69

Perdi aquel trabajo rapidamente, igual que tantos otros. Nunca me importaba mucho perderlos -a excepcion de una vez: era el trabajo mas facilon que jamas habia tenido, y me jodio mucho quedarme sin el. Fue durante la segunda guerra mundial. Estaba trabajando para la Cruz Roja en San Francisco, conduciendo un camion lleno de enfermeras y botellas y neveras a lo largo de varias pequenas ciudades. Recogiamos sangre para el socorro de guerra. Les descargaba el camion a las enfermeras y luego tenia todo el resto del dia libre para pasear por ahi, dormir en el parque, lo que fuera. Al final del dia, las enfermeras almacenaban las botellas llenas en los frigorificos y yo limpiaba las gotas de sangre de los tubos de goma en el retrete mas cercano. Normalmente estaba sobrio, pero mientras estrujaba los tubos con mis dedos intentaba convencerme de que las gotas de sangre eran pececitos o bonitos bichejos que se movian traviesamente, lo cual me servia para no vomitar todo el almuerzo.

El trabajo con la Cruz Roja era bueno. Incluso llegue a citarme con una de las enfermeras. Pero una manana me equivoque de puente al salir de la ciudad y me perdi, yendo a parar a unos aserraderos, quien sabe donde, con un camion lleno de enfermeras, agujas y botellas vacias. Los bestias de los lenadores empezaron a decir que nos iban a violar a todos y algunas de las enfermeras se empezaron a poner nerviosas. Volvimos por fin al puente y cogimos el camino correcto. Me habia hecho un lio con los pueblos y cuando finalmente llegamos a la iglesia donde los donantes de sangre nos estaban esperando, llevabamos un retraso de dos horas y quince minutos. El jardincillo de la iglesia estaba repleto de donantes, doctores y curas furiosos. Al otro lado del Atlantico, Hitler aprovechaba cualquier minimo retraso. Perdi aquel trabajo alli y entonces, una lastima.

70

La compania Yellow Cab de taxis en L.A. esta situada en el extremo sur de la Tercera calle. Hileras e hileras de taxis amarillos descansan bajo el sol en las explanadas. Esta cerca de la Sociedad Americana contra el Cancer. Yo habia visitado la Sociedad Americana contra el Cancer hacia poco, pensando que tendria consultas gratis. Tenia bultos por todo el cuerpo, desmayos, escupia sangre, y fui hasta alla; solo consegui que me dieran una cita para tres semanas mas tarde. Como a todo buen chico americano, me habian dicho siempre: Agarra el cancer a tiempo. Pero luego, cuando ibas a agarrarlo a tiempo, te hacian esperar tres semanas para una consulta. Esa es la diferencia entre lo que se dice y la realidad.

Despues de tres semanas volvi y me dijeron que podian hacerme algunos examenes gratis, pero que podia pasar esos examenes y no saber realmente si tenia cancer o no. Sin embargo, si les daba 25 dolares y pasaba otro examen, podia estar bastante seguro de que no tenia cancer. Para estar absolutamente seguro, despues de pasar e] examen de 25 dolares, tendria que seguir con el examen de 75 dolares, y si pasaba tambien ese, podia estar tranquilo. Significaria que mi problema era de alcoholismo o de nervios o de taquicardia. Te hablaban con franqueza, bien clarito, aquellas gatitas con las batas blancas de la Sociedad Americana contra el Cancer, y yo dije: en otras palabras 100 dolares. Uhmm, hum, asintieron, y yo sali y me sumergi en una borrachera de tres dias y todos los bultos desaparecieron junto a los desmayos y los esputos de sangre.

Cuando fui a la compania Yellow Cab de taxis pase por el edificio del cancer y me acorde de que habia cosas peores que andar buscando un trabajo que no deseabas. Entre y parecio lo bastante sencillo, los mismos historiales de siempre, preguntas, etc. La unica novedad fueron las huellas dactilares, pero yo sabia como dejarme tomar las huellas dactilares asi que relaje la mano y los dedos y los aprete en la tinta. La chica me felicito por mi destreza. No sospecho que la habia adquirido en las comisarias. El senor Yellow me dijo que volviese al dia siguiente para las clases de aprendizaje, y Jan y yo lo celebramos por la noche.

