pastos con el ganado. En un comienzo hemos luchado contra los Extranjeros. Ganhing, mi marido, ha muerto bajo sus armas que queman. — Por un segundo su mirada se desvio hasta la mano quemada e inutil del etnologo; por un segundo callo —. En… en el tiempo del primer deshielo fue muerto y aun no ha tenido su venganza. Nosotros hemos inclinado la cabeza y hemos evitado esos campos. ?Nosotros, los Senores de la Tierra! Y no hay un hombre que haga pagar a esos Extranjeros por la muerte de Ganhing.

Magnifica ira, penso Rocannon, que volvia a oir las trompetas perdidas de Hallan en aquella voz.

— Pagaran, Senora Ganye; pagaran un alto precio. Aun cuando sabias que no soy un dios, ?me has considerado un hombre por entero comun?

— No, Senor — respondio —. No por entero.

Transcurrieron los dias, los largos dias del prolongado verano. Las laderas de los picos que dominaban el Castillo de Breygna azulearon; las cosechas, en los campos, llegaron a su sazon, fueron recogidas, hubo otra siembra y volvia a madurar el grano cuando una tarde Rocannon se sento junto a Yahan, en el patio de la cuadra, donde dos bestias aladas jovenes recibian entrenamiento.

— Partire hacia el sur, Yahan. Tu permaneceras aqui.

— ?No, Olhor! ?Dejame ir…!

Yahan se interrumpio; quiza recordaba aquella playa neblinosa, donde en su anhelo de aventura habia desobedecido a Mogien. Rocannon sonrio:

— Solo lo hare mejor. No llevara mucho tiempo, ocurra lo que ocurra.

— Pero yo soy tu fiel sirviente, Olhor, te he jurado fidelidad. Dejame ir, te lo suplico.

— Los juramentos se quiebran cuando se han perdido los nombres. Has prometido fidelidad a Rokanan, al otro lado de las montanas. En esta tierra no hay siervos y no hay ningun hombre llamado Rokanan. Como amigo te pido, Yahan, que nada mas digas, ni a mi ni a ninguna otra persona; solo ensillame la bestia de Hallan manana, al alba.

Lealmente, antes de que despuntara el dia, Yahan le aguardaba en la cuadra, sosteniendo las bridas de la unica montura de Hallan que habia sobrevivido: la gris rayada de negro. El animal habia llegado a Breygna unos dias despues que ellos, semihelado y hambriento. Ahora estaba rozagante, lleno de fuerzas, ronroneando y batiendo su cola listada.

— ?Llevas tu segunda piel, Olhor? — pregunto Yahan en un murmullo, mientras ligaba los correajes de batalla de la montura —, dicen que los Extranjeros lanzan fuego a quienquiera que cabalgue cerca de sus tierras.

— Si, la llevo.

— ?Y ninguna espada?

— No, ninguna espada. Oye, Yahan, si no regreso, busca en la alforja que he dejado en mi cuarto. Hay alguna tela, con… con marcas y pinturas de la tierra. Si alguien de mi gente llegara aqui, se la daras, ?verdad? Tambien el collar esta alli. — Su rostro se ensombrecio distante la mirada —. Daselo a la Senora Ganye. Si no regreso para hacerlo yo mismo. Adios, Yahan; deseame buena suerte.

— Que tu enemigo muera sin hijos — dijo Yahan, ferozmente, llenos los ojos de lagrimas, Y entrego las riendas. La bestia salto hacia el cielo tibio y descolorido del alba veraniega, giro con un poderoso batir de sus alas y, penetrando en el viento del norte, se perdio sobre las colinas. Yahan la miro, inmovil… Desde una alta ventana de la Torre de Breygna, otro rostro, suave y oscuro, tambien la miro desvanecerse, y seguia alli largo tiempo despues, cuando ya el sol se habia alzado.

Era un viaje extrano. Rocannon marchaba hacia un lugar que nunca habia visto, pero que conocia por dentro y por fuera a traves de las distintas impresiones de cientos de mentes distintas. Aun cuando la telepatia no implicaba vision, transmitia sensaciones tactiles, percepcion de espacio y de relaciones espaciales, de tiempo, de movimiento y posicion. Durante horas y horas habia analizado esas sensaciones, en cien dias de practica, mientras permanecia inmovil en su habitacion del Castillo de Breygna. Asi habia adquirido, aunque no visual ni verbalizado, un conocimiento exacto de cada edificio y de toda la superficie de la base enemiga. Y de la percepcion directa y de las extrapolaciones que esta le permitia efectuar, habia deducido que era la base, por que estaba alli, como entrar en ella y donde hallar lo que necesitaba.

