18

Una sola alternativa destruia estas posibilidades: la presencia de los tres esbirros mayores de la Tecnica no era mas que el producto del obsesivo temor encarnado en esos matones rodeados de un aura siniestra.

Yo estaba viviendo una obsesion, una nueva fantasmagoria de la fiebre.

La presencia de los tres sicarios era pues puramente imaginaria. La reflexion parecia correcta. Pero esta alternativa podia formar parte, a su vez, de la obsesion que me dominaba.

Ellos estaban alli.

19

El grotesco y lubrico entremes del mirikina habia hecho olvidar por completo la presencia de los torturadores. Me extranaba, sin embargo, que nadie hiciera alusion al insolito encuentro.

– Su mono le gano al coronel -rio el viejo con su cloqueo acatarrado, en un eco tardio de la conversacion anterior-. ?No es verdad, senora?

La interpelada no contesto, como si no le hubiera oido.

Esa gran mujer estaba dispuesta a humillarse, pero no hasta la maceracion.

Encendio dignamente el gran cigarro que habia estado fumando cuando la aparicion del caballo fantasma, y empezo a arrojar bocanadas de humo por la ventanilla, como si echase a volar sus recuerdos al aire de la calcinada llanura.

– ?Por que le puso a su mono nombre de cristiano? -torno a preguntar capciosamente el viejo.

– El mono es el animal que mas se parece al cristiano -condescendio a responder-. Es ya casi un cristiano luego, en forma de un pequeno hombre peludo. Le puse Guido en memoria de mi marido, Guido Antonio Salieri, un senor de familia aristocratica de Asuncion, de origen italiano. Era musico y escritor en joda. Le gustaban los monos. Este me lo trajo del Brasil, un poco antes de morir. Mucho tambien le gustaban los caballos de raza… y las mujeres. Yo era la sirvienta de la casa nomas, a la edad de Bersabe. Era linda como ella. Cuando murio su senora, Guido me pidio que me quedara a vivir con el. El mono era como nuestro hijo. Por eso le puse el nombre de Guido. Asi cada vez que lo llamo me acuerdo de Salieri… mi infiel, mi recordado, mi querido Guido Antonio… Mi Guiducho…

El viejo se habia dormido.

20

El auditorio se disolvio. Los torturadores desaparecieron. Alguien comento que se hallaban encerrados en la cabina del comisario bebiendo interminables jarras de terere helado, ensopado de hierbas medicinales contra las enfermedades venereas. Tema obligado de coloquios machunos en torno a la guampa de terere, transpirada del frio sudor del hielo.

Hasta en las sesiones de tortura Kururu-pire sorbia sin pausa la gruesa bombilla de plata labrada con embocadura de oro brillando en la enceguecedora luz de los reflectores y de la soldadura autogena de la picana.

21

El esfuerzo de pensar en que forma podia intentar el abordaje de los matones me habia sumido en un profundo adormecimiento semejante a un estado de trance.

Nada recuerdo de ese oscuro estado segundo, salvo la sensacion de haber conversado apaciblemente con Lucilo Benitez, (a) Kururu-pire, en un intervalo de las torturas. Luego, en el pasillo del tren. Luego, en el cruce de los dos trenes gemelos.

La escena de la conversacion con mi torturador era nitida, real, como contemplada al sesgo desde muy abajo. La otra escena del sueno, en segundo plano, pero constante y vertiginosa, era la de dos trenes gemelos, como este, que se cruzaban a toda velocidad.

En la ventanilla de uno iba Lucilo Benitez. En el otro iba yo del mismo lado. En los cruces, los vagones se rozaban arrancandose chispas y pedazos del maderamen.

En fracciones de segundos, que parecian alargarse al infinito, Lucilo Benitez y yo nos mirabamos cambiando palabras que el ruido nos impedia escuchar.

Detras del vidrio la cara mofletuda, cribada de viruelas, se deformaba y se inflaba como un globo en una sonrisa idiota pero llena de suficiencia y poder a punto de estallar. Asi incontables veces, hasta que en uno de los cruces los dos trenes chocaron y penetraron uno dentro de otro en un terrible estrepito de hierros y cristales destrozados. Yo senti que mi cuerpo entraba en el de Lucilo Benitez y que su cabeza sustituyo a la mia, llenandose de agujeros como los del queso gruyere. La vi derretirse en una masa blanduzca, llena de sangre, que chorreaba por la ventanilla. El estruendo me desperto. Me fui incorporando con lentitud infinita en la masa de tierra y de polvo del desmoronamiento, tosiendo, al borde de la asfixia.

Por el cambio de luz comprobe que habia dormido varias horas. Acaso un dia entero. Un dia y una noche. No lo se.

Tercera parte

1

Tengo que retroceder aun. Retroceder siempre. Toda huida es siempre una fuga hacia el pasado. El ultimo refugio del perseguido es la lengua materna, el utero materno, la placenta inmemorial donde se nace y se muere.

En medio de la hirviente oscuridad salpicada de luna, me dio el saludo de entrada el portoncito trasero con sus tres chirridos constipados de orin.

– ?De donde vienes? -pregunto, indiscreto como siempre.

– De por ahi… De ver cosas…

Eche una larga meada sobre sus costillas de palo para descargar el

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