—?No estan iniciados?

—No. A veces hablan de sus suenos, y los curanderos tratan de utilizarlos en las curas, pero ninguno de ellos esta iniciado, ni tiene ninguna capacidad para sonar. Lyubov, el que me instruyo, me comprendio cuando le explique como se suena. Y sin embargo llamaba “real” al tiempo-mundo e “irreal” al tiempo-sueno, como si esa fuese la diferencia.

—Tu has hecho lo que tenias que hacer —repitio Coro Mena despues de un momento de silencio.

A traves de las sombras encontro los ojos de Selver. La tension desesperada en la cara de Selver cebo de pronto; la boca marcada se le distendio, y el se tumbo de espaldas sin decir mas. Un momento despues estaba dormido.

—Es un dios —dijo Coro Mena.

Torber asintio, aceptando casi con alivio el veredicto del anciano.

—Pero no como los otros. No como el Perseguidor, no como el Amigo que no tiene rostro, ni como la Mujer Hoja —de —Alamo que camina en el bosque de los suenos. Ni como el Cancerbero, ni como la Serpiente. Ni como el Tocador —de —Lira o el Tallista o el Cazador, aunque como ellos viene del tiempo-mundo. Quiza hemos sonado a Selver en estos ultimos anos, pero ya no volveremos a sonarlo; ha salido del tiempo-sueno. Viene del bosque, a traves del bosque, donde caen las hojas, donde mueren los arboles, un dios que conoce la muerte, un dios que mata y no renace.

La matriarca escucho los relatos y las profecias de Coro Mena y actuo. Puso en estado de alerta al pueblo de Cadast, asegurandose de que cada familia estuviese lista para movilizarse, con algunos alimentos preparados, y parihuelas para los viejos y enfermos.

Envio a las mujeres jovenes a explorar el sur y el este en busca de noticias de los yumenos.

Alrededor del pueblo mantenia siempre a un grupo de cazadoras armadas, aunque las otras salian como de costumbre noche tras noche. Y cuando Selver recobro un poco las fuerzas, insistio en que dejara el Albergue y narrara su historia: como los yumenos mataban y esclavizaban a la gente en Sornol, y mutilaban los bosques; como la gente de Kelme Deva habia matado a los yumenos. Obligaba a las mujeres y a los hombres que no sonaban, que no comprendian estas cosas, a escucharlas de nuevo, hasta que las comprendian y sentian temor. Porque Ebor Dendep era una mujer practica. Y si un Gran Sonador, su hermano, le decia que Selver era un dios, un reformador, un puente entre realidades, ella creia y actuaba. El Sonador tenia la responsabilidad de ser cuidadoso, estar seguro de que su veredicto era inequivoco. Y ella, la de asumir ese veredicto y actuar en consonancia. El veia lo que habia que hacer; ella cuidaba de que se hiciera.

—Todas las ciudades del bosque tienen que escuchar —dijo Coro Mena.

Y la matriarca envio a jovenes mensajeras, y las matriarcas de otros pueblos escucharon y enviaron mensajeras. La matanza de Kelme Deva y el nombre de Selver se conocieron en toda la Isla Septentrional y mas alla de los mares en los otros continentes, de boca en boca, o por escrito, no muy rapidamente, pues el Pueblo de los Bosques no tenia medios mas veloces que aquellas mensajeras, bastante rapidas sin embargo.

No todos eran un mismo pueblo en los Cuarenta Continentes del Mundo. Habia mas lenguas que regiones, y en cada una un dialecto diferente para cada pueblo; habia infinitas ramificaciones de costumbres, morales, creencias, oficios; los tipos fisicos eran distintos en cada uno de los cinco Grandes Continentes. Los de Sornol eran altos y palidos, y grandes mercaderes; los de Rieshwel eran de corta estatura, de pelo a veces negro, y comian monos; y asi sucesivamente. Pero el clima apenas variaba y tampoco el bosque, y el mar era siempre el mismo. La curiosidad, las rutas regulares del comercio, y la necesidad de encontrar marido o mujer del arbol apropiado, mantenian un fluido movimiento de gente entre las poblaciones y entre los continentes, y habia por lo tanto ciertos parecidos entre todos ellos excepto los de los confines mas remotos, las semidesconocidas islas barbaras del Lejano Este y el Lejano Sur. En los Cuarenta Continentes, quienes gobernaban las ciudades y los pueblos eran las mujeres, y casi todos los pueblos tenian un Albergue de Hombres. En los Albergues los Sonadores hablaban una lengua antigua, y esta variaba poco de una rejon a otra. Casi nunca la aprendian las mujeres, ni los hombres que eran simples cazadores, pescadores, tejedores, constructores, y que solo sonaban suenos pequenos fuera del Albergue. Como la mayor parte de las escrituras estaban en esta lengua antigua, cuando las matriarcas enviaban a las jovenes mensajeras, las cartas iban de Albergue en Albergue, y eran los Sonadores quienes las interpretaban para las Ancianas, lo mismo que otros documentos, rumores, problemas, mitos y suenos. Pero siempre eran las Ancianas las que decidian si creer o no creer.