Pero fue muy dificil, tras la prolongada e intensa practica, no utilizar su telepatia al acercarse a sus enemigos: cortarla, amordazaria, confiarse solo a sus ojos, oidos e intelecto. El incidente en la ladera de la montana le habia hecho comprender que, a poca distancia, individuos sensitivos podian llegar a captar su presencia, siquiera en forma vaga, como una premonicion indefinible. El habia arrastrado al piloto del helicoptero hacia la montana, aunque probablemente este jamas habia llegado a saber que lo obligaba a volar en aquella direccion o por que se sentia forzado a abrir fuego contra los hombres que alli veia. Ahora, al entrar solo en la enorme base, Rocannon no queria atraer la atencion de nadie sobre su presencia. No, porque venia como un ladron en la noche.

A la puesta del sol habia atado su montura en un claro, junto a una colina, y luego de varias horas de caminar se acercaba a un grupo de edificios al otro lado de una amplia pista de lanzamiento, el campo de aterrizaje de los cohetes espaciales. Solo habia uno y poco lo utilizaban ahora que todos los hombres y el material requerido estaban alli. No se sostenia una guerra con cohetes de velocidad luminica cuando el planeta civilizado mas cercano estaba a una distancia de ocho anos-luz.

La base era enorme, terrorificamente enorme cuando se veia con los ojos, pero el mayor espacio de terreno y edificios estaba destinado al alojamiento de los hombres. Los rebeldes tenian el grueso de su ejercito alli. Mientras la Liga perdia el tiempo escudrinando y sometiendo su planeta de origen, ellos apostaban a la muy probable eventualidad de no ser hallados en este, un mundo sin nombre entre todos los mundos de la galaxia. Rocannon sabia que algunas de las gigantescas barracas estaban vacias otra vez; un contingente de soldados y tecnicos habian partido dias atras para tomar posesion — y el lo habia adivinado — de un planeta que estaba conquistado o al que habian persuadido para que se les uniese como aliado. Los soldados no arribarian a aquel mundo sino en diez anos. Los faradianos se sentian muy seguros de si mismos; todo debia estar funcionando a la perfeccion en su guerra. Todo lo que habian necesitado para echar a pique la seguridad de la Liga de todos los Mundos era una base bien oculta y sus seis potentes armas.

Rocannon eligio una noche en la que, de las cuatro lunas, solo el pequeno asteroide capturado, Heliki, estuviese en el cielo antes de la medianoche. El diminuto satelite brillaba sobre las colinas mientras el se acercaba a una hilera de hangares, como un punto negro en el mar gris de cemento, pero nadie lo vio y no telecapto a nadie en las cercanias. No habia vallas y muy escasos guardias. La vigilancia era cumplida por maquinas que, en extensiones de anos-luz, rastreaban el espacio en torno al sistema Fomalhaut. Despues de todo, ?que podian temer de los aborigenes de la Edad de Bronce de aquel pequeno planeta sin nombre?

Heliki brillaba en su apogeo cuando Rocannon abandono la sombra de los hangares. Y estaba en la mitad de su ciclo menguante cuando el etnologo llego a su meta: las seis naves hiperluminicas. Como seis inmensos huevos de ebano descansaban una junto a otra bajo una alta cubierta, una red de camuflaje. A los lados de las naves, como juguetes, se erguian algunos arboles del linde del bosque de Viam.

Ahora tenia que utilizar su telepatia, estuviese o no a seguro. Inmovil, con extremas precauciones, se detuvo en la sombra de un grupo de arboles, tratando de mantener ojos y oidos alerta; desde alli investigo las naves ovoidales, por fuera y por dentro. En cada una — lo habia sabido en Breygna — un piloto estaba presto dia y noche para partir, quiza hacia Faraday, en caso de emergencia.

Para los seis pilotos, emergencia significaba una sola cosa: el Centro de Control, a unos siete kilometros del lugar, en el limite este de la base, habia sido saboteado o bombardeado. En tal caso, cada uno de ellos debia poner a salvo su nave, utilizando sus propios controles, ya que aquellas HL tenian controles, como cualquier otro vehiculo espacial, independientes de computadoras y fuentes de energia externas y vulnerables. Pero volar en esas naves era un suicidio; ningun ser viviente sobrevivia a un «viaje» a velocidad hiperluminica. De modo que aquellos pilotos, ademas de matematicos de alta especializacion, eran fanaticos de la inmolacion. Constituian un grupo selecto. Pero aun asi, los dominaba el hastio de estar sentados y esperar su improbable halo de gloria. Esa noche Rocannon sintio, en una de las naves, la presencia de dos hombres. Ambos estaban absortos. Entre ellos habia una superficie marcada de cuadros. Rocannon habia percibido esa misma sensacion durante muchas noches anteriores, y su mente racional habia inferido tablero de ajedrez; ahora registro la nave contigua. Estaba vacia.

Avanzo rapidamente por el campo gris, entre los arboles talados, hacia la quinta nave de la linea; trepo por

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