un juguete tan maravilloso. Apreto el boton y la musiquilla hizo bailar al muneco. De vez en vez, entre las alegres notas del rigodon, se oyeron unos extranos chasquidos: “?Prrrip!… ?Prrrip!… ?Prrip, prip!… ?Prrrripl”…
ESPACIO VITAL
Lo peor era que aquello estaba ocurriendo en las noches mas humedas y pegajosas de agosto.
Intentaba conciliar el sueno manteniendo la ventana abierta de par en par. Pero aun asi, junto con los ruidos nocturnos y las vaharadas de calor humedo que subian desde la calle, los recuerdos se convertian en sensaciones y se encontraba de nuevo frente a la mesa de marmol, la luz cegadora de las lamparas fluorescentes sobre su cabeza… y el hedor insoportable de los cuerpos putrefactos. Y la sangre, sobre todo la sangre: pegajosa, medio coagulada, entremezclada con pelos rubios y fragmentos de cerebro, convirtiendo las cabezas destrozadas en guinapos negruzcos de forma indescriptible.
Dio una vuelta en la cama y sintio nauseas. Imposible dormir. A lo lejos, el viejo reloj de la Universidad dio cuatro campanadas. Se levanto y tomo un somnifero. Pero sabia que, si las otras noches le habian hecho efecto las pastillas, esta noche seria inutil. Trato de quedarse quieto durante diez minutos, pero le era imposible relajarse. Se dio la vuelta, encendio la luz junto a la mesilla de noche y busco los cigarrillos. El humo corrio caliente por su garganta, y los pies, en contacto con el suelo, refrescaron su cerebro embotado por el insomnio.
Cuando sono el telefono ya habia adivinado que el comisario Kraut estaba al otro lado. Y sabia tambien por que le llamaba. Las piernas le temblaban cuando descolgo el auricular y sintio en su garganta el gusto dulzon de la nausea, otra vez.
– Lebeau… -dijo, con un hilo de voz.
– Hola, doctor… Aqui Kraut… Le necesitamos.
– Ha… ha sucedido otra vez, ?verdad?
– Si…
– Como las otras veces…
– Exactamente igual… Bien, de todos modos, solo le llamaba por avisarle… Si prefiere usted hacer la autopsia manana temprano…
– No… En cualquier caso, no podia dormir. Voy ahora mismo…
– Esta bien. Le esperare…
Mientras se vestia, el doctor Lebeau maldijo el dia y la hora en que tuvo la humorada de pedir plaza de medico forense adscrito a la comisaria del barrio de la Universidad. Ciertamente, las cosas no habian ido mal hasta entonces. Lo clasico: contusiones, informes, alguna que otra autopsia y un continuo experimentar sobre la psicologia de los delincuentes, aunque aquella no era su labor especifica. Pero ahora, desde que aparecio el primer cadaver con el craneo destrozado a golpes, una semana antes, su cargo se habia convertido en una constante pesadilla. Desde entonces, la vision de aquellos cadaveres se habia repetido hasta cuatro veces; hoy era la quinta. Y siempre habia sucedido igual, como si cada uno de los cuatro crimenes misteriosos no hubiera sido mas que un calco del primero. Siempre se habia tratado de hombres de la misma edad aproximada: unos treinta anos. Musculosos, de mas de uno ochenta de estatura y cabellos rubios. Sus rostros habian sido siempre imposibles de identificar, pero Lebeau habria jurado que los cuatro hombres, cuando vivian, se parecian como gotas de agua. En cualquier caso, sus cuerpos eran muy semejantes y la extrana senal tatuada sobre el antebrazo era identica en cada uno de ellos. Los cuatro habian sido hallados en los estercoleros que rodeaban los antiguos edificios de los servicios de la Universidad, ahora abandonados. Y todos ellos mostraban senales de haber sido asesinados entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas antes de su hallazgo por la patrulla de seguridad nocturna. Sobre sus ropas no se habia encontrado ningun documento o papel que pudiera arrojar la menor luz sobre su personalidad, pero esas ropas, de buena calidad, aunque de corte bastante burdo, daban la impresion de que sus propietarios habian sido en vida hombres con dinero pero sin tiempo para procurarse un buen sastre.
