Ursula K. Le Guin

El ojo de la garza

1

Con las piernas cruzadas y la cabeza inclinada sobre las manos, Lev estaba sentado bajo el sol, en el centro de un circulo de arboles.

Un ser menudo permanecia agazapado en las tibias y poco profundas palmas ahuecadas de sus manos. Lev no lo sujetaba: el ser habia decidido o consentido estar ahi. Semejaba un sapo diminuto y alado. Las alas, plegadas hasta formar un pico por encima de su lomo, eran pardas con rayas oscuras y su cuerpo tenia el color de las sombras. Tres ojos dorados como grandes cabezas de alfileres adornaban su testa, uno a cada lado y el tercero en mitad del craneo. Este ojo central que miraba hacia arriba vigilaba a Lev, que parpadeo. El ser se demudo. Por debajo de sus alas plegadas surgieron frondas rosaceas y cenicientas. Durante unos segundos parecio convertirse en una bola plumosa, dificil de distinguir con claridad, pues las frondas o plumas temblaban constantemente y desdibujaban sus contornos. El manchon se esfumo gradualmente. El sapo con alas seguia aposentado en el mismo sitio, pero ahora era de color azul claro. Se froto el ojo izquierdo con la mas trasera de sus patas siniestras. Lev esbozo una sonrisa. Sapo, alas, ojos y patas se desvanecieron. En la palma de la mano de Lev se agazapaba una figura plana semejante a una mariposa nocturna, casi invisible porque, salvo algunos puntos oscuros, tenia el mismo color y textura que su piel. Lev continuo inmovil. El sapo azul y alado reaparecio lentamente, vigilandolo con un ojo dorado. Atraveso la palma de su mano y subio por la curvatura de sus dedos. Delicadas y precisas, las seis patas diminutas y tibias apretaban y aflojaban. El ser hizo un parentesis en las yemas de los dedos de Lev y ladeo la cabeza para observarlo con el ojo derecho, mientras con el izquierdo y el central escudrinaba el cielo. Adquirio forma de flecha, extendio un par de alas posteriores translucidas que median dos veces el largo de su cuerpo y emprendio un vuelo amplio y relajado hacia una ladera soleada que se extendia mas alla del circulo de arboles.

—Lev, ?me oyes?

—Estaba entretenido con un no-se-que. —Se incorporo y se reunio con Andre al otro lado del circulo de arboles.

—Martin cree que esta noche podriamos llegar a casa.

—Ojala este en lo cierto —replico Lev.

Recogio su mochila y se puso al final de la hilera de siete hombres. Partieron en fila india y no hablaron, salvo cuando alguien situado mas abajo gritaba para senalar al guia un camino que podia resultar menos dificil o cuando el segundo de la fila, que portaba la brujula, decia al guia que torciera a derecha o a izquierda. Se dirigian hacia el sudoeste. Aunque la marcha era apacible, no habia senderos ni indicaciones. Los arboles del bosque crecian en circulo: de veinte a sesenta ejemplares formaban un anillo alrededor de un espacio central despejado. En los valles que surcaban las colinas, la vegetacion de los circulos era tan densa, con los arboles a menudo entrelazados, que para avanzar los viajeros se veian obligados a abrirse paso en la maleza, entre troncos oscuros y tupidos, a atravesar sin dificultad la hierba mullida del circulo iluminado por el sol y una vez mas las sombras, el follaje, las ramas y los troncos apretados. En las laderas los circulos aparecian mas espaciados y por momentos surgia una extensa panoramica de valles sinuosos, interminablemente salpicados de los apacibles e irregulares circulos rojos de los arboles.

A medida que caia la tarde, la neblina empanaba el sol. Hacia el oeste las nubes se espesaron. Caia una lluvia fina y ligera. El tiempo era benigno, sin viento. Los torsos desnudos de los viajeros brillaban como si estuvieran aceitados. Las gotas de lluvia pendian de sus cabellos. Siguieron avanzando, dirigiendose tenazmente hacia el sudoeste. La luz se torno mas gris. El aire pendia, brumoso y oscuro, en los valles y en los circulos arboreos.

