A las seis y media de la madrugada, las nubes acumuladas durante el calor asfixiante de la noche habian cubierto totalmente el cielo, retrasando el alba y tinendo las calles del barrio universitario con sombrios ocres. Lebeau dejo su coche frente a la entrada de la comisaria de policia y regreso a pie, para aprovechar el frescor de la madrugada. El barrio estaba a aquellas horas casi enteramente desierto y, cuando abandono la calleja en la que estaba enclavado el puesto policial, y por la cual llegaban las parejas de agentes de la vigilancia nocturna de regreso al reten, se encontro solo entre aquellas casas que, en su mayor parte, eran pensiones destinadas a estudiantes y que ahora, en epoca de verano, se encontraban casi totalmente abandonadas.
Sentia la necesidad absoluta de estar solo, de recorrer despacio las callejas desiertas y olvidar, si podia, el espectaculo que habia vivido unos momentos antes y que, despues de haberse repetido por quinta vez en una semana, se estaba convirtiendo en una obsesion imposible de rechazar de la mente.
Aquello tenia que ser obra de un odio total, un odio que el pensamiento de Lebeau no lograba alcanzar en su absoluta integridad. Unicamente un odio mas alla de toda medida humana podia ensanarse de aquel modo con sus victimas, hasta deshacer en ellas el mas remoto recuerdo de lo que habian sido en vida. Aquellos craneos destrozados clamaban en la cabeza del forense con gritos de rabia. El asesino, quienquiera que fuese, habia borrado brutalmente del mundo a aquellos seres, haciendolos desaparecer y convertirse unicamente en una incompleta ficha policial. Ni rastro de quienes fueron, ni el recuerdo de alguien que pudiera conocer siquiera a uno de ellos, ni una fotografia que les representase en vida, ni un nombre. Nada, absolutamente nada, como si nunca hubieran existido, como si desde el principio del mundo hubieran sido unicamente unos cadaveres putrefactos, destrozados, irreconocibles. La unica pista -si es que pista podia llamarse a aquel indicio sin pies ni cabeza- era la comunidad de aquellos hombres, la caracteristica fisica que los hermanaba: aquella estatura superior, aquella pelambre rubia apenas entrevista entre la sangre coagulada, su edad… y el modo como habian sido asesinados.
Sumido en sus pensamientos, Lebeau apenas se dio cuenta de la figura pequena y atletica que avanzaba lentamente unos pasos delante de el y que se detenia al escuchar los suyos. Tal vez por eso, tuvo un sobresalto involuntario al oirse llamar por su nombre:
– Buenos dias, doctor Lebeau…
La voz timida y apagada del hombrecillo le hizo volver en si. Ante el estaba sonriendo, arrugada su nariz aguilena y brillante el craneo rapado a la apagada luz del amanecer. Lebeau trato de plegarse a la realidad y sonrio con una mueca cansada.
– Buenos dias…
– Temprano se levanta usted, doctor…
Lebeau no pudo contener ahora una sonrisa.
– ?Y usted, profesor Braunstein?… Yo vengo de trabajar…
– Bien, yo voy ahora…
Echaron a andar los dos hombres por la acera, despacio, hacia la plaza de la Universidad. El profesor Braunstein trato de adaptar su paso corto a las zancadas lentas de Lebeau. El viejo tenia ganas de charla, no cabia duda.
– Da gusto entregarse en verano al trabajo, doctor… Ahora es mucho mas fructifero, porque no tiene uno que estar pendiente de los muchachos que preguntan y preguntan y no dejan de preguntar en todo el dia… Ahora me encierro en el laboratorio y el tiempo es mio… ?Totalmente mio!
