dificil contarlos. Las casas de madera estaban construidas bajo tierra en sus tres cuartas partes, incrustadas entre las raices de los arboles como madrigueras de tejones. Una barda de ramas menudas, pinocha, canas, humus, recubrian los techos de vigas. Eran aislantes, impermeables, y casi invisibles. El bosque y la comunidad de ochocientas personas continuaban sus quehaceres, todo alrededor del bosquecillo de abedules donde Ebor Dendep tejia una cesta de helechos.

Un pajaro entre las ramas encima de ella dijo “Ti-huit”, dulcemente. Habia mas bullicio humano que de costumbre, porque cincuenta o sesenta forasteros, hombres y mujeres jovenes en su mayoria, habian estado llegando en los ultimos dias, atraidos por la presencia de Selver. Algunos eran de otras ciudades del norte, otros eran los que habian ayudado a Selver en la matanza de Kelme Deva; le habian seguido hasta aqui guiados por los rumores. Sin embargo, las voces que llamaban aqui y alla y el parloteo de las mujeres que se banaban o de los ninos que jugaban a la orilla del arroyo, eran menos fuertes que el canto de las aves y el zumbido de los insectos en la manana y los susurros del bosque vivo del que el pueblo era solo un elemento.

Una muchacha llego subitamente, una joven cazadora del color de las hojas palidas del abedul.

—Mensaje hablado de la costa sur, madre —dijo —. La mensajera esta en el Albergue de Mujeres.

—Mandala aqui cuando haya comido —replico con dulzura la matriarca —. Silencio, Tolbar, ?no ves que esta durmiendo?

La muchacha se inclino a recoger una ancha hoja de tabaco silvestre y la puso sobre los ojos de Selver, en los que se habia posado un rayo del sol empinado y brillante. Selver yacia con las manos entreabiertas, el rostro lastimado cubierto de cicatrices, mirando al sol, vulnerable e inocente, un Gran Sonador que se habia quedado dormido como un nino. Pero era el rostro de la muchacha lo que Ebor Dendep observaba. Resplandecia, en esa penumbra inquieta, con piedad y terror, con adoracion.

Tolbar escapo, veloz como una flecha. Poco despues dos de las Ancianas llegaban con la mensajera, avanzando en fila, silenciosas por el sendero moteado de sol. Ebor Dendep levanto la mano, imponiendo silencio. La mensajera se tendio inmediatamente en el suelo, y descanso; tenia la piel verde, con vetas pardas, manchada de sudor y polvo; venia de muy lejos y habia corrido mucho. Las Ancianas se sentaron en los sitios soleados, y se quedaron muy quietas. Como dos viejas piedras verdegrises, de ojos vivos y brillantes.

Selver dormia. Luchaba con una pesadilla que se escapaba. Grito de terror y se desperto.

Fue a beber un poco de agua en el arroyo; cuando volvio, le seguian seis o siete de los que siempre le seguian. La matriarca dejo a un lado su labor a medio terminar y dijo: —Ahora se bienvenida, mensajera, y habla.

La mensajera se puso de pie, saludo a Ebor Dendep con una inclinacion de cabeza, y hablo.

—Vengo de Trethat. Mi mensaje viene de Sorbron Deva, antes de eso los marineros del Estrecho, antes de eso de Brotor en Sornol. Es para los oidos de toda Cadast pero he de decirselo al hombre llamado Selver nacido del Fresno en Eshreth. lie aqui el mensaje: Hay nuevos gigantes en la gran ciudad de los gigantes en Sornol, y muchos de ellos son mujeres. La amarilla nave de fuego sube y baja en el lugar que se llamaba Peha. Se sabe en Sornol que Selver de Eshreth quemo la ciudad de los gigantes en Kelme Deva. Los Grandes Sonadores de los Exiliados de Brotor han sonado gigantes mas numerosos que los arboles de los Cuarenta Continentes. Estas son todas las palabras de mi mensaje.

Despues de escuchar el mensaje, todos callaron. El pajaro, un poco mas lejos, dijo: “?Huit-Huit?”, experimentalmente.

—Este es un tiempo-mundo muy nefasto —dijo una Anciana frotandose una rodilla reumatica.

Un pajaro gris volo desde un roble inmenso que marcaba el limite septentrional del pueblo, y ascendio en circulos, llevado por el viento de la manana sobre alas perezosas.

Siempre habia un arbol donde se aposentaban esos milanos grises en las cercanias de un poblado; eran el servicio de recoleccion de basura.

Un ninito gordo cruzo corriendo el bosquecillo de abedules, perseguido por una hermana apenas mayor, los dos chillando con vocecillas agudas como murcielagos. El ninito cayo de bruces y rompio a llorar, la nina lo levanto y le seco las lagrimas con una hoja grande. Se escabulleron bosque adentro tomados de la mano.

