atacaba y volvia a atacarme. Asi son las cosas, Ok, los creechis son holgazanes, son torpes, son traicioneros, y no tienen dolor. Tienes que ser duro con ellos y mantenerte impasible.

—No merecen que uno se tome todo este trabajo, capitan. Malditos bastardos minusculos, verdes y ariscos, no quieren pelear, no quieren trabajar, no quieren nada. Lo unico que quieren es reventarme.

Las quejas del refunfunon Oknanawi no podian ocultar su obstinacion. Ok no dejaba de castigar a los creechis porque fueran mucho mas pequenos, eso lo tenia bien claro, y tambien Davidson lo sabia ahora, lo acepto en seguida. El sabia como manejar a sus hombres., y —Mira, Ok. Prueba esto. Llama a los cabecillas y diles que les vas a meter un pinchazo de alucinogenos. Mescalina, ele ese, cualquiera, no saben cual es CUELL Pero les aterroriza, No exageres y todo ira bien. Puedo asegurartelo.

—?Por que les tienen tanto miedo a los alucinogenos? —pregunto con curiosidad el capataz.

—?Que se yo! ?Por que las mujeres les tienen miedo a los ratones? ?No les pidas a las mujeres y a los creechis que tengan sentido comun, Ok! A proposito de mujeres, precisamente iba a Centralville esta manana. ?Quieres que le ponga la mano encima por ti a alguna de las chicas?

—Es mejor que la tenga lejos hasta que yo salga de permiso —dijo Ok con una sonrisa.

Un grupo de creechis paso transportando una larga viga de doce por doce para la Sala de Reunion, que se estaba construyendo mas abajo, en la orilla del rio. Unas figuras pequenas, lentas, bamboleantes, que arrastraban penosamente la enorme viga, como una hilera de hormigas que arrastrase una oruga muerta, hoscos e ineptos. Oknanawi les observo y dijo: —Capitan, de verdad me dan escalofrios.

Eso era extrano, viniendo de un hombre rudo, tranquilo como Ok.

—Bueno, en realidad, Ok, estoy de acuerdo contigo en que no vale la pena tomarse tanto trabajo, o correr tantos riesgos. Si ese marica de Lyubov no estuviera rondando por aqui, y si el coronel no se empenase tanto en atenerse al Codigo, creo que nosotros mismos podriamos despejar las areas que colonizamos, en vez de aplicar el acta de Mano de Obra Voluntaria. Al fin y al cabo, tarde o temprano les van a liquidar, y quiza cuanto antes lo hagan mejor. ?por que no? Porque asi son las cosas. Las razas primitivas siempre han tenido que dar paso a las razas civilizadas. La alternativa es la asimilacion.

Pero ?para que demonios vamos a querer asimilar a un monton de monos verdes? Y como tu dices, tienen la inteligencia minima como para que no podamos confiar en ellos.

Como esos monos enormes que habia en el Africa. ?Como se llamaban?

—Eso mismo. De igual manera que en el Africa nos fue mejor in los gorilas, aqui nos ira mejor sin los creechis. Son un estorbo… Pero Papaito Ding-Dong dice que hay que utilizar la mano de obra creechi, y nosotros la utilizamos. Por algun tiempo. ?Entendido? Hasta la noche, Ok.

—Entendido, capitan.

Davidson miro el helicoptero desde el Cuartel General de Campamento Smith: un cubo de tabanes de pino de cuatro metros de lado, dos escritorios, un refrigerador de agua, el teniente Birno reparando un radiotransmisor.

—No dejes que se queme el campamento, Birno.

—Traigame una chica, Capitan. Rubia. Ochenta y cinco, cincuenta y cinco, noventa.

—Cristo ?nada mas?

—Me gustan menuditas, no desbordantes, sabe.

Birno dibujo expresivamente el modelo preferido en el aire. Con una sonrisa, Davidson siguio cuesta arriba hacia el hangar. Mientras volaba sobre el campamento, le echo una ojeada: las viviendas de los muchachos, los caminos esbozados apenas, los grandes claros de cepas y rastrojos, todo empequeneciendose a medida que el aparato ganaba altura; el verde de los bosques de la gran id, que no habian talado aun, y mas alla de ese verde sombrio el verde palido del mar inmenso y ondulante. Ahora Campamento Smith parecia una mancha amarilla, un lunar en el ancho tapiz verde.

Dejo atras el estrecho Smith y la boscosa y escarpada cordillera al norte de Isla Central, y a eso del mediodia aterrizo en Centralville. Parecia toda una ciudad, al menos ahora, despues de tres meses en los bosques; aqui habia calles y edificios de verdad; aqui estaban desde hacia cuatro anos, cuando se habia fundado la Colonia. Uno no se daba cuenta de lo que era en realidad —una poblacion fronteriza, pequena y endeble hasta que la miraba desde el sur a un kilometro y veia resplandecer por encima de los tocones y las callejuelas de hormigon una torre dorada y solitaria, mas alta que cualquier otra cosa de Centralville. No era una nave grande, pero aqui parecia grande. En verdad no era mas que una capsula de aterrizaje, un nodulo auxiliar, un bote salvavidas de la astronave; la nave de ruta NAFAL, el Shackleton, estaba en orbita, medio millon de kilometros mas arriba. La capsula era apenas una muestra, una huella digital de la grandiosidad, la potencia, la precision y el esplendor prodigioso de la tecnologia astronautica terrestre.

