cuello no cesaba de moverse en una constante vibracion que parecia irradiar ondas tornasoladas.

La duena lo acaricio sonadoramente. El mico enrollo la larga cola a su cuello y se esponjo en total inmovilidad, como esperando la dadiva habitual.

La chipera arranco una banana de oro del cacho que tenia en otra canasta, la pelo y la tendio al mono. Este la puso entre las piernas con cierta actitud c'.obscena, que parecia ensayada, y empezo a masticar la banana con sus dientes muy pequenos y agudos.

– No sea zafado, mi rey, delante de la gente -le regano la chipera propinandole un leve coscorron en la cabeza y arrojando el trozo de banana por la ventanilla. El cuerpecillo del mono se bamboleo fingiendo un desmayo tan perfecto que parecio estar muerto.

La mujer lo acaricio. El mono se incorporo de un salto, lanzando agudos chillidos de alegria.

El monicaco se convirtio en centro de interes y en hazmerreir de los pasajeros que se fueron amontonando en torno al improvisado espectaculo.

Trepo el mono al pecho de la mujer y paseo sus miradas victoriosas sobre todo el concurso. Sentado en la blanda y vasta meseta, se aplico en alisar las crenchas de su duena y en acariciarle el rostro con las manos enguantadas de una pelambre rosa y gualda.

Los espectadores aplaudieron. La mujer se esponjo de orgullo.

11

De pronto la escena cambio. La pelambre que cubria el vientre del mirikina mudo de color repentinamente.

La silueta del pigmeo, acurrucado sobre esos pechos, cobro una apariencia humana alucinante.

Era una especie de viejecillo enano, de ojos libidinosos, dibujado a perfil contra la inundacion verde del cielo en el recuadro de la ventanilla.

La duena busco esquivar las extralimitaciones que se hacian cada vez mas abusivas. Terco y obstinado, el mono no ceso en su acoso de seductor, de violador.

Entonces ocurrio lo impensado.

El rostro primitivo se ilumino en una llamarada de pasion incontenible. Rapido como el rayo metio las dos manos en los senos de la mujer. De los genitales del mono broto un chorrito largo y espeso de esperma que cayo en la falda de la mujer.

– ?Ana-reko! ?Mono puerco y zafado!… -le insulto la mujer dandole esta vez un fuerte papirotazo.

La tez retinta del rostro mulato se cubrio de un rojo violaceo, como banada de cinabrio.

Los pasajeros ulularon de placer.

La chipera se arranco el mirikina de los pechos y lo encerro a bofetones en la jaula, barbotando maldiciones. Este le respondia desde adentro con carcajadas atipladas y estridentes de viejo verde, embistiendo por dentro la jaula en un alud de aranazos.

– ?Callese, Guido, mono de mierda! -vocifero la mujer, descargando un manotazo sobre la jaula.

El mono empezo a aullar como un perrillo ladrador. Cada vez con mas furia cuando la mujer lo llamaba por su nombre de pila.

12

En medio de la explosion de carcajadas y gritos, vi algo que me helo la sangre. El viejo sincope del miedo, que creia haber olvidado, volvio a retumbarme en las sienes.

Detras de la aglomeracion, en la penumbra del vagon, divise las siluetas de tres hombres corpulentos con la inconfundible traza de matones de la policia politica. Comentaban, divertidos y excitados, las hazanas del mirikina.

Reconoci a uno de ellos. Lucilo Benitez, alias Kururu-pire. El mas tristemente famoso torturador de la Tecnica. La cara cribada por la viruela le habia valido el apodo de Piel de sapo, que resumia su salvaje catadura de batracio, de saurio, de fiera.

Siete anos atras, cuando cai preso, me torturo a su antojo durante meses hasta que un infarto me libro de sus manos, semicadaver.

El otro era el no menos famoso Camilo Almada Sapriza, conocido simplemente por el apodo de Sapriza, companero y emulo de Kururu-pire.

Junto a ellos estaba Hellmann (a) Himmler, torturador y matador de campesinos.

Recorria los pueblos sembrando el terror y la muerte al menor brote de insurgencias, de ocupaciones de tierras en los grandes latifundios, de formacion de nuevas ligas agrarias clandestinas.

Sus facultades eran ilimitadas para disponer de las fuerzas policiales y militares que necesitara.

13

A Hellman (a) Himmler y a Sapriza yo no los conocia. Era facil deducirlo. Estas tres siniestras estrellas de la Tecnica (apodadas las Tres Marias) andaban siempre juntos en sus viajes de caceria por el interior, cuando habia algun «trabajo» importante.

Hellmann, oriundo de la colonia alemana Hoenau, como el dictador, se habia formado con los camisas negras de Himmler. Lucia efectivamente una camisa negra, pantalon y botas del mismo color, reminiscentes del uniforme de los ss. Del cinturon lustroso y anchisimo le colgaban sobre las caderas dos pistoleras sujetas por correas a los muslos, y en ellas los pistolones de calibre 45.

No los habia visto subir al tren en ninguna estacion del trayecto. No los veria descender tampoco.

Ubicuos, invisibles, compactos, podian estar en varios sitios al mismo tiempo. Sapriza y Kururu-pire volaban adonde hiciera falta su mano de hierro, su implacable y fria ferocidad. Hellmann, el mercenario asesino, los esperaba con el plan de ataque preparado.

Rara vez se dejaban ver en publico. El tren era casi un vehiculo de ultramundo en el que todos viajaban en total anonimato.

Los tres hombres estaban juntos. Pero solos. La aguda, codiciosa, siniestra crueldad de sus caras los hacia iguales, identicos.

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