambiado. Sabemos que te has encontrado con ellos, con los Ancianos.

— ?Como lo habeis sabido?

— En el sueno de tu fiebre has hablado del precio, del don otorgado y de su precio. Tambien Iollt lo pago… ?Ese precio ha sido tu mano derecha, Senor Olhor? — pregunto Ganye, con repentina timidez, en tanto que levantaba su mirada hacia el.

— No. Habria dado mis dos manos para conservar lo que he perdido.

Se levanto y camino hasta la ventana de la habitacion de la torre. Desde alli podia contemplar el espacioso territorio entre las montanas y el mar distante. Abajo, al pie de las altas colinas sobre las que se asentaba el Castillo de Breygna, describia sus meandros un rio, ancho y brillante entre las lomas, desvanecido luego en brumosas lejanias, en las que se adivinaba una aldea, campos, torres, un castillo, reapareciendo una vez mas, luminoso entre azules aguaceros y jirones de sol.

— Esta es la mas hermosa tierra que he visto en mi vida — dijo. Aun pensaba en Mogien, quien no veria ya aquel paisaje.

— Para mi no es tan hermosa hoy como lo fuera en otro tiempo.

— ?Por que, Senora Ganye?

— ?Por los Extranjeros!

— Hablame de ellos, Senora.

— Llegaron cuando ya moria el ultimo invierno, muchos, cabalgando por el viento en grandes naves, blandiendo armas que queman. Nadie puede decir de que tierra vienen; no hay leyendas sobre ellos. Ahora toda la tierra entre el rio Viam y el mar les pertenece. Han echado de sus campos y asesinado a las gentes de ocho dominios. En estas colinas nosotros somos prisioneros; no nos atrevemos ni siquiera a llegar a nuestros antiguos

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