El guia Martin corono una elevacion prolongada y pedregosa, se volvio y los llamo. Ascendieron uno tras otro y se reunieron con el en la cresta de la loma. A los pies del cerro un rio ancho brillaba incoloro entre las oscuras orillas.

Grapa, el mayor, fue el ultimo en llegar a la cima y se detuvo a contemplar el rio con cara de profunda satisfaccion.

—Hola —murmuro como si se dirigiera a un amigo.

—?Que direccion deberiamos tomar para llegar a las canoas? —pregunto el muchacho de la brujula.

—Aguas arriba —respondio Martin, titubeante.

—Aguas abajo —propuso Lev—. ?Aquello que se ve al oeste no es el punto mas elevado de la loma?

Parlamentaron unos instantes y decidieron dirigirse rio abajo. Antes de reanudar la marcha, permanecieron un rato silenciosos en la cresta de la loma, desde la que disfrutaban de una panoramica del mundo mas amplia que la que habian visto en muchas jornadas. Al otro lado del rio la arboleda se extendia hacia el sur en interminables vericuetos formados por los anillos entrelazados bajo las nubes estaticas. Hacia el este, rio arriba, el terreno se elevaba abruptamente; hacia el oeste, las aguas caracoleaban en superficies grises entre las colinas mas bajas. En los tramos en que no se divisaba, un brillo tenue cubria el rio, un atisbo de sol en alta mar. Hacia el norte, a espaldas de los viajeros, las estribaciones arboladas, los dias y los kilometros de su travesia se ensombrecian en medio de la lluvia y la noche. En ese inconmensurable y sereno paisaje de colinas, bosque y rio, no se percibia el menor hilillo de humo, ni casas ni caminos.

Torcieron hacia el oeste siguiendo la cresta de la loma. Aproximadamente un kilometro mas adelante Bienvenido, el chico que ahora iba a la vanguardia, lanzo un grito y senalo dos astillas negras en la curva de una playa de guijarros: los botes que habian varado muchas semanas atras.

Descendieron hasta la cala deslizandose y gateando por la pronunciada loma. Aunque la lluvia habia cesado, junto al rio todo parecia mas oscuro y frio.

—Pronto caera la noche. ?Acampamos? —pregunto Grapa con tono vacilante.

Contemplaron la masa gris del rio serpenteante, cubierta por el cielo plomizo.

—Habra mas luz en el agua —dijo Andre y saco los zaguales de debajo de una de las canoas varadas boca abajo.

Una familia de murcielagos con saco abdominal habia anidado entre los zaguales. Las crias apenas desarrolladas daban saltitos, correteaban por la playa y chillaban taciturnas, mientras los exasperados padres se lanzaban tras ellas en picado. Los hombres rieron y cargaron a hombros las canoas ligeras.

Las botaron y partieron en las embarcaciones con capacidad para cuatro personas. Cada vez que se elevaban, los zaguales reflejaban la luz fuerte y clara de poniente. En medio del rio el cielo parecia mas claro y mas alto, y ambas margenes daban la impresion de ser bajas y negras.

Oh, cuando arribemos, oh, cuando arribemos a Lisboa, las blancas naves estaran esperando, oh, cuando arribemos…

Uno de los tripulantes de la primera canoa entono la cancion y dos o tres voces de la segunda hicieron el coro. En torno al cantico suave y breve se extendia el silencio de la inmensidad, lo mismo que por debajo y por encima, por delante y por detras.

Las orillas se tornaron mas bajas, mas distantes, mas inciertas. Ahora navegaban por un mudo torrente gris de ochocientos metros de ancho. El cielo ennegrecia cada vez que lo miraban. A lo lejos, al sur, brillo un punto de luz remoto pero claro, rompiendo la anosa oscuridad.

En las aldeas nadie estaba despierto. Se acercaron a traves de los arrozales, guiados por los faroles oscilantes. En el aire se percibia el denso aroma del humo de turba. Silenciosos como la lluvia, avanzaron calle

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