Transcurrio largo rato antes de que se pusiera en pie y marchara remontando el curso del arroyo envuelto en vapores. Alli, en la naciente, hablo a la presencia que lo aguardaba — y bien lo sabia el — dentro del agujero sombrio.

— He venido — dijo.

Algo se agito en la oscuridad y el morador de la caverna se presento en la entrada.

Parecia un gredoso, diminuto y palido; como los Fiia tenia ojos claros y era fragil; se asemejaba a ambos pueblos, a ninguno. El cabello era blanco. Su voz no era voz, porque resonaba en la mente de Rocannon, mientras sus oidos no percibian mas que el debil silbido del viento: y no habia palabras. Pero aun asi le pregunto que buscaba.

— No lo se — dijo el hombre, en voz alta, lleno de terror.

Pero su deseo firme respondio en silencio por el:

— Ire hacia el sur en busca de mi enemigo para destruirlo.

El viento elevo sus silbidos; a sus pies el agua tibia gorgoteaba. Rapida, agilmente, el morador de la caverna se hizo a un lado y Rocannon, inclinandose, penetro en las sombras.

?Que entregaras a cambio de lo que te he concedido?

?Que debo entregar, Anciano?

Lo que te sea mas querido y con mayor esfuerzo entregues.

Nada mio tengo en este mundo. ?Que puedo dar?

Una cosa, una vida, una oportunidad; un ojo, una esperanza, un retorno: no es preciso saber el nombre. Pero gritaras su nombre en voz alta cuando haya desaparecido. ?Lo entregas libremente?

Libremente, Anciano.

Silencio y el soplo del viento. Rocannon inclino la cabeza y emergio de la oscuridad. Mientras ascendia, una luz roja hirio de lleno sus ojos: un rojo amanecer sobre el mar de nubes, gris y escarlata.

Yahan y Mogien dormian en el hueco, arrebujados en sus capas y sus pieles, inmoviles, cuando Rocannon se inclino sobre ellos.

— Despertad — les dijo suavemente.

Yahan se incorporo; su cara estaba demacrada, con una expresion infantil, mas visible en la patetica luz roja del amanecer.

— ?Olhor! Creimos… te hablas ido… creimos que habrias caido…

Mogien sacudio su cabeza rubia para disipar el sueno y observo a Rocannon durante un largo minuto. Luego le dijo con voz ronca y suave:

— Bienvenido, Senor de las Estrellas, companero. Hemos esperado por ti aqui mismo. — He descubierto… He hablado con…

Mogien alzo una mano.

— Has regresado, me regocijo con tu llegada. ?Iremos hacia el sur?

— Si.

— Bien — dijo Mogien. En ese momento no le resulto extrano a Rocannon que Mogien, quien por tanto tiempo habia sido su guia, ahora se dirigiese a el como a un gran senor.

Mogien hizo resonar su silbato, pero a pesar de que aguardaron largos minutos, las cabalgaduras no acudieron al llamado. Comieron el ultimo y duro trozo de pan de los Fiia y se pusieron de pie. El abrigo del traje protector habia beneficiado a Yahan, y Rocannon insistio en que el joven lo llevara; aun cuando necesitaba comida y un descanso profundo para recuperar sus fuerzas. Yahan podia ahora moverse y debian hacerlo, pues tras aquel rojo amanecer vendria una borrasca. La marcha no extranaba peligro, pero si cansancio. A media manana vieron llegar a una de las bestias aladas: la gris de Mogien, que volaba desde el bosque lejano, alla abajo. La cargaron con las sillas, arneses y pieles que hasta ese momento habian transportado ellos; el animal volo por debajo, por arriba, siempre cercano, haciendo oir de cuando en cuando un maullido, quiza una llamada a su companero que aun cazaba o seguia merodeando entre los arboles.

Hacia el mediodia arribaron a un tramo dificil: la cara de una escarpadura que sobresalia como un escudo y sobre la cual tendrian que arrastrarse, ligados con una cuerda.

— Desde el aire podrias descubrir un camino mejor, Mogien — sugirio Rocannon —. Cuanto daria porque la otra bestia hubiese acudido. — Experimentaba un sentimiento de urgencia; ansiaba estar fuera de aquellas laderas grises e imponentes, verse entre los arboles, oculto.

— La bestia estaba muy fatigada cuando la dejamos ir; quiza no haya cazado nada aun. Esta llevaba menos peso al cruzar la montana. Vere que extension tiene la escarpa. Tal vez mi montura pueda llevarnos a los tres si es un trayecto breve.

