como un delicado pajaro blanco, dispuesto a emprender el vuelo en cualquier momento. Scaife dijo que por la linea parecia un barco rapido, y que llevaba motores muy potentes.
Su nombre era Ariadne, como descubri por la gorra de uno de los hombres que estaba limpiando los latones. Le hable, y me contesto en el melodioso dialecto de Essex. Otro marinero me dio la hora en el inconfundible ingles de Inglaterra. Nuestro barquero hablo del tiempo con uno de ellos, y durante unos minutos nos balanceamos junto a la proa del lado de estribor.
De repente los hombres dejaron de prestarnos atencion y reanudaron sus tareas cuando vieron acercarse a un oficial. Era un joven de aspecto pulido y agradable, y nos pregunto en un ingles perfecto si habiamos tenido buena pesca. Sin embargo, no dejaba lugar a dudas. Su cabeza pelada al rape y el corte de su chaqueta y su corbata no eran ingleses.
Esto me tranquilizo un poco, pero mis persistentes dudas no desaparecieron durante el camino de regreso a Bradgate. Lo que me preocupaba era pensar que mis enemigos sabian que habia obtenido mis informaciones de Scudder, y que fue Scudder quien me dio la pista para llegar a este lugar. Si sabian que Scudder tenia esta pista, ?por que no habian cambiado sus planes? Se jugaban demasiado para aventurarse a correr ningun riesgo. La cuestion era si sospechaban todo lo que Scudder sabia. La noche anterior habia declarado confiadamente que los alemanes siempre seguian un plan fijado de antemano, pero si barruntaban que yo estaba sobre su pista serian tontos de no cambiarlo. Me pregunte si el hombre de la noche anterior se habria dado cuenta de que le habia reconocido. Confiaba en que no. De todos modos, la situacion nunca me habia parecido tan dificil como aquella tarde, cuando lo logico habria sido que estuviese seguro del exito.
En el hotel conocia al comandante del destructor, que Scaife me presento, y con el cual intercambie unas cuantas palabras. Despues decidi ir a vigilar Trafalgar Lodge durante una o dos horas.
Encontre un lugar mas arriba de la colina, en el jardin de una casa vacia. Desde alli veia perfectamente la pista de tenis, donde dos figuras jugaban un partido. Una de ellas era el viejo, al que ya habia visto; la otra era un hombre mas joven, que llevaba un panuelo con los colores de un club alrededor de la cintura. Jugaban con visible placer, como dos habitantes de una gran ciudad que quisieran hacer ejercicio para abrir los poros. Habria sido imposible concebir un espectaculo mas inocente. Gritaban y reian, e hicieron una pausa para beber cuando una doncella les llevo dos jarras de cerveza en una bandeja. Me frote los ojos y me pregunte a mi mismo si no era el mayor tonto de la Tierra. El misterio y la oscuridad habian envuelto a los hombres que me acosaron por los paramos de Escocia, y principalmente a aquel anticuario infernal. Era facil relacionar a esas personas con el cuchillo que clavo a Scudder en el suelo, y con crueles designios para la paz mundial. Pero aquellas dos personas eran candidos ciudadanos haciendo un ejercicio inocuo, que pronto entrarian en la casa para tomar una cena normal, durante la que hablarian de cotizaciones de Bolsa, de los ultimos partidos de criquet y de los recientes acontecimientos de su ciudad natal. Yo habia tendido una red para atrapar a buitres y halcones, y he aqui que solo habia cazado a dos inocentes tordos.
En aquel momento llego una tercera persona, un hombre joven en bicicleta, con una bolsa de palos de golf colgada a la espalda. Fue a la pista de tenis y los jugadores le recibieron con vivas muestras de alegria. Evidentemente, se estaban burlando de el, y sus bromas parecian muy inglesas. Despues, el hombre gordo, enjugandose la frente con un panuelo de seda, anuncio que iba a darse un bano.
Oi sus palabras con toda claridad.
– He sudado una barbaridad -dijo-. Esto me ayudara a rebajar peso, Bob. Manana jugaremos unos cuantos hoyos y te dare una buena paliza. -No habria podido haber nada mas ingles que esto.
Entraron en la casa, y yo me senti como un verdadero idiota. Esta vez me habia equivocado. Aquellos hombres podian estar fingiendo; pero, en este caso, ?donde estaba el publico? Ellos no sabian que yo me hallaba sentado bajo un rododendro a treinta metros de distancia. Resultaba imposible creer que estos tres fuesen algo distinto de lo que aparentaban: tres ingleses de vacaciones, fastidiosos, tal vez, pero sordidamente inocentes.