Lebeau no pudo reprimir una sonrisa al descubrirse con semejante pensamiento. ?Estaba en contacto con cadaveres horriblemente destrozados y se le ocurria recordar unas caracteristicas absurdas que, en todo caso, unicamente podrian haber interesado a la policia! A el le habria bastado con certificar, una vez mas, que la causa de la muerte se debia a la destruccion total del craneo, con aplastamiento de la masa cerebral y de todos los organos vitales. Y ahora, otra vez: la quinta.
El aire de la noche entrando por la ventanilla de su automovil le despejo y, por unos momentos, le hizo pensar que la cosa no era tan grave. Hasta se rio un poco de si mismo, por las horas de insomnio que le habia estado costando aquella ristra de muertos espantosos. Luego, subiendo las escaleras blancas que conducian a su departamento, se sorprendio a si mismo silbando una cancioncilla. El somnifero le habia servido de sedante y, si no le habia permitido dormir, al menos le ayudaria a mantener firme el pulso cuando tuviera que empunar el bisturi.
El pasillo estaba totalmente iluminado y, al fondo, en la antesala del cuarto de autopsias, vio sentada la figura oscura y rechoncha del comisario Kraut. El comisario se levanto al oir sus pasos y trato de sonreir a traves de aquella palidez verdosa que proclamaba la vision desagradable que habia tenido que soportar algun tiempo antes. Los dos hombres se estrecharon las manos como automatas.
– Gracias por haber venido…
– No tiene importancia. De todos modos, no lograba dormir…
– Yo tampoco, Lebeau…
– ?Alguna cosa especial?
– Nosotros no hemos descubierto ninguna… Todo es exactamente igual que las otras veces, al parecer. Todo.
El auxiliar sanitario se acerco al forense, le ayudo a quitarse la chaqueta y comenzo a ponerle la bata verde.
– Pero tendran ustedes algun indicio.
– Ojala… Hasta ahora, nada. Hemos movilizado a las comisarias de todo el pais, dando los datos que hemos podido reunir. En ninguna parte se ha notado la desaparicion de nadie que responda a las caracteristicas de… nuestros hombres. Y ese era el unico metodo que teniamos para haber hecho algun progreso. Ni siquiera la policia de fronteras ha registrado desde hace un ano ninguna entrada de nadie que pudiera tener las caracteristicas de estos…
Y, al decirlo, senalo con el pulgar a sus espaldas, hacia la puerta que daba entrada al cuarto de las autopsias. Lebeau se puso lentamente los guantes de goma y se ajusto el bonete verde y la mascara. Luego se volvio al auxiliar, que le miraba con ojos casi suplicantes. El forense sonrio y le dio una amistosa palmada en el hombro.
– ?Animo, muchacho!… Es el oficio…
– Ya se, doctor. Pero de todos modos…
El comisario trato de reir ante el asco de aquel rostro que parecia acostumbrado a las visiones mas horripilantes. Pero la mirada del viejo auxiliar le corto la risa. El hombre dio un paso hacia el comisario, casi con odio.
– No se ria… Usted ha terminado de mirar… eso. Nosotros empezamos ahora…
– Vamos, Fred, si quieres, te sustituyo…
– Si lo dijera usted en serio…
– No. No lo digo en serio. Perdona…
Lebeau y Fred cruzaron sus miradas. Tenian que ir. El medico avanzo con paso firme hacia la puerta del cuarto de autopsias. Fred le siguio, remolon y, unos pasos antes de la puerta, se adelanto para abrirsela a su jefe y dejarle paso. Lebeau se detuvo en el umbral. El cuarto estaba fuertemente iluminado con la luz blanca de los tubos fluorescentes, que parecian reverberar en los azulejos de las paredes. Daba sensacion de frio y, sin embargo, al entrar, el olor caliente del formol mezclado con el dulzon de la carne putrefacta le volvio a la horrible realidad de lo que tenia que hacer. Y alli, sobre la losa de marmol, estaba aquello. Otra vez.