Volviendo a casa aquel dia, en el avion, prepare en un bloc de hojas amarillas una breve lista de asuntos y cuestiones con las que todos tenemos que enfrentarnos, desde la felicidad hasta la muerte, pasando por la vejez y tener hijos. Naturalmente, habia un millon de libros de autoayuda sobre estos temas, y muchos programas de television por cable, y sesiones de consulta a 90 dolares la hora. Los Estados Unidos se habian convertido en un mercado persa de la autoayuda.

Pero, al parecer, todavia no existian respuestas claras. ?Tenemos que cuidar de los demas, o tenemos que cuidar de nuestro «nino interior»? ?Tenemos que volver a los valores tradicionales, o tenemos que rechazar la tradicion por inutil? ?Tenemos que buscar el exito, o la sencillez? ?Tenemos que «simplemente, decir que no» o que «simplemente, hacerlo»? [1]

Lo unico que yo sabia era esto: Morrie, mi viejo profesor, no habia entrado en el negocio de la autoayuda. Estaba en la via del tren oyendo el silbido de la locomotora de la muerte, y tenia muy claras las cosas importantes de la vida.

Yo deseaba aquella claridad. Todas las almas confusas y atormentadas que yo conocia deseaban aquella claridad.

– Preguntame cualquier cosa -decia siempre Morrie.

Asi que yo escribi esta lista:

La Muerte

El Miedo

La Vejez

La Codicia

El Matrimonio

La Familia

La Sociedad

El Perdon

Una Vida con Sentido

Yo llevaba la lista en mi bolsa cuando regrese a West Newton por cuarta vez, un martes a finales de agosto en que no funcionaba el aire acondicionado en la terminal del aeropuerto Logan y la gente se abanicaba y se secaba con rabia el sudor de la frente, y todas las caras que yo veia daban la impresion de estar dispuestas a matar a alguien.

Al comienzo de mi ultimo ano, he cursado tantas asignaturas de sociologia que solo me faltan unos pocos creditos para licenciarme. Morrie me sugiere que redacte una tesina.

– ?Yo? -le pregunto- ?De que podria tratar?

– ?Que te interesa?-me pregunta el.

Nos devolvemos mutuamente la pelota hasta que nos decidimos por fin por los deportes, ni mas ni menos. Emprendo un proyecto de todo un ano sobre el modo en que el futbol americano se ha convertido en los Estados Unidos en un ritual, en casi una religion, en un opio del pueblo. No tengo ni idea de que con ello me estoy preparando para mi futura carrera profesional. Lo unico que se es que me permite pasar otra serie de sesiones semanales con Morrie.

Y, con su ayuda, en la primavera tengo una tesina de ciento doce paginas, bien preparada, anotada, documentada, y encuadernada elegantemente en piel negra. Se la enseno a Morrie con el orgullo de un jugador de

beisbol de la liga infantil que recorre las bases para anotarse su primera carrera.

– Felicidades -dice Morrie.

Yo sonrio mientras el la hojea, y recorro su despacho con la mirada. Las estanterias de libros, el suelo de madera, la alfombra, el sofa. Pienso para mis adentros que me he sentado en casi todos los sitios donde es posible sentarse en esta habitacion.

– No se, Mitch-dice Morrie pensativamente, ajustandose las gafas mientras lee-; con trabajos como este, quizas tengamos que hacerte volver para que curses estudios de postgrado.

– Ya, ya -digo yo.

Yo me rio por lo bajo, pero la idea me parece atractiva por un momento. Una parte de mi tiene miedo de dejar la universidad. Otra parte de mi quiere desesperadamente marcharse. La tension de los opuestos. Contemplo a Morrie mientras lee mi tesina y me pregunto como sera el ancho mundo alli fuera.

El audiovisual, segunda parte

El programa «Nightline» habia emitido un segundo reportaje sobre Morrie, debido en parte a la buena acogida que habia tenido el primero. En esta ocasion, cuando entraron por la puerta los camaras y los productores, ya se sentian como si fueran de la familia. Y el propio Koppel estaba apreciablemente mas afable. No hubo ningun proceso de tanteo, ninguna entrevista antes de la entrevista. Como toma de contacto, Koppel y Morrie se contaron mutuamente cosas de su infancia: Koppel hablo de como se habia criado en Inglaterra, y Morrie de como se habia criado en el Bronx. Morrie llevaba una camisa azul de manga larga -tenia frio casi siempre, hasta cuando hacia treinta y dos grados al aire libre-, pero Koppel se quito la chaqueta e hizo la entrevista con camisa y corbata. Era como si Morrie lo fuera desmembrando, quitandole las capas de una en una.

– Tienes buen aspecto -dijo Koppel cuando empezaron a rodar las camaras.

– Eso me dicen todos -dijo Morrie.

– Pareces animado.

– Eso me dicen todos.

– Entonces, ?como sabes que las cosas marchan cuesta abajo?

Morrie suspiro.

– Nadie puede saberlo…, Ted. Pero yo lo se.

Y cuando siguio hablando, salto a la vista. Ya no agitaba las manos para recalcar sus palabras con tanta libertad como lo habia hecho en la primera conversacion entre ambos. Le costaba trabajo pronunciar ciertas palabras: parecia que el sonido de la letra ele se le atascaba en Ja garganta. Al cabo de algunos meses, quizas no fuera capaz de hablar en absoluto.

– Te dire como marchan mis emociones -dijo Morrie a Koppel-. Cuando hay aqui gente y amigos, estoy muy animado. Las relaciones de amor me sostienen.

– Pero hay dias en que estoy deprimido. No quiero enganarte. Veo que pierdo algunas cosas y tengo una sensacion de temor. ?Que voy a hacer sin mis manos? ?Que va a pasar cuando no pueda hablar? Lo de tragar no me preocupa tanto: me daran de comer por un tubo, ?y que? Pero ?y mi voz? ?y mis manos? Son una parte muy esencial de mi. Hablo con mi voz. Hago gestos con las manos. Asi es como doy algo a las personas.»

– ?Como les daras algo cuando ya no puedas hablar? -le pregunto Koppel.

Morrie se encogio de hombros.

– Quizas pida que todos me hagan preguntas que pueda responder con un «si» o

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