Selver estaba en Esbsen, en una habitacion pequena. La puerta no estaba trabada, pero sabia que si la abria algo maligno iba a entrar. Mientras la mantuviese cerrada todo iria bien. Pero alli fuera, habia arboles jovenes, un huerto frente a la casa; no eran arboles frutales, ni de los que daban nueces, eran arboles de alguna otra especie y Selver no recordaba cual. Salio a ver que arboles eran. Yacian despedazados, arrancados de raiz.

Alzo una rama plateada y del extremo roto broto un poco de sangre.

—No, aqui no, no otra vez, Thele —dijo —. ?Oh, Thele, ven a mi antes de morir!

Pero ella no vino. Solo su muerte estaba alli, el abedul quebrado, la puerta abierta.

Selver se volvio y regreso de prisa a la casa, descubriendo que estaba construida sobre el nivel del suelo, como una casa yumena, muy alta y llena de luz. La otra puerta, en la pared opuesta de la alta habitacion, daba a la larga calle de la ciudad yumena, Central.

Selver tenia el fusil en el cinto. Si Davidson venia, podria matarle. Espero, detras del umbral, con la puerta abierta, mirando el sol. Aparecio Davidson, inmenso, corriendo.

Selver apenas podia seguirle con la mira del fusil, mientras Davidson zigzagueaba enloquecido por la ancha calle, muy rapido, cada vez mas cerca. El fusil le pesaba. Selver disparo, pero no salio ningun fuego del fusil, y enfurecido y aterrorizado arrojo a lo lejos el fusil y el sueno.

Disgustado y deprimido, escupio y suspiro.

—?Un mal sueno? —le pregunto Ebor Dendep.

—Todos son malos, y todos iguales —dijo Selver, pero mientras respondia se sintio menos angustiado, menos intranquilo Los frios rayos del sol matutino se filtraban en manchas y dardos de luz a traves del follaje menudo y las ramas del bosque de abedules de Cadast. Alli estaba sentada la matriarca, tejiendo una cesta de tallos de helecho negro, porque le gustaba tener los dedos ocupados, mientras a su Ido yacia Selver, en un semisueno o sonando. Hacia quince dias que estaba en Cadast, y la herida ya se le habia cerrado. Aun dormia largamente, pero por primera vez en muchos meses habia empezado a sonar otra vez despierto, regularmente, no una o dos veces en un dia y una noche sino con el pulso y el ritmo verdaderos del sueno, que se manifiesta y desaparece entre diez y catorce veces por dia. Por malos que fueran los suenos, mero terror y verguenza, los recibia con alegria.

Habia temido estar definitivamente separado de sus raices, haberse internado demasiado en las regiones muertas de la accion y no poder encontrar nunca mas el camino de regreso a las fuentes de la realidad. Ahora, aunque el agua era muy amarga, volvia a beberla.

Por un instante, tuvo de nuevo a Davidson abatido entre las cenizas del campamento incendiado, y esta vez, en lugar de cantar sobre el, le golpeaba la boca con una piedra. A Davidson se le rompian los dientes, y la sangre le corria entre las esquirlas blancas.

El sueno le fue util, la clara realizacion de un deseo, pero alli se detuvo, pues lo habia sonado muchas veces, antes de encontrar a Davidson en las cenizas de Keime Deva, y despues. Ese sueno solo le aliviaba, nada mas. Un sorbo de agua dulce. Era el agua amarga la que el necesitaba. Tenia que regresar, no a Kelme Deva sino a la calle larga y aterradora de la ciudad extrana llamada Central, donde habia atacado a la Muerte, y donde habia sido derrotado.

Ebor Dendep tarareaba mientras tejia. Las manos fragiles, de pelusa verde y sedosa plateada por la edad, entrelazaban los tallos negros de los helechos, diestras y veloces.

Entonaba una cancion que hablaba de la recoleccion de los helechos, una cancion de muchacha. “Estoy juntando helechos, me pregunto si el volvera…” La voz debil y vieja trinaba como un grillo. En las hojas de los abedules temblaba el sol. Selver apoyo la cabeza en los brazos.

El bosque de abedules estaba casi en el centro del pueblo de Cadast. Ocho senderos partian del pueblo y se alejaban entre los arboles serpenteando. Una vaharada de humo de lena flotaba en el aire; en el limite sur del bosque, alli donde las ramas raleaban se veia el humo que brotaba de una chimenea, como una hebra de hilo azul que se desenroscara entre las hojas. Si uno miraba atentamente entre las encinas y otros arboles, descubria tejados que asomaban a poco mas de medio metro del nivel del suelo, quiza unos cien o doscientos, era muy

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