– ?Y no se toma usted vacaciones, profesor?…
– ?Vacaciones?… ?Quiere usted mas vacaciones que estar haciendo lo que uno desea?… ?Estas son mis vacaciones!…
Lebeau fijo su mirada franca en el anciano pequeno y musculoso que caminaba a pasitos rapidos a su lado. Sentia simpatia por aquel antiguo exiliado judio que se habia adaptado como un guante a la vida universitaria de la vieja ciudad. Sentia simpatia por el y sabia que era el idolo de sus alumnos y uno de los cerebros importados mas valiosos del pais. Mas de una vez el profesor Braunstein habia tenido que interrumpir sus clases universitarias para incorporarse a alguna tarea especial encargada por el Gobierno, pero sabia igualmente que el viejo Braunstein solo se sentia feliz entre las paredes de su laboratorio de fisica, al que el propio Gobierno habia dotado de todos los adelantos que el viejo profesor tuvo la ocurrencia de pedir. Si, sin duda el Gobierno sabia que cualquier capricho de Braunstein era una buena inversion en el futuro, aunque ignorase absolutamente el destino que Braunstein daria a cada nueva instalacion. En el fondo, Lebeau envidiaba al profesor, con una envidia sana que no era mas que reconocimiento de sus propias limitaciones profesionales.
Ahora, al fijar su mirada en el rostro de Braunstein, se dio cuenta de las contusiones y verdugones que surcaban su mejilla y se extrano.
– ?Que le ha ocurrido, profesor?
– ?Lo dice usted por esto? -pregunto a su vez el viejo, senalando las cicatrices-. Nada… Gajes del oficio. Hay veces que los electrones causan mas dano que un sadico…
– ?Pues que esta usted haciendo ahora? -volvio a preguntar Lebeau, mas curioso.
Braunstein levanto hacia el unos ojillos ironicos sin malicia. La pregunta debio parecerle tan ingenua como dificil la contestacion a un profano. Lebeau se dio cuenta y trato de suplir su falta de tacto.
– Perdone, profesor. Me imagino que, aunque usted accediera a contarmelo, para mi seria como si me hablase en sanscrito.
– ?No, por que!… En el fondo, los trabajos de fisica son sencillos de comprender… Lo dificil es el metodo, los pasos que hay que dar hasta conseguir lo que uno se propone… Y aun entonces… se equivoca uno tantas veces…
– Eso forma parte de la experiencia…
– Naturalmente… Pero a veces, una equivocacion puede resultar fatal… Mire, si no… -y se senalaba con el dedo las cicatrices amoratadas de su cara.
Dejo pasar unos segundos, mirando a Lebeau con una expresion de lastima y luego trato de animarle.
– No crea que todo son rosas en mi profesion, doctor… Tambien usted tendra sus satisfacciones, supongo…
Lebeau le miro asombrado. ?Satisfacciones, el!… La vision de los craneos destrozados volvio a subirle garganta arriba con su sabor dulzon de nausea. Se llevo la mano a la boca, para contenerla. Braunstein se dio cuenta de que algo no marchaba bien en el animo de Lebeau y le golpeo amistosamente en un hombro.
– Y los momentos malos son para todos, tambien…
El forense le miro asombrado.
– ?Como sabe que?…
Braunstein solto una risa aguda.
– Es usted muy mal simulador, doctor… -y se puso serio inmediatamente para anadir-. ?Pero usted deberia mirar mas alla de sus propios momentos desagradables!… Esta usted sirviendo a la justicia y todavia en el mundo la justicia es lo mas importante para que podamos seguir viviendo… Yo, en cierto sentido, soy deudor de usted…
– No le entiendo…
– ?Naturalmente!… Si la justicia no existiera, ?cree que habria lugar para el progreso, para la investigacion, para seguir cada dia unos pasos mas adelante?…
– No lo se. Supongo que tiene usted razon, profesor… Pero hay veces que el servicio de la justicia nos lleva a pensar que el mundo es mucho mas brutal de lo que cabria suponer desde fuera…
– ?Bah!… Piense usted lo que seria el mundo si cada ciudadano tuviera que implantar la justicia por si mismo… Afortunadamente, eso ocurre pocas veces…
Las ultimas palabras habian sido dichas en un tono que a Lebeau le sono extrano.
– ?Pocas veces, profesor?…
– Muy pocas… Ya ha pasado el tiempo de las incredulidades. Hoy, la policia esta preparada para entenderlo casi todo. El ciudadano, generalmente, puede confiar en ella con la seguridad de que sera comprendido…
– Pero cree usted que hay excepciones -y Lebeau, al afirmarlo, fijo su mirada en los ojillos ahora huidizos del profesor.
Braunstein se dio cuenta y se encogio de hombros.
– Algunas habra, supongo…