71

Janeway Smithson era una pequena, enfermiza y canosa caricatura gallinacea de un hombre. Nos metio a cinco o seis tios en un taxi y nos dirigimos al lecho del rio de L.A. Por aquellos dias, el rio de Los Angeles era un puro fraude -no habia agua, solo un ancho, llano y seco cauce de cemento. Los vagabundos vivian alli abajo por centenares, en pequenos huecos en el hormigon bajo los puentes. Algunos habian puesto incluso macetas con plantas delante de sus refugios. Todo lo que necesitaban para vivir como reyes era calor enlatado (los tubos de calefaccion) y lo que recogian del vecino vertedero de basura. Estaban bronceados y relajados y la mayoria de ellos tenian un aspecto mucho mas saludable que cualquier tipico hombre de negocios de Los Angeles. Aquellos hombres no tenian problemas con las esposas, los impuestos, los caseros, gastos de entierros, dentistas, intereses bancarios, reparaciones de automovil, ni votos en una cabina con la cortinita cerrada.

Janeway Smithson llevaba en la compania veinticinco anos y era lo suficientemente imbecil como para enorgullecerse de ello. Llevaba una pistola en su bolsillo derecho y presumia de haber parado el taxi en menos tiempo y menos metros en el test de frenado que cualquier otro hombre en toda la historia de la compania. Mirando a Janeway Smithson pense que aquel rollo del record o era una mentira o habia sido una puta casualidad. Aparte, como cualquier otro hombre con veinticinco anos de servicio en una misma compania, Smithson era un demente total.

– Muy bien -dijo-, Bowers, tu eres el primero. Pon a esta soplapollas de maquina a ochenta por hora y mantenla asi. Yo llevo esta pistola en mi mano derecha y el cronometro en la izquierda. Cuando yo dispare, tu frenas. Si no tienes reflejos para parar lo bastante pronto, estaras esta tarde vendiendo platanos verdes en el cruce de la Septima y Broadway… ?No, jodido imbecil! ?No mires a la pistola! ?Mira al frente! Te voy a cantar una nana, voy a hacer que te duermas. Nunca adivinaras cuando este hijo de puta que te habla va a disparar.

Disparo en este instante. Bowers piso el freno. Botamos y rebotamos y el coche derrapo. Nubes de polvo se alzaban de debajo de las ruedas mientras patinabamos entre grandes pilares de hormigon. Finalmente el coche con un chirrido dio una ultima sacudida y se paro. Alguien en el asiento trasero estaba sangrando por la nariz.

– ?Lo he conseguido? -pregunto Bowers.

– Eso no te lo voy a decir -dijo Smithson, haciendo unas anotaciones en su libreta negra-. Muy bien, De Esprito, ahora te toca a ti.

De Esprito cogio el volante y volvimos otra vez a lo mismo. Los conductores se fueron turnando mientras corriamos por el cauce del rio de arriba a abajo, quemando frenos y neumaticos y pegando tiros con la pistola. Me toco el ultimo.

– Chinaski -dijo Smithson.

Me puse al volante y acelere el coche hasta los noventa.

– Tu tienes el record, ?eh pistoletas? ?Te voy a borrar del mapa, te voy a dar una patada en el culo! -le dije.

– ?Que?

– ?Quitate la cera de los oidos! ?Te voy a pisotear, pistoletas! ?Yo le di una vez la mano a Max Baer! ?Yo fui una vez mecanico de Tex Ritter! ?Despidete de tu mierdo-so record!

– ?Estas conduciendo con el freno pisado! ?Quita el pie del maldito freno!

– ?Cantame una nana, pistoletas! ?Cantame tu cancion-cita! ?Tengo cuarenta cartas de amor de Mae West en mi petaca!

– ?Nunca podras batir mi record!

No aguarde al disparo. Pise los frenos. Habia supuesto bien su reaccion. El pistoletazo y el frenazo sonaron al mismo tiempo. Bati su record mundial por cuatro metros y nueve decimas de segundo. Eso es lo que dijo al principio. Entonces cambio de tono y me acuso de haber hecho trampa. Yo dije:

– Esta bien, tio, ponme la marca que te salga de los cojones, pero vamonos del rio. No va a llover y esta claro que no vamos a pescar ni un puto pez.

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