Davidson se quedo mirando la nave, y durante un segundo los ojos se le llenaron de lagrimas. Y no se avergonzo. Aquella nave habia venido del hogar. Y de esta manera el era un buen panos.

Un momento despues, mientras caminaba por las calles del pueblecito fronterizo. con sus vastas perspectivas de casi nada en los extremos, empezo a sonreir. Porque alli estaban las damas, seguro, y uno se daba cuenta en seguida de que eran carne fresca.

Casi todas iban vestidas con faldas estrechas y largas y unos zapatos que parecian chanclos, de color rojo, purpura, dorado, y camisas con volantes dorados o plateados.

Nada de: pezones a la vista. Las modas habian cambiado; mala suerte. Todas llevaban el cabello recogido muy alto, rociado seguramente con ese empasto pringoso que ellas usaban. Pero solo a las mujeres se les ocurria ponerse esas cosas en los cabellos, y por lo tanto era provocativo. Davidson sonrio a una euraf pequenita y oronda con mas cabello que cabeza; no obtuvo la sonrisa que esperaba pero si un meneo de nalgas que decia a las claras: sigue, sigue, sigueme. Sin embargo, no la siguio. Todavia no. Fue al Cuartel General: piedra reconstituida y chapa plastica estandar, 40 oficinas, 10 refrigeradores de agua, un arsenal en el subsuelo, y conexion directa con el Comando Central de la Administracion Colonial de Nueva Tahiti. Se cruzo con un par de tripulantes de la capsula, presento en Selvicultura un pedido de un nuevo descortezador semirobot, y concerto una cita con su camarada de toda la vida Juju Sereng en el Luau Bar a las catorce cero cero.

Llego al bar una hora antes para comer algo antes de empezar a beber Lyubov estaba alli en compania de un par de tipos de la Flota, eruditos de una u otra calana, que habian bajado en la capsula del Shackleton; Davidson no apreciaba demasiado a la Armada, una pandilla de rufianes engreidos, que dejaban en manos del Ejercito los trabajos sucios, pesados y peligrosos; pero galones eran galones, y de todas maneras le divirtio ver a Lyubov yendo de juerga con gente de uniforme. Estaba hablando, agitando las manos de un lado a otro, como de costumbre. Davidson le palmeo el hombro al pasar y le dijo: —Hola, Raj, viejo. ?Que hay de nuevo?

Siguio de largo in esperar la mueca de odio, aunque le dolia perdersela. Era francamente divertida la forma en que Lyubov le aborrecia. Un afeminado, probablemente, que envidiaba la virilidad de los otros. De todos modos, Davidson no iba a tomarse la molestia de odiar a Lyubov, no valia la pena.

El Luau servia un bistec de venado de primera. ?Que dirian en la vieja Tierra si vieran a un hombre engullirse un kilo de carne en una sola comida? ?Pobres infelices, condenados a beber jugo de soja! Ad reo llego Juju acompanado —como Davidson confiaba y esperaba —por la flor y nata de las nuevas damiselas: dos bellezas suculentas, no Novias sino Personal de Esparcimiento. ?Ah, la decrepita Administracion Colonial de vez en cuando hada las cosas bien! Fue una larga y calida tarde.

En el vuelo de regreso al campamento cruzo el Estrecho Smith al nivel del sol, que flotaba por encima del mar en lo alto de un banco de niebla dorada. En el asiento del piloto. Davidson canturreaba al compas de los balanceos del helicoptero. Tierra de Smith aparecio a la vista envuelta en la bruma; habia una humareda sobre el campamento, un hollin oscuro como si hubiesen echado petroleo en el incinerador de residuos. Era tan espeso que Davidson no podia ver los edificios. Hasta que toco tierra en el aerodromo no vio el avion carbonizado, los despojos ennegrecidos de los helicopteros, el hangar quemado hasta los cimientos.

Volvio a despegar y volo sobre el campamento, a tan poca altura que hubiera podido chocar con la chimenea conica del incinerador, lo unico que quedaba en pie. Todo lo demas habia desaparecido: el aserradero, el horno, los depositos de madera, el Cuartel General, las cabanas, las barracas, el pabellon de los creechis, todo. Armazones ennegrecidos y ruinas, todavia humeantes. Pero no habia sido un incendio en el bosque.

El bosque estaba alli, siempre verde, a un paso de las ruinas. Davidson regreso al aerodromo, poso el aparato, y bajo en busca de la motocicleta, pero tambien ella era un despojo negro, junto a las ruinas humeantes, pestilentes, del hangar y las maquinas. Bajo corriendo hacia el campamento. De pronto, al pasar junto a lo que fuera la cabana de radiocomunicaciones, su cerebro volvio a funcionar. Sin dudar ni un momento cambio de

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