Y sin embargo eran tres; y uno era viejo, y el otro gordo, y el ultimo delgado y moreno; y su casa coincidia con las notas de Scudder; y a media milla de distancia habia un yate con un oficial aleman como minimo. Pense en el difunto Karolides, y en una Europa que estaba al borde de un terremoto, y en los hombres que habia dejado en Londres y aguardaban ansiosamente los sucesos de las proximas horas. No habia duda de que el desastre era inminente. La «Piedra Negra» habia ganado, y si sobrevivia a esta noche de junio se embolsaria sus ganancias.
Al parecer solo podia hacer una cosa: seguir adelante como si no tuviera ninguna duda, y si iba a ponerme en ridiculo hacerlo a conciencia. Nunca en mi vida habia acometido un trabajo de tan mala gana.
En aquel momento habria preferido entrar en una guarida de anarquistas, todos con una Browning a mano, o enfrentarme con un leon hambriento, que entrar en aquel feliz hogar de tres alegres ingleses y decirles que su juego habia terminado. ?Como se reirian de mi!
Pero de repente me acorde de una cosa que el viejo Peter Pienaar me habia dicho en Rodesia. Ya he citado antes a Peter en este relato. Era el mejor explorador que he conocido, y antes de volverse respetable habia estado muy a menudo al margen de la ley. Peter hablo una vez conmigo sobre la cuestion de los disfraces, y me explico una teoria que me vino a la memoria en aquel momento. Dijo, desechando los factores seguros como las huellas digitales, que los simples rasgos fisicos no eran suficientes para una identificacion si el fugitivo sabia lo que se traia entre manos. Se burlo de cosas como el pelo tenido y las barbas postizas y demas locuras infantiles. Lo unico que importaba era lo que Peter llamaba «atmosfera».
Si un hombre se situaba en un ambiente totalmente distinto de aquel en el que habia sido observado por primera vez, y -esto es lo importante- se integraba en este ambiente y actuaba como si nunca hubiese estado fuera de el, desconcertaria al mejor de los detectives.
Despues me conto como una vez tomo prestada una chaqueta negra, fue a la iglesia y compartio el mismo libro de himnos con el hombre que le estaba buscando. Si ese hombre lo hubiese visto en un ambiente decente con anterioridad, le habria reconocido; pero solo le habia visto en una posada con un revolver.
Estos recuerdos de Peter me proporcionaron un gran consuelo. Peter habia sido un tipo muy listo, y los hombres a los que yo me enfrentaba era unos expertos. ?Y si estuvieran jugando al juego de Peter?
Un tonto procura cambiar de aspecto: un hombre listo tiene el mismo aspecto y es distinto.
Tambien ahora recorde la maxima de Peter que me habia ayudado cuando fui picapedrero. «Si interpretas un papel, nunca lo haras bien si no te convences de que eres realmente el personaje.» Esto explicaria el partido de tenis. Esos individuos no tenian necesidad de fingir: simplemente habian apretado un boton y habian pasado a llevar otra vida, que les resultaba tan natural como la primera. Parece una tonteria, pero Peter solia decir que era el gran secreto de todos los malhechores famosos.
Iban a dar las ocho, de modo que regrese para dar instrucciones a Scaife. Le dije como debia colocar a sus hombres, y despues me fui a dar un paseo, pues no tenia ganas de cenar. Di la vuelta al campo de golf y llegue a un lugar del acantilado situado al norte de la hilera de casas.
Por el camino cruce con gente que volvia de la playa y de jugar a tenis, y con un guardacostas de la oficina de telegrafos. Vi encenderse las luces del Ariadne y el destructor fondeado un poco mas al sur, y mas alla de los bajios de Cock aparecieron las luces de los vapores que se dirigian al Tamesis. Toda la escena era tan pacifica y normal que mi inseguridad fue en aumento. Tuve que hacer un verdadero esfuerzo para encaminarme hacia Trafalgar Lodge alrededor de las nueve y media.
Por el camino me console un poco al ver a un galgo que corria junto a una doncella. Me recordo al perro que yo tenia en Rodesia, y el dia en que le lleve a cazar conmigo a las colinas Pali. Ibamos tras las huellas de una gacela, y ambos la perdimos tras seguirla durante un rato. Los lebreles se guian por la vista, y mis ojos son bastante penetrantes, pero el animal desaparecio. Despues averigue como lo habia logrado. Contra la roca gris de los cerros sudafricanos no destacaba mas que un cuervo contra un nubarron. No tuvo necesidad de correr; le basto con permanecer inmovil y confundirse con el fondo.
De repente, mientras todos estos recuerdos pasaban por mi cerebro, pense en mi presente caso y aplique la moraleja. La «Piedra Negra» no tenia necesidad de huir. Sus miembros estaban integrados en el paisaje. Me hallaba en el buen camino, por lo que grabe esta frase en mi mente y me jure no olvidarla. Peter Pienaar no podia equivocarse.
Los hombres de Scaife ya debian estar en sus puestos, pero no se veia ni un alma. La casa era claramente visible para todo el que quisiera observarla. Una barandilla de un metro la separaba de la carretera del acantilado;