Alli estaban los tres, apartados en la penumbra del traqueteante vagon, riendose a mandibula batiente como los demas pasajeros. Unidos en la misma turbia, morbosa excitacion que las monerias eroticas habian desatado.

14

El miedo instintivo, aun en los que no conocian a los execrables personajes, creaba alrededor de ellos un vacio hechizado que nadie se animaba a franquear.

Lo primero que se me ocurrio fue que los tres grandes popes de la Tecnica no me hacian el honor de venir personalmente a capturarme. Eso resultaba totalmente absurdo en el escalon de las jerarquias y funciones policiacas.

Ellos no iban en busca de los delincuentes politicos. Se los traian servidos en bandeja para el trabajo de fondo en el aquelarre de la camara de torturas.

Yo debia intentar, de alguna manera, hablar con ellos. Oculto en mi espectral condicion, puesta a prueba con exito varias veces, debia averiguar que se proponian con este insolito viaje en el tren tortuga.

Superado el sincope, me invadio una sensacion de seguridad, de inmunidad casi absolutas, ante esos bestiales figurones del averno de la Tecnica, que afectaban forma humana y hasta un aire sonriente y bonachon. Por lo menos, en Kururu-pire y Sapriza.

La ferrea mascara de Hellman (a) Himmler no mitigo en ningun momento su depravada catadura.

?Que hacian estos hombres en este tren? ?Que se traian entre manos?

Ellos disponian de poderosos automoviles y hasta de helicopteros. Los mismos desde los cuales eran arrojadas las victimas, aun vivas, sobre las selvas, cuando no eran «empaquetadas» y enterradas en baldios y hasta en los jardines de mansiones de familias enemigas del regimen como macabros presentes.

15

Mas de una vez las miradas de Lucilo Benitez se cruzaron con las mias. Fingio no reconocerme. O quizas efectivamente no me reconocio. De esto no me consideraba del todo seguro.

Lucilo Benitez, alias Kururu-pire, debia suponer que yo estaba sepultado en el desmoronamiento como los otros fugados. Pero no podia estar enterado todavia de que yo era el unico sobreviviente, salvado por azar del derrumbe.

Salvo que los tecnicos de la policia hubiesen desmontado ya el profundo y estrecho tunel, y que el recuento de los cadaveres hubiese arrojado la falta de uno.

16

Debia considerar todas las variantes posibles; situarme en el punto de vista, casi omnisciente, de los torturadores.

?A que atribuir el especial privilegio de este «encuentro», si no se debia a una mera y casi inverosimil jugada del azar?

Me negaba a admitir en aquel momento que los tres sicarios mayores de la Tecnica me hubiesen reconocido.

En la logica demoniaca de la represion, esto era casi imposible.

Es sabido y esta comprobado que los torturadores nunca olvidan ni el rostro ni los nombres de sus victimas.

Estos tres expertos destazadores anadian a su fama otra no menos taumaturgica: la memoria indeleble, fotografica, de los cuerpos que destruian, de los nombres que borraban del mundo de los vivos, de los destinos familiares que descuajaban en los humedos sotanos de la camara de torturas.

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Yo debia aferrarme con unas y dientes al hecho increible de que mi torturador no me habia reconocido. En mi vida a salto de mata por las praderas del azar habia ensayado, casi siempre con exito, esta facultad, en cierto modo paranormal, de hacerme invisible, o por lo menos de pasar inadvertido de la gente a quien no queria ver o que deseaba que no me viera.

En mi caso, se sumaba a mi favor el hecho de que «tecnicamente» yo estaba muerto y enterrado bajo las toneladas de tierra del desprendimiento.

Un torturador no puede admitir que viaja por casualidad en compania de un fugitivo dado por muerto. Y menos aun que el azar los hubiese reunido en una carambola diabolica.

Estaba claro que ellos no habian subido al tren sabiendo de antemano que yo iba a embarcarme en la diminuta y lenta antigualla.

Un torturador nada sabe del calculo de probabilidades, del universo matematico de los grandes numeros, de sutilezas estadisticas.

No cree en el azar, pero si cree en Dios a pie juntilla, o en la potencia politica a la que sirve con religioso fanatismo.

Pense que el azar solo es posible porque existe el olvido. El azar repite sus jugadas, solo que de manera diferente cada vez. Olvidar sus variantes es igual a no conocer sus leyes, probablemente las mas rigurosas que rigen los movimientos del universo.

?Quien puede jactarse de andar como guiado por un hilo por este laberinto inescrutable, velado de espeso polvo matematico?

Los sicarios -uno de ellos sobre todo- no podian haberme olvidado. Los descolocaba solo la fractura de espacio y de tiempo en que mi presencia estaba instalada, en un recodo de laberinto fantasmal.

Me pensaban sepultado en el socavon hacia diez dias. No me imaginaban viajando con ellos en un tren tan viejo como el pais y tan destartalado como el.

De haberme reconocido, Lucilo Benitez (a) Kururu-pire no habria podido dar credito a tal espejismo, semejante a una brujeria, que disminuia y anulaba su poder.

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