– ?Recuerdas cuando dije a Ted Koppel que al cabo de muy poco tiempo alguien tendria que limpiarme el culo? -me dijo.
Yo me rei.
– Un momento asi no se olvida.
– Bueno, pues creo que se acerca ese dia. Eso si que me preocupa.
– ?Por que?
– Porque es el sintoma definitivo de la dependencia. Que alguien te limpie el trasero. Pero estoy procurando resolverlo. Estoy intentando disfrutar del proceso.
– ?Disfrutar del proceso?
– Si. Al fin y al cabo, volvere a ser un nino de pecho una vez mas.
– Es una manera singular de verlo.
– Bueno, ahora tengo que ver la vida de una manera singular. Afrontemoslo. No puedo ir de compras. No puedo ocuparme de las cuentas del banco. No puedo sacar la basura. Pero puedo sentarme aqui, con mis dias menguantes y meditar sobre lo que considero importante en la vida. Cuento con el tiempo y con la lucidez suficientes para hacerlo.
– Asi pues -dije yo, respondiendo de manera reflejamente cinica-, supongo que la clave para encontrar el sentido de la vida es dejar de sacar la basura.
El se rio, y a mi me alivio que lo hiciera.
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Cuando Connie se llevo los platos yo me fije en un monton de periodicos que, evidentemente, habian sido leidos antes de mi llegada.
– ?Te molestas en mantenerte al dia de las noticias? -le pregunte.
– Si -dijo Morrie-. ?Te parece extrano? ?Crees que, como me estoy muriendo, no deberia importarme lo que pasa en este mundo?
– Tal vez.
Suspiro.
– Quizas tengas razon. Quizas no debiera importarme. Al fin y al cabo, no estare aqui para ver en que acaba todo.
»Pero es dificil explicarlo, Mitch. Ahora que estoy sufriendo, me siento mas cerca que nunca de la gente que sufre. La otra noche vi en television a la gente de Bosnia que cruzaba la calle, les disparaban, los mataban, victimas inocentes… y, simplemente, me eche a llorar. Siento su angustia como si fuera la mia propia. No conozco a ninguna de esas personas. Pero… ?como podria expresarlo? Casi me siento… atraido por ellas.»
Se le humedecieron los ojos y yo intente cambiar de tema, pero el se limpio la cara y me hizo callar con un gesto.
– Ahora lloro constantemente -me dijo-. No importa.
Morrie se sono la nariz ruidosamente con el panuelo de papel.
– ?No te molesta que un hombre llore, verdad?
– Claro que no -respondi yo, con demasiada precipitacion.
El sonrio.
– Ay, Mitch, voy a lograr que te desinhibas. Un dia te voy a ensenar que no importa llorar.
– Si, si -dije yo.
– Si, si -dijo el.
Nos reimos los dos, porque el decia eso mismo casi veinte anos atras. Principalmente, los martes. En realidad, los martes habian sido siempre los dias que pasabamos juntos. La mayor parte de mis clases con Morrie tenian lugar los martes, el tenia sus horas de tutoria los martes, y cuando prepare mi tesina, que se baso en buena parte en las sugerencias de Morrie desde el primer momento, nos reuniamos los martes ante su escritorio, o en la cafeteria, o en la escalinata del edificio Pearlman, para repasar el trabajo.
Asi pues, parecia propio que volviesemos a reunirnos un martes, alli, en la casa que tenia delante el falso platano. Cuando me disponia a marcharme, se lo comente a Morrie.
– Somos personas de los martes -dijo el.
– Personas de los martes -repeti yo.
Morrie sonrio.
– Mitch, me preguntaste por que me preocupaba de personas a las que ni siquiera conozco. Pero ?quieres que te diga lo que mas estoy aprendiendo con esta enfermedad?
– ?Que es?
– Que lo mas importante de la vida es aprender a dar amor y a dejarlo entrar.
Su voz se redujo a un susurro.
– Dejarlo entrar. Creemos que no nos merecemos el amor, creemos que si lo dejamos entrar nos volveremos demasiado blandos. Pero un hombre sabio que se llamaba Levine lo expreso certeramente. Dijo: «El amor es el unico acto racional».
Lo repitio con cuidado, haciendo una pausa para producir mayor efecto.
– «El amor es el unico acto racional.»
Yo asenti con la cabeza como un buen alumno y el suspiro debilmente. Me acerque a el para darle un abrazo. Y despues, aunque en realidad no es un gesto tipico de mi, le di un beso en la mejilla. Senti sus manos debilitadas sobre mis brazos, la pelusa de su barba que me rozaba la cara.
– ?Asi que volveras el martes que viene? -susurro.
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