acaba de desinflarse, y los ojos saltones y azules estaban abiertos y le miraban fijamente. A el, a Davidson, no se atreverian a matarle. No habian vuelto a disparar. Era imposible. No podian matarle. Alli estaba el helicoptero, brillante y seguro. Se precipito sobre el asiento y levanto el vuelo antes que los creechis intentaran algo nuevo. Las manos le temblaban, no demasiado; nervios, nada mas. No podian matarle. Rodeo la colina y luego volvio, veloz y a poca altura, tratando de ver a los cuatro creechis. Pero nada se movia entre los montones de escombros del campamento.

Esa manana habia existido un campamento en aquel lugar. Doscientos hombres. Y habia cuatro creechis alli, pocos minutos antes. El no habia sonado todo eso. No podian haber desaparecido asi como asi. Tenian que estar alli, escondidos. Movio la llave que ponia al descubierto la ametralladora en la nariz del helicoptero, y barrio el suelo quemado, ametrallo el verde follaje del bosque, bombardeo los huesos calcinados y los cuerpos frios de los hombres, los restos de las maquinas y las cepas blanquecinas y putrefactas, una y otra vez hasta que se le acabaron las municiones. Los espasmos de la ametralladora cesaron bruscamente.

Ahora tenia las manos firmes, el cuerpo aplacado, y sabia que no era la victima de un mal sueno. Enfilo el aparato hacia el estrecho, para ir a dar la noticia en Centralville.

Mientras volaba sintio que los musculos del rostro se le distendian, que recuperaba la calma habitual. No podian culparle del desastre, porque ni siquiera habia estado alli. Tal vez advirtieron que los creechis habian esperado a que el no estuviera para dar el golpe, sabiendo que si el hubiera podido organizar la defensa habrian fracasado. Y algo bueno iba a resultar de todo esto. Harian lo que hubieran tenido que hacer desde el principio, limpiar el planeta de una vez por todas para que lo ocuparan los humanos. Ni el mismo Lyubov podia impedirles ya que terminasen con los creechis, cuando supieran que quien habia encabezado la masacre era el nino mimado de Lyubov. Ahora, por un tiempo, habla que concentrarse en la tarea de exterminar las ratas; y podia ser, podia ser que le confiasen a el ese pequeno trabajo. En este momento hubiera podido sonreir. Pero se contuvo.

Alla abajo el mar era gris a la luz debil, y ante el se extendian las colinas de la isla, los bosques enmaranados de muchos arroyos, de muchas hojas, envueltos en la penumbra del atardecer.

2

Soplaba el viento, y las mil tonalidades del moho y el crepusculo, los marrones y rojizos y los verdes palidos cambiaban sin cesar en las alargadas hojas de los sauces. Espesas y rugosas, las raices estaban cubiertas de un musgo verde a orillas de los arroyos, que fluian lentamente como el viento, demorados por suaves remolinos y falsos remansos, atascados en piedras y raices, las ramas colgantes y hojarasca Id habia ni un solo claro, ni un resquicio de luz traspasaba la espesura. Hojas y ramas, troncos y raices —lo umbrio, lo complejo —invadian el viento, el agua, la luz del sol, el resplandor de las estrellas.

Debajo de las ramas, alrededor de los troncos y sobre las raices corrian senderos pequenos, ninguno en linea recta, todos se desviaban ante un minimo obstaculo, tortuosos como nervios. El suelo no era seco y compacto sino humedo y esponjoso, producto de la colaboracion de los seres vivos y la lenta, la morosa muerte de las hojas y los arboles; y en aquel fertil cementerio crecian arboles de treinta metros de altura, y hongos diminutos que brotaban en circulos de un centimetro de diametro. Habia un olor en el aire, sutil, variado y dulzon. El campo visual nunca era demasiado amplio, a menos que espiando a traves del ramaje alguien alcanzara a divisar las estrellas. Nada era puro, seco, arido, llano. La Revelacion no se conocia alli. Abarcarlo todo de una sola mirada era un imposible: ninguna certeza. Las tonalidades del moho y el crepusculo seguian cambiando en las ramas colgantes de los sauces, y nadie hubiera podido decir si el color de las hojas era bermejo o verderrojizo, o verde.

Selver subia por un sendero en la orilla del agua; avanzaba lentamente y tropezaba a menudo con las raices de los sauces. Vio a un anciano que dormia, y se detuvo. El anciano le miro a traves de las largas hojas de los sauces y le vio en sus suenos.

