Mi pensamiento estaba ahora en otra cosa.

Mientras comia la chirimoya y escupia por la ventana las semillitas negras, me acorde de los cuervos que planeaban sobre el gentio enloquecido, sobre el tren descarrilado.

La gran vibora, abierta en canal, barriendo el aire con la cola. El pajaro blanco que subia recto en el aire como una flecha emplumada.

Vi de repente troncos verdes que flotaban como cuerpos hundidos en las aguas oscuras y cenagosas del estero.

Vi el tren pigmeo, destruido. La cabeza rubia del maquinista emergia del monton de lenas que habia caido sobre el. Pero estaba vivo y se reia esperando que lo vinieran a sacar del aprieto.

Esto habia sucedido muchos anos atras.

Se me superponian los recuerdos. Una aguda pitada quebro por un instante la ensonacion de la infancia.

No fue mas que un leve cabeceo del tiempo. Huia en un tren de Liliput hacia la noche sin fin. Pero nadie podia impedirme que esos recuerdos de seis pulgadas de altura, vistos por Gulliver, recobraran su tamano normal al aproximarse a mi entre el ruido y el polvo.

Queria rehilar el curso del pasado. Pero el pasado no es sino una multitud de momentos presentes devorados por voraces sustancias.

Acuden, se agolpan dentro de uno, al menor llamado. Se enlaberintan entre ellos, salpicados del moho lunar, queriendo formar su leyenda, sin lograr otra cosa que tejer el reverso de lo que no ocurrio.

6

Aquella noche de muchos dias y siete anos de mi vida llene de luciernagas el frasco que usaba de farol para garrapatear furtivamente mis papeles. De venida por el terraplen del pueblo a la fabrica habia recogido un monton de muas en el bolso que hice con mi camisa.

La oscuridad del cuarto parpadeaba en las muas que agonizaban en la limeta blanca y transparente.

Yo podia escribir hasta el alba, antes de que mi padre se levantara.

El fulgor tenue y fosforico de los lampiros no duraba mas de dos horas. Morian de asfixia, amontonados en la limeta, a pesar de que les soplaba mi aliento por la boca de la botella.

Ya por entonces me preguntaba si era inevitable y necesario que la escritura tuviera que nacer de la muerte de la naturaleza viviente.

La luz de las luciernagas muertas transformada en palotes de alguien que comenzaba a escribir.

No sentia arrepentimiento. Yo estaba entrando en el mundo sin noticias, sin recuerdos. Hacia lo que veia hacer. Estudiaba la soledad. Copiaba.

Inventaba el fuego y la ceniza.

Los lampiros pronto morian. Las borras azules de sus cadaveres no servian ya para escribir. Todo lo mas, para pensar que lejos esta uno de su deseo. Del deseo que es deseo mientras no se cumple.

Hay deseos que duran toda la vida. ?Quien puede esperar que esos deseos se cumplan?

7

Las mujeres son hermosas, por lo menos mientras son jovenes. Las viejas se mueren pronto, gracias a Dios. Los rostros de los viejos y las viejas se encanallan por la vejez y por las malas costumbres. No hay nada mas feo que la vejez infame. Fealdad feisima.

La vejez es la enferma-edad: la enfermedad. La unica enfermedad incurable que hay en el mundo y que mata a la gente antes de que esta se muera.

Salvo mama, que parecia cada vez mas joven y mas hermosa con sus cabellos rubios y sus ojos azules de cielo de atardecer.

Hay bellezas sublimadas, como la de mama, en las que el alma rejuvenece cada dia y adquiere la perfeccion de una flor inextinguible.

La belleza de mama daba a su sonrisa el perfume de esa flor.

Fuera de papa, que era hombre recto y lleno de afecto por nosotros, para mi francamente los hombres no existian.

Sobre todo cuando eran hombres jovenes y andaban con sus prometidas, sus novias o sus esposas de bracete por las calles, como exhibiendolas.

Para mi no eran sino ladrones de lo mas hermoso que existe en el mundo. Y lo mas hermoso del mundo no puede ser propiedad de nadie. Como se podia admitir que a una mujer joven y hermosa se le exigiera firmar Fulana de Sutano, Mengano o Perengano de tal. El de, alli, no es de nadie. Por eso me alegro cuando las mujeres hermosas enganan a sus maridos y los dejan con el de del dedo propietario rascandose los cuernos. Alguna vez se acabaran los hombres, pensaba de chico, y todos andaremos mucho mejor.

El hombre como animal macho es horrible.

– ?Son todos caines y sultanes! -dije.

Mi madre, que siempre encuentra disculpas para todo lo malo, dijo que no todos los hombres son caines. Dijo que tambien hay hombres justos.

– ?Donde estan esos fulanos? -pregunte sin entender.

8

– Hay veinte y cinco justos en cada raza, en cada pueblo, en cada nacion, en todo tiempo -dijo mi madre con un vago gesto de bondad-. No se los ve. No se distinguen de los particulares comunes. Salvo en el momento de la revelacion de que son los elegidos de Dios.

Contamos los que habia en Manora: Papa, Macario Francia, Gaspar Mora, Cristobal Jara. Y otros veinte, mas o menos regularones. No habia mas.

Nos sobro un dedo de la mano. Faltaba un justo en Manora.

– ?Por que no Maria Rosa, la que dio sus cabellos para la cabeza pelada del Cristo del Cerrito? ?O Natividad? ?O Salu'i? ?O Serafina Davalos, que es de Maciel pero cuyo espiritu esta tambien en Manora con los caneros y obreros de la fabrica? ?O tu misma, mama?

– Porque, hijo, la tradicion milenaria pide que los veinte y cinco justos sean todos varones.

– ?Para mas, esos justos ya estan muertos, menos papa! -dije sin

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