En el periodico que esta cerca de su sillon hay una foto del lanzador de un equipo de beisbol de Boston que sonrie despues de haber ganado el partido sin que marcara el equipo contrario. Pienso para mis adentros que, con todas las enfermedades que existen, Morrie ha tenido que contraer una que lleva el nombre de un deportista.

– ?Te acuerdas de Lou Gehrig? -le pregunto.

– Recuerdo su despedida en el estadio.

– ?Asi que recuerdas su frase famosa?

– ?Cual?

– Vamos. La de Lou Gehrig. «El orgullo de los Yankees». El discurso que resono por los altavoces.

– Recuerdamelo -dice Morrie-. Repite el discurso.

Oigo por la ventana abierta el ruido de un camion de la basura. Aunque hace calor, Morrie lleva una camisa de manga larga, una manta sobre las piernas, tiene la piel palida. La enfermedad lo posee.

Levanto la voz e imito a Gehrig, como si las palabras retumbasen por las tapias del estadio:

– Hoooy… siento que soooy… el hombre mas afortunadooo… sobre la faz de la tierra…

Morrie cierra los ojos y asiente despacio con la cabeza.

– Si. Bueno. Yo no he dicho eso.

El quinto martes

Hablamos de la familia

Era la primera semana de septiembre, la semana de la vuelta a las clases, y tras treinta y cinco otonos consecutivos a mi viejo profesor no lo esperaba una clase en un campus universitario. Boston estaba abarrotado de estudiantes que aparcaban en doble fila en las calles secundarias, que descargaban sus equipajes. Y Morrie estaba alli, en su despacho. Parecia fuera de lugar, como los jugadores de futbol americano que se retiran por fin y que tienen que enfrentarse a aquel primer domingo en su casa, viendo la television y pensando yo podria hacer eso aun. A lo largo de mis relaciones con esos jugadores he aprendido que es mejor dejarlos en paz cuando empieza la temporada otra vez. No hay que decirles nada. Pero, por otra parte, no me hacia falta recordar a Morrie que se le acababa el tiempo.

Para grabar nuestras conversaciones, habiamos descartado los microfonos de mano, porque a Morrie le costaba demasiado trabajo sujetar nada durante tanto tiempo, a favor de los microfonos miniatura que suelen utilizar los presentadores de television. Estos microfonos se pueden sujetar en el cuello o en la solapa de la ropa. Naturalmente, como Morrie solo llevaba camisas de algodon blando que le caian sueltas sobre su cuerpo que se encogia cada vez mas, el microfono se hundia y se agitaba y yo tenia que acercarme a ajustarlo con frecuencia. Aquello parecia gustarle a Morrie, pues asi yo me acercaba a el, al alcance de sus brazos, y su necesidad de afecto fisico era mas fuerte que nunca. Cuando yo me inclinaba sobre el, oia su respiracion trabajosa y su tos debil, y chascaba suavemente los labios antes de tragar.

– Bueno, amigo mio -dijo-, ?de que hablamos hoy?

– ?Que te parece si hablamos de la familia?

– De la familia.

Reflexiono un momento.

– Bueno, ya ves a la mia, a mi alrededor.

Indico con la cabeza las fotos de las estanterias, en las que se veia a Morrie de nino con su abuela; a Morrie de joven con su hermano, David; a Morrie con su mujer, Charlotte; a Morrie con sus dos hijos, Rob, que era periodista en Tokio, y Jon, que era informatico en Boston.

– Creo que, a la luz de lo que hemos estado hablando todas estas semanas, la familia resulta mas importante todavia -dijo.

»La verdad es que la gente de hoy no tiene cimientos, no tiene una base segura, si no es la familia. Me ha quedado muy claro desde que estoy enfermo. Si no tienes el apoyo, el amor, el carino y la dedicacion que te ofrece una familia, no tienes gran cosa. El amor tiene una importancia suprema. Como dijo nuestro gran poeta Auden, «amaos los unos a los otros o perecereis». Yo lo anote.

– «Amaos los unos a los otros o perecereis.» ?Lo dijo Auden?.

– «Amaos los unos a los otros o perecereis.» -dijo Morrie- Es bueno ?verdad? Y es muy cierto. Sin amor, somos pajaros con las alas rotas.

»Supon que yo estuviera divorciado, o que viviera solo, o que no tuviera hijos. Esta enfermedad, lo que estoy pasando, seria mucho mas duro. No estoy seguro de que pudiera soportarlo. Claro que vendria gente a visitarme: amigos, companeros, pero no es lo mismo que tener a alguien que no se va a marchar. No es lo mismo que tener a alguien que sabes que te tiene el ojo encima, que te esta observando todo el tiempo.»

»Esto es parte de lo que es una familia, no es solo amor, sino tambien hacer saber a los demas que hay alguien que esta velando por ellos. Es lo que yo echaba tanto en falta cuando murio mi madre, lo que yo llamo «la seguridad espiritual» de uno: saber que tu familia estara alli, velando por ti. Nada en el mundo te dara eso. Ni el dinero. Ni la fama.

Me echo una mirada.

– Ni el trabajo -anadio.

La creacion de una familia era una de las cuestiones que aparecian en mi pequena lista: una de las cosas que uno quiere hacer bien antes de que sea demasiado tarde. Hable a Morrie del dilema de mi generacion a la hora de decidir tener hijos o no, como soliamos pensar que nos ataban, que nos convertian en esas cosas llamadas «padres» que no queriamos ser. Reconoci que yo mismo compartia algunos de estos sentimientos.

Pero cuando miraba a Morrie me preguntaba si, estando en su lugar, a punto de morir, y si no tuviera familia, ni hijos, ?no seria insoportable el vacio? El habia criado a sus dos hijos ensenandolos a amar y a querer, y, como el propio Morrie, ellos no sentian timidez a la hora de expresar su afecto. Si el lo hubiera deseado, ellos habrian dejado todo lo que tuvieran entre manos para pasar junto a su padre cada minuto de sus ultimos meses. Pero el no queria aquello.

– No interrumpais vuestras vidas -les dijo-. De lo contrario, esta enfermedad nos habra estropeado la vida a los tres en vez de a uno.

De este modo, aun muriendose, manifestaba su respeto por los mundos de sus hijos. No es de extranar que cuando se sentaban a su lado se produjera una catarata de afecto; se intercambiaban muchos besos y ellos se agachaban junto a la cama cogiendole de la mano.

– Cuando alguien me pregunta si debe tener hijos o no, yo no digo nunca lo que debe hacer -decia ahora Morrie, contemplando una foto de su hijo mayor-. Le digo, sencillamente: «No hay experiencia igual a tener hijos». Eso es todo. No se puede sustituir por nada. No se puede hacer con un amigo. No se puede hacer con una amante. Si quieres tener la experiencia de ser completamente responsable de otro ser humano y de aprender a amar y a estrechar lazos de la manera mas profunda, entonces debes tener hijos.

– Entonces, ?volverias a tenerlos? -le pregunte.

Eche una mirada a la foto. Rob estaba besando a Morrie en la frente, y Morrie se

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