—?Puedo ir a tu Albergue, mi Senor Sonador? He recorrido un largo camino.

El anciano no se movio. Selver se sento en cuclillas al lado del camino, junto al arroyo.

La cabeza le cayo sobre el pecho porque estaba exhausto y necesitaba dormir. Habia andado durante cinco dias.

—?Vienes del tiempo-sueno o del tiempo-mundo? —le pregunto el anciano al cabo de un rato.

—Del tiempo-mundo.

—Ven conmigo entonces. —El anciano se levanto rapidamente y guio a Selver por el sinuoso sendero mas alla de los sauces, hasta un paraje mas seco y oscuro de robles y espinos —. Te tome por un dios —le dijo, adelantandose un paso —. Y me parecio que te habia visto antes, tal vez en suenos.

—No en el tiempo-mundo. Vengo de Sornol. Nunca estuve aqui antes.

—Este pueblo es Cadast. Yo soy Coro Mena. Del Espino Blanco.

—Me llamo Selver. Del Fresno.

—Hay gente del Fresno entre nosotros, hombres y mujeres. Tambien gente de vuestros clanes matrimoniales, Abedul y Acebo; no tenemos mujeres del Manzano. Pero tu no vienes en busca de mujer ?verdad?

—Mi mujer ha muerto —dijo Selver.

Llegaron al Albergue de Hombres, en un terreno alto en medio de un plantio de robles jovenes. Se agacharon y se arrastraron por el tunel de la entrada haba cruzarlo. Dentro, a la luz de la hoguera, el anciano se enderezo, pero Selver permanecio agachado, apoyado sobre las manos y rodillas, incapaz de levantarse. Ahora que tenia consuelo y ayuda al alcance de la mano, el cuerpo exhausto se negaba a dar un paso mas. Se dejo caer en el suelo y se le cerraron los ojos, y se deslizo, con alivio y gratitud, en la gran oscuridad.

Los hombres del Albergue de Cadast cuidaron de el, y el curandero fue a atenderle la herida del brazo derecho. Esa noche, Coro Mena y el curandero Torber se sentaron junto al fuego. La mayoria de los otros hombres de Cadast pasaban la noche con sus mujeres; solo habia sentados en los bancos un par de jovenes aprendices de sonadores, y ambos se habian quedado profundamente dormidos.

—No se que pudo haberle causado cicatrices como la de la cara —dijo el curandero—, y menos aun la que tiene en el brazo. Una herida muy extrana.

—Tambien llevaba en el cinto una maquina rara —dijo Coro Mena.

—Yo la vi y no la vi.

—La puse debajo del banco. Parece de hierro pulido, pero no es obra de hombres.

—Viene de Sornol, te dijo.

Ambos permanecieron silenciosos un rato. Coro Mena sintio la presion de un miedo inexplicable, y se deslizo hacia el sueno para buscar la razon de ese miedo, pues era anciano y un adepto desde mucho tiempo atras. En el sueno los gigantes caminaban, pesados, horrendos. Tenian miembros secos y escamosos y los llevaban envueltos en ropas; tenian ojos pequenos y claros, como cuentas de estano. Detras reptaban unas enormes cosas moviles de hierro pulido. Los arboles caian al paso de las maquinas.

De entre los arboles que caian salia corriendo un hombre gritando desesperadamente, la boca ensangrentada. El sendero por el que corria llevaba al Albergue de Cadast.

—Bueno, no queda ninguna duda —dijo Coro Mena, deslizandose fuera del sueno —. Vino por el mar directamente de Sornol, o bien caminando desde la costa de Keime Deva en nuestro continente. Los gigantes estan en los dos lugares, dicen los viajeros.

—Le seguiran —dijo Torber.

Ni el uno ni el otro respondio a la pregunta, que no era una pregunta sino la mera expresion de una posibilidad.

—? Viste a los gigantes una vez, Coro?

—Una vez —dijo el anciano.

Coro sono; algunas veces, ya viejo y no tan fuerte como antano, se echaba a dormir un rato. Llego la manana, paso el mediodia. Alrededor del Albergue se preparaba una partida de caza, los ninos gorjeaban, las mujeres hablaban con voces susurrantes como arroyuelos. Una voz mas seca llamo a Coro Mena desde la puerta. Coro Mena salio arrastrandose por el tunel a la luz del atardecer. Alli fuera estaba su hermana, aspirando con placer la fragancia del viento, pero con la cara muy seria.

Вы читаете El nombre del mundo es Bosque
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×