Al sonido del silbato, la bestia alada, con la ciega obediencia que siempre llenaba de admiracion a Rocannon en aquel carnivoro tan enorme y feroz, revoloteo en circulo sobre sus cabezas y aterrizo con gracia elastica sobre las rocas donde su amo la aguardaba. Mogien monto de un salto y dio el grito de partida; en su cabello rubio brillaba el ultimo rayo de sol que se filtraba por entre bancos de nubes espesas.

El viento frio los azotaba sin descanso. Yahan se acuclillo en un angulo de la roca, con los ojos cerrados. Sentado, Rocannon perdio la vista en la distancia, en el remoto horizonte donde se adivinaba la brillantez menguante del mar. No escudrinaba el inmenso e indefinido paisaje que surgia y se ocultaba entre las nubes veloces, sino que observaba un punto, hacia el sur y apenas al este, un lugar fijo. Cerro los ojos. Escucho y oyo.

Era un extrano don el que habia recibido del morador de la caverna, el guardian del manantial calido en la montana sin nombre; un don que no habia solicitado. Alla, en la oscuridad junto a la profunda naciente tibia, se le habia concedido una habilidad de los sentidos que los hombres de su raza y de la Tierra comprobaron y llegaron a estudiar en otras especies, aunque ellos mismos fueran ciegos y sordos para ella, con excepcion de pocos casos y fugaces circunstancias. Al volver a su ambito normal, pudo medir la totalidad del poder que el morador del manantial poseia y le habia otorgado. Habia aprendido a escuchar las mentes de una raza, una especie de criaturas; entre todas las voces de todos los mundos, una voz: la de su enemigo.

Con Kyo habia habido un inicio de habla mental; pero no quiso conocer las mentes de sus companeros cuando ellos desconocian la suya. La comprension debia ser mutua, cuando existian la lealtad y el amor.

Pero podia localizar y en la distancia a aquellos que habian asesinado a sus amigos y quebrantado el pacto de paz. Sentado sobre la estribacion granitico de una montana desconocida, oia los pensamientos de hombres que se movian en edificios situados en colinas lejanas, miles de metros abajo y cientos de kilometros adelante. No sabia como distinguir entre las voces y estaba aturdido por cien distintos lugares y posiciones; escuchaba como un nino, sin discriminacion. Todo el que nacia con ojos y oidos debia aprender a ver y a escuchar, a elegir un aspecto o un elemento de entre la complejidad del mundo, a seleccionar significados de entre un tumulto de ruidos. Rocannon, en otros planetas, habia tenido noticias de la existencia de ese don que el morador del manantial poseia, el don de abrir el poder telepatico; y el Anciano habia ensenado a Rocannon como dirigir y limitar ese poder, pero no habia habido tiempo para practicar, para perfeccionar su utilizacion. La cabeza del etnologo giraba con el entrechocarse de pensamientos y sensaciones de miles de extranjeros apinados en su craneo. No habia palabras. Escuchar con la mente era la expresion que los Angyar marginales al don, empleaban para referirse ese sentido. Lo que Rocannon «oia» no eran frases sino intenciones, deseos, emociones, localizaciones fisicas y direccionalidades de los sentidos y el pensamiento de muchisimos hombres mezclados y superpuestos a traves de su propio sistema nervioso, terribles rafagas de miedo y envidia, ramalazos de contento, abismos de sueno, un vertigo torturante y salvaje de semicomprension, de semipercepcion. Y, de pronto, de entre el caos, algo se destaco con nitidez total, como un contacto mas definido que el de una mano que se apoyara en su piel desnuda. Alguien se encaminaba hacia el: un hombre que habia captado su mente. Junto con esta certeza surgieron impresiones menores de velocidad, de encierro, de curiosidad y de temor.

Rocannon abrio los ojos, fijos delante de el, como si quisiera ver alli mismo el rostro de aquel hombre cuya existencia habia percibido.

Se hallaba cerca; Rocannon estaba cierto de que estaba cerca y de que se acercaba mas y mas. Pero nada se veia; solo aire y nubes amenazantes. Unos secos y diminutos copos de nieve rondaron con el viento. A su izquierda se hinchaba el enorme bloque de piedra que les cerraba el paso. Yahan se le habia acercado y lo observaba con una mirada temerosa. Pero no podia tranquilizar a Yahan, porque esa presencia lo absorbia y el contacto continuo era imprescindible.

— Hay… alli hay una nave aerea — murmuro con esfuerzo, como un sonambulo —. ?Alli! En el punto

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