— Largo Plazo — respondio una voz fuerte.
?Esta' todavia el doctor Rossman?
— Si, aguarda a un visitante… alguien llamado Thorn — o algo por el estilo.
El conserje miro a mi tarjeta.
— ?Jeremy Thorn, Tercero? ?De Thornton Pacific Enterprises?
— El mismo. Hagale subir.
El conserje me dio instrucciones. Subi las escaleras, segui un pasillo, pase tres cruces… ?o cuatro? Despues de unas cuantas vueltas y revueltas y de mas cavilaciones por mi parte, oi aquella misma voz telefonica, sumida en una fuerte conversacion con otra, persona. Segui la voz y llegue hasta una puerta rotulada 'Seccion de Predicciones a Largo Plazo'. Todos los demas despachos parecian vacios.
Cruce la puerta abierta y me encontre en una especie de antesala que albergaba los escritorios de las secretarias y de los archivadores. Un corto pasillo se iniciaba en el lado opuesto de la estancia, con varias puertas en el. Una estaba entreabierta y de alli salia el murmullo de la conversacion.
Mire al interior. Era una especie de pequena cabina bastante pobre. Un caballero ya mayor se sentaba tras un escritorio que desaparecia bajo pilas de papeles, mientras que la persona que oi hablar por telefono, alta, de aspecto atletico, paseaba delante de la pizarra, de espaldas a mi, y decia excitada:
Y ese papel representado por Sladek. Los estudios del Instituto Kraichnan han pagado dividendos. Ahora uno puede predecir lo que esta ocurriendo en un flujo turbulento sin dificultad alguna.
El anciano asintio con gentileza.
— Estupendo, si es cierto. Pero quiza pueda usted detenerse durante un segundo y saludar a nuestro visitante.
Giro en redondo.
— ?Nos encontro! Ya empezaba a pensar en la convendria de enviar en su busqueda a un grupo de rescate.
— Por poco me pierdo — admiti.
Ted Marrett — se presento, cogiendome la mano y estrechandomela con fuerza. Y anadio -: El doctor Barneveldt, jefe de la seccion teorica.
Ted tendria mi edad, quiza fuese un ano o dos mayor. Corpulento, ancho de hombros, delgado de cintura, con largas piernas. Tenia el rostro huesudo, angular y cruzandole el puente de la nariz apenas se divisaba una cicatriz
Todo lo que el tenia de inquieto, de gesticulante, lo poseia el doctor Barneveldt de pequeno y tranquilo… en comparacion, casi sedante. Era delgado y cargado de espaldas; el pelo de un blanco muerto, y poseia en general un aspecto fragil. Las arrugas de su rostro, sin embargo, parecian venir mas de la pequena sonrisa que constantemente exhibia que de su avanzada edad.
— Encantado de conocerles — dije -. Soy…
— Jeremy Thorn, Tercero — termino Ted antes de que yo pudiese seguir adelante -. Jamas conoci a un Tercero ni a un Segundo, por lo que a eso respecta. ?Vino en cohete desde Hawai? ?Buen vuelo? Le veo vestido al estilo isleno.
— No… no tuve tiempo de cambiarme — balbuci -. ?Oh! ?Se encuentra aqui el doctor Rossman Debia…
Ted asintio.
— Le dije que habla venido usted. Le hara esperar un par de minutos antes de permitirle entrar en su despacho. Es su manera de vengarse por haberle hecho aguardar.
— ?Vengarse?
— La hora de salir de aqui es a las cuatro y cuarto; a Rossman le gusta marcharse puntual a casa para gozar de la compania de su esposa y familia. Le supo muy mal tener que quedarse hasta las cinco y media y usted incluso ha sobrepasado ese tiempo.
— El helicoche…
— No se preocupe, le llamara dentro de un minuto.
Yo no sabia que decir.
— Supongo que no se habran quedado mas tarde del debido por mi causa, ?verdad?
— Oh, no. — Ted parecio disipar ese temor. Sonriendo hacia el doctor Barnevedt, anadio -: Estabamos charlando acerca del control del tiempo.
II
'ES IMPOSIBLE'
— ?Control del tiempo? — dije -. Para eso vine.
— Creo que quiza deberiamos explicarnos comenzo a decir el doctor Barneveldt, pero un zumbador le corto en seco en mitad de la frase.
Con cuidado levanto un monton de papeles que cubria el intercomunicador de su escritorio y oprimio un boton que lanzaba destellos rojos.
— ?Ha encontrado ya mi despacho mi visitante? — pregunto una voz aspera.
— Si — dijo el doctor Barneveldt -. El senor Thorn se encuentra aqui, ahora.
— Bien; hagalo entrar.
El intercomunicador emitio un chasquido y quedo en silencio.
Ted hizo un gesto al viejo para que se quedase en su silla.
— Es al final del pasillo — me dijo, senalando con el pulgar en la direccion adecuada. Con los principios de una sonrisa, anadio: Buena suerte.
Recorri el breve corredor hasta la puerta final, sintiendome nervioso. No habia placa alguna con un nombre. Llame con los nudillos una sola vez, ligeramente.
— Entre.
El despacho de Rossman era casi tan pequeno como el que acababa de abandonar. Un escritorio metalico, una fila de archivadores, una mesita de conferencias con sillas que no hacian juego: no habia mas muebles. Solo una ventana; el rostro de las paredes estaba cubierto con mapas y graficos que fueron colgados hace anos, por el aspecto que ofrecian.
Nunca anteriormente me di cuenta de la diferencia entre la industria particular y las oficinas del gobierno, en lo que se referia a espacio vital y a ornamentacion. Si el doctor Rossman hubiese estado trabajando para mi padre en un puesto igualmente importante, su despacho habria sido cuatro veces mayor. Y tambien probablemente su salario.
Estaba sentado tras su escritorio.
— Tome asiento, senor Thorn. Espero que no haya tenido muchas dificultades en encontrarnos.
— Unas pocas — respondi -. Lamento haberle hecho aguardar.
Se encogio de hombros. Era delgado y de piel palida, con un rostro largo y sombrio que me recordo algo a los perros sabuesos.
— Bueno, pues — dijo mientras yo tomaba una silla de la mesa de conferencias y la colocaba ante el escritorio -, ?en que podemos servir a Thornton Pacific?
Me sente y dile:
— Se trata de esas tormentas que han azotado nuestras explotaciones mineras. Estan causando muchos danos y obligandonos a efectuar grandes gastos.
Asintio, muy serio:
— Si, supongo que si.
— Mi padre desea saber que es lo que pueden hacer ustedes. Nos hemos visto obligados a suspender las operaciones mineras de dragado durante varios dias cada vez. Si no se hace algo para detener estas tormentas, perderemos una gran cantidad de dinero, por no decir nada de las vidas de los hombres que se encuentran en las dragas, a merced de los elementos.