—Habia uno que se llamaba Lyubov —le dijo Selver a la matriarca —. Le he hablado de el a Coro Mena, pero no a ti. Cuando aquel otro me estaba matando, fue Lyubov quien me salvo. Fue Lyubov quien me curo y me libero. Queria saber de nosotros; y yo le respondia y el me respondia. Una vez le pregunte como podia sobrevivir la raza de el, teniendo tan pocas mujeres. Me dijo que en el lugar de donde vienen, la mitad son mujeres; pero los hombres no traerian a las mujeres a los Cuarenta Continentes hasta haberles preparado un lugar adecuado.

—?Hasta que los hombres les preparen un lugar adecuado? ?Vaya! Tendran que esperar bastante —dijo Ebor Dendep —. Son como la gente del Sueno del Olmo que se presentan de espaldas, con las cabezas al reves. Convierten el bosque en una playa seca. —La lengua de Ebor Dendep no tenia una palabra para “desierto” —. ?Y a eso lo llaman preparar las cosas para las mujeres? Tendrian que haber enviado primero a las mujeres. Tal vez entre ellos sean las mujeres las que suenan, ?quien sabe? Son primitivos, Selver. Estan locos.

—Un pueblo entero no puede estar loco.

—Pero solo suenan cuando duermen, dijiste; ?si quieren sonar despiertos toman venenos y no pueden gobernar lo que suenan! ?No puede haber locura mayor! No saben distinguir el tiempo-sueno del tiempo-mundo, no mas que un bebe. ?Tal vez cuando matan a un arbol creen que volvera a vivir!

Selver meneo la cabeza. Seguia hablando con la matriarca como si estuviesen solos en el bosque de abedules, en voz baja y vacilante, casi sonolienta.

—No, saben muy bien lo que es la muerte… Claro que no ven como vemos nosotros, pero de ciertas cosas saben y entienden mas que nosotros. Lyubov sobre todo, entendia lo que yo le explicaba. Y mucho de lo que el me decia, yo no podia comprenderlo. No era la lengua lo que me impedia comprender; yo conozco la lengua de Lyubov y el aprendio la nuestra; escribimos un vocabulario de nuestras dos lenguas. Sin embargo, el decia algunas cosas que nunca pude entender. Decia que los yumenos vienen de mas alla del bosque. Eso es perfectamente claro. Decia que ellos quieren el bosque: los arboles por la madera, la tierra para cubrirla de hierba. —La voz de Selver, aunque siempre baja, era ahora resonante; la gente que iba y venia entre los arboles plateados escuchaba —. Esto tambien es claro, para aquellos de nosotros que les han visto mutilar el mundo. Decia que los yumenos son hombres como nosotros, que en realidad somos parientes cercanos, tan cercanos quiza como el gamo y el ciervo. Decia que venian de otro lugar que no es el bosque; alli todos los arboles han sido arrancados; tienen un sol, no nuestro sol, que es una estrella. Todo esto, como entenderas, no era claro para mi.

Repito las palabras pero no se que significan. No tiene demasiada importancia. Lo que esta claro es que quieren para ellos nuestros bosques. Tienen el doble de nuestra estatura, tienen armas muy superiores a las nuestras, y lanzafuegos, y naves voladoras.

Ahora han traido mas mujeres, y tendran hijos. Hay unos dos mil, quiza tres mil, la mayoria en Sornol. Pero dentro de una o dos generaciones se habran reproducido, se habran duplicado o cuadruplicado. Matan a hombres y mujeres; no perdonan a quienes piden clemencia. No saben cantar en las peleas. Han dejado sus raices en otra parte, tal vez, en ese otro bosque de donde ellos vienen, ese bosque sin arboles. Por eso toman venenos para poder sonar, pero solo consiguen embriagarse o enfermar. Nadie puede saber con certeza si son hombres o no lo son, si estan cuerdos o locos, pero eso no importa. Hay que expulsarles del bosque, porque son peligrosos. Si no quieren irse habra que quemar todas esas ciudades, asi como hay que quemar los nidos de las hormigas daninas en los bosques de las ciudades. Si no hacemos nada, seremos nosotros los que moriremos en el fuego. Pueden aplastarnos como nosotros aplastamos a las hormigas.

Una vez vi a una mujer, fue cuando incendiaron la ciudad de Eshretr, estaba de bruces en el sendero a los pies de un yumeno, pidiendo que no la matara, y el le pisoteo la espalda y le rompio el espinazo, y luego la pateo a un costado como si fuese una vibora muerta.

Yo lo vi. Si los yumenos son hombres son hombres ineptos, incapaces de sonar y de actuar como tales. Por eso mismo van de un lado a otro, atormentados, y destruyendo y matando, impulsados por los dioses que llevan dentro, esos dioses que no quieren liberar y que ellos tratan de destruir y negar. Si son hombres, son hombres malvados, que han renegado de sus propios dioses, y que temen verse las caras en la oscuridad. Matriarca de Cadast, escuchame. —Selver se puso de pie, alto y violento entre las mujeres acuclilladas —. Ha llegado la hora, creo, de que vuelva a mi tierra, a Sornol, a aquellos que estan en el exilio y a los que estan esclavizados. Diles a todos los que suenen con una ciudad en llamas que me sigan hasta Brotor.

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