—?Se ha despertado ya el extranjero, Coro?

—Todavia no. Torber le esta cuidando.

—Tenemos que escuchar su historia.

—Sin duda pronto despertara.

Ebor Dendep fruncio el ceno. Matriarca de Cadast, la suerte de su pueblo le preocupaba; pero no queria pedir que perturbasen el sueno de un hombre herido, ni ofender a los sonadores recordandoles que tenia derecho a entrar en el Albergue de los Hombres.

—?No puedes despertarle, Coro? ?Y si le estuvieran persiguiendo?

Coro Mena no podia contener las emociones de su hermana como contenia las propias, pero las sentia; la ansiedad de Ebor Dendep prendio en el.

—Si Torber lo permite, le despertare —dijo.

—Trata de enterarte de las nuevas que trae, rapidamente. Ojala fuera una mujer y hablase con sensatez…

El forastero habia despertado espontaneamente, y yacia febril en la penumbra del Albergue. Los suenos des bocados del delirio desfilaban por delante de sus ojos. Se sento, sin embargo, y hablo con serenidad. Al escucharle, los huesos de Coro Mena parecieron encogersele en el cuerpo, como si tratasen de rehuir esa historia terrible, ese suceso inaudito.

—Yo era Selver Thele, cuando vivia en Eshreth en Sornol. Mi ciudad fue arrasada por los yumenos cuando destruyeron los arboles. Yo y mi mujer Thele fuimos apresados, junto con otros. Ella fue violada por uno de ellos y murio. Yo ataque al yumeno que la habia matado. El hubiera podido matarme en ese momento, pero otro de ellos me salvo la vida y me libero. Me fui de Sornol, donde ningun poblado esta ahora a salvo de los yumenos, y vine aqui, a la Isla Septentrional, y vivi en la costa de Kelme Deva en los Bosques Bermejos. Y alli llegaron los yumenos y comenzaron a destrozar el mundo.

Destruyeron una ciudad, Penle. Capturaron un centenar de hombres y mujeres y los obligaron a trabajar para ellos, y a vivir en pocilgas. A mi no me capturaron. Yo vivia con otros que habian huido de Penle en los cenagales al norte de Kelme Deva. A veces, por la noche, iba a reunirme con mi gente en la pocilga de los yumenos. Ellos me dijeron que aquel estaba alli. Aquel a quien yo habia tratado de matar. Al principio pense en intentarlo de nuevo; o bien sacar a la gente del pabellon. Pero todo el tiempo veia arboles que se desplomaban y el mundo mutilado y putrefacto. Los hombres hubieran podido escapar, pero no las mujeres, estaban recluidas en sitios mas seguros, y empezaban a morirse.

Hable con la gente que se ocultaba alli en los cenagales. Todos sentiamos mucho miedo y una inmensa colera, y no sabiamos como librarnos de tanta angustia. Por fin, despues de largas conversaciones, y de mucho sonar, con un plan cuidadosamente preparado, fuimos alli a la luz del dia y matamos a los yumenos de Kelme Deva con flechas y lanzas de caza, y quemamos la ciudad y las maquinas. No dejamos nada. Pero aquel no estaba alli. Regreso solo. Cante sobre el y le deje en libertad.

Selver callo.

—Entonces… —murmuro Coro Mena.

—Entonces vino de Sornol una nave voladora, y nos busco en el bosque, pero no encontro a nadie. Entonces incendiaron el bosque; pero llovio, y poco dano causaron. La mayoria de la gente que escapo de las pocilgas y los otros se han ido mas lejos, al norte y al este, hacia las Colinas Holle, porque temiamos que muchos yumenos salieran a perseguirnos. Yo me marche solo. Los yumenos me conocen, sabes, conocen mi rostro; y eso me asusta, a mi y tambien a aquellos con quienes estoy.

—?Que herida es esa? —pregunto Torber.

—Aquel, el me hirio con el arma que ellos usan—, pero yo le venci cantando y le deje partir.

—?Tu solo venciste a un gigante? —dijo Torber con una sonrisa cruel, deseando creer.

—Solo no. Con tres cazadores, y con el arma del yumeno en mi mano… esta.

Torber se aparto de aquella cosa.

