azufre que me ardia en los rinones, tras las obscenidades que habia visto despues del ataque de la enorme vibora contra el pequeno tren.

2

Alce los ojos y vi el cielo puro y azul. Rodeaba por todas partes a las sierras el Ybytyrusu. Nubeculas de gasa, celajes dorados y verdes, flotaban sobre ellas. La luna aparecio de tres cuartos de perfil entre dos cumbres y las revistio de un halo transparente.

– ?Nadie pudo llegar nunca a las cumbres del Ybytyrusu? -pregunte a mi vez para esquivar el tema.

El porton tardo en responder, intrigado por lo que notaba en mi de extrano.

– Nadie -dijo-. Sus precipicios y abismos estan llenos de almas en pena que buscan sus cuerpos destrozados y helados.

– Las sierras solo desde muy lejos caben en los ojos… No es como tu. A ti te puedo rodear con los brazos -le dije abrazandolo para desagraviarlo del bano de orina.

– La montana tiene su lugar en el alma. Y es ahi donde esta mas cerca… -respondio aun ofendido-. Es ahi donde debes verla.

– Yo prefiero verla de lejos. Tapa el horizonte detras de ella.

– La montana es un horizonte en lo alto -dijo sentencioso y acatarrado el porton.

– No deja ver el horizonte del Guaira -replique.

– La montana es el horizonte de algo que retrocede sin parar…

3

Las imagenes se movian conmigo en los bandazos del tren. Las rafagas de polvo entraban por las ventanillas y empanaban esas historias de vida.

Iba a contarle al porton el fabuloso ataque de la gran vibora contra el tren. Preferi quedar callado. Evitar el cuento de nunca acabar. El porton quiere saber siempre todos los detalles, por escabrosos que sean.

Dentro de muy podo tiempo yo debia alejarme de Iturbe (que entonces no se llamaba todavia Manora). Dentro de mi me escocia ya la anticipada nostalgia de la partida.

Le pedi al porton verde que me retuviera, que no me dejara marchar.

– No quiero dejar esto. No quiero ir a ninguna parte… Quiero quedarme aqui… -me queje mimoso.

– ?Que puede hacer la montana si no crees en ella? -rechinaron los dientes del porton-. ?Quien puede ayudarte?

Le puse la mano en el hombro. Empece a pasar las unas sobre los aranazos que dejaron en la pintura verde las garras del onza que mato mi padre.

– ?Que puedo hacer yo sin moverme de aqui? -chirrio el porton-. Te iras nomas a la ciudad y te convertiras alla en un fifi.

– Bueno, esta bien… -dije-. Tienes razon.

Con el porton no se podia conversar mucho tiempo. Se ponia pesado enseguida. Era pregunton y queria dar consejos.

Con los de papa ya tenia bastante.

4

Entre a mi cuarto a horcajadas por la ventana entreabierta procurando hacer el menor ruido posible.

El brillo tierno y fantasmal de la luna menguante iluminaba parte de la habitacion. Hacia sus rincones menos oscuros que la noche.

Me acode en el antepecho. La mancha luminosa y alargada de la Via Lactea semejaba un emparrado de miriadas de astros azules como el hielo de las cumbres en las serranias.

Alguien todopoderoso escribia tambien a la luz de esas luciernagas encerradas en el frasco infinito del cosmos. Eran letras que componian una palabra sola. Resumian todo lo creado y, segun dona Rufina, la contadora de cuentos, esas letras decian D-i-o-s.

Dona Rufina era analfabeta. Mal podia leer la palabra escrita en el cielo.

Alguna noche, al levantar la cabeza, yo leeria la palabra m-a-r, o a-m-a-r, mas sencilla y agradable para todos. O alguna otra palabra misteriosa que yo no podria descifrar.

Lo que dona Rufina sabia contar eran los cuentos de Las mil y una noches, en guarani. Decia Chezenarda, en lugar de Sheherezada. A saber como y cuando habria aprendido el arabe.

El emparrado de estrellas enfriaba de tal manera el calor crepitante de la noche, que me hizo estornudar. Arroje un beso con las puntas de los dedos a mis constelaciones predilectas.

La Via Lactea ondeo levemente con sus racimos de astros removidos por el viento que soplaba desde el fondo del universo.

Camine de puntillas hasta la mesa. Habia alli un ramito de jazmines y madreselva en un vaso con agua. En un plato de barro cocido, de los que hacia mi madre, lucian plateadas una naranja y una chirimoya.

La flor de trigridia, que traje ayer de los pantanos calientes donde desovan los cocodrilos hembras, estaba tambien sobre la tabla donde yo hago mis deberes durante el dia y escribo mis papeles a escondidas por las noches. Estaba puesta ahi como un aviso espinoso de doble faz.

La quise apartar. Me clavaron las espinas de la corona. La deje caer en el suelo.

Empezo a mirarme como un pedazo de cadaver decapitado. Lo empuje con las patas de la silla, lo meti bajo el catre, y empece a preparar mi escritorio y mi lampara de muas.

5

Вы читаете Contravida
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×