Luz permanecio en silencio.
Tembloroso, Elia se tapo la cara con las manos. Durante largo rato nadie pronuncio palabra.
—Lo siento —se disculpo el hombre y alzo la mirada. Tenia los ojos secos y brillantes y movia extranamente la boca al hablar—. Luz Marina, te ruego que me perdones. Lo que he dicho carece de sentido. Viniste a nosotros, eres bienvenida aqui, en nuestro seno. Quedo…, quedo muy agotado intentando descubrir lo que debemos hacer, lo que esta bien…, es muy dificil saber que esta bien… —Las tres mujeres guardaron silencio—. Transijo, es verdad, transijo con Marquez, ?que otra cosa puedo hacer? Despues dicen ustedes que Elia traiciona nuestros ideales, que nos condena a la esclavitud definitiva con relacion a la Ciudad, que pierde todo aquello por lo que luchamos. ?Que quieren? ?Mas muertes? ?Quieren otra confrontacion, ver como vuelven a disparar contra el Pueblo de la Paz, combates, palizas…, ver nuevamente como mueren a golpes los hombres…, nosotros, los que…, los que creemos en la paz, en la no violencia…?
—Elia, nadie dice eso de ti —puntualizo Vera.
—Tenemos que avanzar lentamente. Debemos ser razonables. No podemos hacerlo todo a la vez, irreflexiva y violentamente. ?No es facil…, no es nada facil!
—No —reconocio Vera—. No es nada facil.
—Llegamos de todo el mundo —dijo el anciano—. La gente se traslado desde las grandes ciudades y de las pequenas aldeas. Cuando la Marcha comenzo en la Ciudad de Moskva eran cuatro mil y cuando llegaron a las fronteras del lugar llamado Rusia, sumaban siete mil. Caminaron por el extenso territorio llamado Europa y constantemente cientos y cientos de personas se incorporaban a la Marcha, familias y almas individuales, jovenes y viejos. Procedian de las poblaciones cercanas, de grandes tierras allende los mares, India, Africa. Todos llevaban lo que podian en alimentos y en precioso dinero para comprar alimentos, ya que tal cantidad de caminantes siempre necesitaba alimentos. La gente de los pueblos se detenia a la vera de las carreteras para ver pasar a los caminantes y a veces los ninos se acercaban para regalarles alimentos o precioso dinero. Los ejercitos de las grandes naciones tambien se detenian a la vera de los caminos, miraban, protegian a los caminantes y comprobaban que estos, al ser tantos, no danaran los campos, los arboles y las villas. Los caminantes cantaban, a veces los ejercitos cantaban con ellos y, en ocasiones, los soldados abandonaban sus armas y se sumaban a la Marcha en la oscuridad de la noche. Caminaban y caminaban. Por la noche acampaban y, como eran tantos, parecia que en un santiamen nacia una gran ciudad en los campos sin limite. Caminaron, caminaron y caminaron por los campos de Francia y por los de Alemania, cruzaron las altas montanas de Espana, caminaron semanas y meses, entonando las canciones de la paz, y por fin llegaron, en numero de diez mil, al fin de la tierra y el principio del mar, a Ciudad Lisboa, donde les habian prometido los barcos. Y los barcos esperaban en el puerto.
»Asi fue la Larga Marcha. ?Pero la travesia no habia terminado! Se acercaron a los barcos para partir rumbo a la Tierra Libre, donde serian bien recibidos. Pero ahora eran demasiados. Los barcos solo podian trasladar a dos mil y ellos habian crecido a medida que caminaban, ahora eran diez mil. ?Que podian hacer? Se apinaron y volvieron a apinarse; construyeron mas literas, acumularon diez en cada camarote de las grandes naves, estancia disenada para contener dos. Los propietarios de los barcos dijeron:
»No podian navegar juntos. Los barcos eran veloces y las embarcaciones, lentas. Ocho dias mas tarde las grandes naves atracaron en el puerto de Montral, en las tierras de Canamerica. Las embarcaciones llegaron despues, desperdigadas por el oceano, con unos dias, con unas semanas de retraso. Mis padres viajaban en una de las embarcaciones, una bella y blanca nave llamada
»Cuando llegaron a Montral, fueron recibidos por hombres armados que los pescaron y los encarcelaron. Alli estaban todos, los que habian viajado en los grandes barcos, todo el pueblo esperaba en los campamentos para prisioneros.
»Los gobernantes de esa region afirmaron que eran demasiados. Tendrian que haber sido dos mil y eran diez mil. No habia tierra ni espacio para tantos. Eran tantos que resultaban peligrosos. De todos los confines de la Tierra llegaba gente que se sumaba a ellos, acampaba a las puertas de la ciudad y de los campamentos para prisioneros y entonaba las canciones de la paz. Hasta de Brasil llegaban; habian emprendido su Larga Marcha hacia el norte a lo largo de los grandes continentes. Los gobernantes de Canamerica se asustaron. Dijeron que era imposible mantener el orden y dar de comer a tantos. Dijeron que se trataba de una invasion. Dijeron que la Paz era una mentira, que de verdad no tenia nada, pero eran ellos los que no la entendian ni la querian. Dijeron que su pueblo los abandonaba y se sumaba a la Paz y que no podian permitirlo porque todos debian combatir en la Larga Guerra con la Republica, que se libraba desde hacia veinte anos. ?Dijeron que el Pueblo de la Paz estaba formado por traidores y por espias de la Republica! Asi fue como nos encerraron en los campamentos para prisioneros en lugar de entregarnos la tierra entre las montanas, la tierra prometida. Ahi naci yo, en el campo para prisioneros de Montral.
»Finalmente los gobernantes dijeron:
»Los dos mil fueron elegidos al azar. La eleccion fue terrible, aquel fue el mas amargo de los dias. Para los que se iban aun quedaban esperanzas, pero el riesgo era muy elevado: ?lograrian atravesar las galaxias sin piloto y llegar a un mundo ignoto para no regresar jamas? Y para los que tenian que quedarse, ya no quedaba esperanza alguna. En la Tierra no quedaba sitio alguno para la Paz.
»Se hizo la eleccion, se derramaron lagrimas y la nave partio. Para esos dos mil, para sus hijos y los hijos de sus hijos, la Larga Marcha ha concluido. Aqui mismo, en el lugar al que llamamos el Arrabal, en los valles de Victoria. Pero no olvidamos la Larga Marcha, la gran travesia y a los que dejamos atras, con los brazos extendidos hacia nosotros. No olvidamos la Tierra.
Los ninos escuchaban, caras blancas y morenas, pelos negros y castanos; ojos vivaces y ojos adormilados; gozaban del relato, los conmovia, los aburria… Pese a que algunos eran muy pequenos, todos conocian esa historia. Para ellos formaba parte del mundo. Solo era nueva para Luz.
Un centenar de preguntas, demasiadas, revoloteaban en su mente. Dejo que los ninos hicieran preguntas.
—?Amistad es negra porque su abuela procedia de Rusia la Negra?
—?Hablanos de la astronave! ?Cuentanos como durmieron en la nave!
—?Hablanos de los animales de la Tierra!
Hacian algunas preguntas por ella porque querian que Luz, la forastera, la chica grande que no estaba enterada, conociera sus fragmentos preferidos sobre la saga de su pueblo.
—?Hablale a Luz de los aeroplanos voladores! —exclamo una mocosa, presa de gran agitacion. Se volvio hacia Luz y comenzo a desgranar la historia que le habia oido contar al anciano—. Sus padres estaban en la