Ninguno de ellos hablo durante un rato. Por ultimo. Coro Mena dijo: —Lo que nos cuentas es muy terrible y el camino desciende. ?Eres un Sonador de tu Albergue?

—Era. Ya no hay un Albergue en Eshreth.

—Todo es una misma cosa; tu y yo hablamos la Antigua Lengua. Entre los sauces de Asta me hablaste por primera vez, llamandome Senor Sonador. Eso soy. ?Tu suenas, Selver?

—Rara vez ahora —respondio Selver, obediente al catecismo, bajando el rostro febril cubierto de cicatrices.

—?Despierto?

—Despierto.

—?Suenas bien, Selver?

—No.

—?Te caben los suenos en las manos?

—Si.

—?Los tejes y los modelas, los diriges y los sigues, los comienzas e interrumpes a voluntad?

—A veces, no siempre.

—?Puedes recorrer el camino por el que va tu sueno?

—A veces. Otras me da miedo.

—?A quien no? No todo es malo en ti, Selver —No, no todo es malo —dijo Selver—, no me queda nada bueno —y se estremecio.

Torber le dio la pocima de sauce para beber y le obligo a acostarse. Coro Mena no habia transmitido aun la pregunta de la matriarca; lo hizo a reganadientes, arrodillandose junto al enfermo.

—?Los gigantes, los yumenos como tu les llamas, te seguiran el rastro, Selver?

—No deje rastros. Nadie me ha visto entre Kelme Deva y este lugar en seis dias. Ese no es el peligro. — Trato de volver a sentarse —. Escucha, escucha. Tu no ves el peligro.

?Como podrias verlo? Tu no has hecho lo que hice yo, nunca lo sonaste, dar muerte a doscientas personas. No me seguiran a mi, pero pueden seguirnos a todos. Perseguirnos, cazarnos como a conejos. Ese es el peligro. Pueden tratar de matarnos. De matarnos a todos, a todos los hombres.

—Acuestate…

—No, no estoy delirando, esto es realidad y es sueno. Habia doscientos yumenos en Kelme Deva y ahora estan muertos. Los matamos nosotros. Los matamos como si no fueran hombres. ?No volveran y nos haran lo mismo? Venian matandonos uno a uno, ahora nos mataran como matan a los arboles, por centenares y centenares y centenares.

—Tranquilizate —dijo Torber —. Esas cosas suceden en los suenos febriles, Selver. No suceden en el mundo.

—El mundo siempre es nuevo —dijo Coro Mena —por muy viejas que sean sus raices.

Selver, ?que pasa entonces con esas criaturas? Parecen hombres y hablan como hombres. ?No son hombres?

—No lo se. ?Acaso el hombre mata a otro hombre, excepto en un ataque de locura?

?Acaso mata la bestia a los de su especie? Solo los insectos. Estos yumenos nos matan con la misma indiferencia con que nosotros matamos viboras. El que me enseno a mi decia que se matan unos a otros, en disputas individuales, y tambien en grupos, como las hormigas cuando pelean. Eso yo no lo he visto. Pero se que no escuchan a quienes piden clemencia. Asestan el golpe de gracia sobre la cabeza agachada, ?yo lo he visto! Hay en ellos la necesidad de matar, y por eso me parecio natural condenarlos a muerte.

—Y los suenos de todos los hombres —dijo Coro Mena, cruzado de piernas en la sombra —cambiaran. Nunca volveran a ser los mismos. Yo nunca volvere a recorrer ese sendero por el que vine contigo ayer, el camino que sube desde los sauces y que he recorrido toda mi vida. Ha cambiado. Tu pasaste por el, y ya no es el mismo. Antes de este dia lo que teniamos que hacer era lo que correspondia hacer; el camino era el camino recto que nos traia a casa. ?Donde esta ahora nuestro hogar? Porque tu has hecho lo que tenias que hacer, y no era lo recto. Tu has matado a hombres. Yo les vi, hace cinco anos, en el Valle Lerngan, donde llegaron en una nave voladora; me escondi y observe a los gigantes, a seis de ellos, y les vi hablar, y mirar las rocas y las plantas, y cocinar alimentos. Son hombres. Pero tu has vivido entre ellos, Selver, dime: ?suenan?

—Como los ninos, cuando duermen.

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