reia con los ojos cerrados.

– ?Que si volveria a tenerlos? -me dijo, con aire de sorpresa-. Mitch, no me habria perdido esa experiencia por nada. Aunque…

Trago saliva y dejo la foto en su regazo.

– …aunque hay que pagar un precio doloroso -dijo. -Porque los vas a dejar. - Porque los voy a dejar pronto.

Fruncio los labios, cerro los ojos, y yo vi caer la primera lagrima por su mejilla.

– Y ahora -susurro-, habla tu.

– ?Yo?

– De tu familia. Conozco a tus padres. Los conoci hace anos, el dia de la graduacion. Tambien tienes una hermana, ?verdad?

– Si -dije.

– Mayor, ?verdad?

– Mayor.

– Y un hermano, ?no es asi?

Asenti con la cabeza.

– ?Menor?

– Menor.

– Como yo -dijo Morrie-. Tambien tengo un hermano menor.

– Como tu -dije yo.

– Asistio tambien a tu graduacion, ?verdad?

Parpadee, y vi mentalmente a todos nosotros alli reunidos, dieciseis anos atras, el sol calido, las togas azules, entrecerrando los ojos mientras nos estrechabamos con los brazos y posabamos para hacernos fotos de Instamatic, y alguien decia: «A la una, a las dos, a las treeees…»

– ?Que pasa? -dijo Morrie advirtiendo mi silencio repentino-. ?En que estas pensando?

– En nada -dije yo, cambiando de tema.

La verdad es que yo tengo, en efecto, un hermano, un hermano rubio, de ojos castanos, dos anos menor que yo, tan diferente de mi y de mi hermana, que tiene el pelo oscuro, que soliamos hacerle rabiar diciendole que unos desconocidos lo habian dejado en la puerta de la casa cuando era recien nacido.

– Y un dia volveran por ti -le deciamos. El lloraba cuando le deciamos esto, pero se lo deciamos igual.

Se crio como se crian muchos hijos mas pequenos, mimado, adorado, y atormentado interiormente. Sonaba con ser actor o cantante; volvia a reproducir, sentado a la mesa cuando cenabamos, las peliculas que habia visto en la television, representando todos los papeles, mientras su sonrisa luminosa casi se le saltaba de los labios. Yo era el buen estudiante, el era el malo; yo era obediente, el transgredia las reglas; yo me abstenia de las drogas y del alcohol, el probaba todo lo que se podia meter en el cuerpo. Poco despues de terminar los estudios secundarios se fue a vivir a Europa, pues preferia el estilo de vida mas informal que habia encontrado alli. Pero siguio siendo el favorito de la familia. Cuando visitaba la casa familiar, yo me solia sentir rigido y conservador en su presencia alocada y divertida.

Con todo lo diferentes que eramos, yo razonaba que nuestros destinos nos lanzarian en direcciones opuestas cuando llegasemos a la edad adulta. Y tenia razon en todos los sentidos menos en uno. A partir del dia en que murio mi tio, yo crei que sufriria una muerte semejante, una enfermedad temprana que acabaria conmigo. Por eso yo trabajaba a un ritmo febril y me preparaba para el cancer. Sentia su aliento. Sabia que se me venia encima. Lo esperaba como el condenado a muerte espera al verdugo.

Y yo tenia razon. Llego.

Pero a mi me respeto.

Ataco a mi hermano.

Era el mismo tipo de cancer de mi tio. De pancreas. Un tipo poco frecuente. Y asi, el mas joven de nuestra familia, con su pelo rubio y sus ojos castanos, tuvo que someterse a la quimioterapia y a las radiaciones. Se le cayo el pelo; la cara se le quedo tan consumida como la de un esqueleto. Tenia que haberme tocado a mi, pensaba yo. Pero mi hermano no era yo y no era mi tio. Era un luchador, y lo habia sido desde sus primeros anos, cuando luchabamos en el sotano y llegaba a morderme atravesando mi zapato con los dientes hasta que yo daba un grito de dolor y lo soltaba.

De modo que el planto cara. Lucho contra la enfermedad en Espana, donde vivia, con la ayuda de un farmaco experimental que no estaba disponible en los Estados Unidos, ni lo esta todavia. Recorrio toda Europa en avion para someterse a tratamientos. Despues de cinco anos de tratamientos, parecia que aquel farmaco iba expulsando al cancer y lo hacia remitir.

Esta era la buena noticia. La mala noticia era que mi hermano no me queria tener a su lado; ni a mi, ni a ninguno de la familia. Por mucho que intentabamos llamarle y visitarle, el nos mantenia a distancia, insistiendo en que su lucha debia realizarla por su cuenta. Pasaban meses enteros sin que oyesemos una sola palabra suya. Los mensajes que dejabamos en su contestador automatico quedaban sin respuesta. A mi me desgarraba el sentimiento de culpabilidad, pues pensaba que deberia estar haciendo algo por el, y me consumia la ira por su negativa a concedernos el derecho a hacerlo.

Asi pues, una vez mas, me sumergi en el trabajo. Trabajaba porque el trabajo lo podia controlar. Trabajaba porque trabajar era razonable y responsable. Y cada vez que llamaba al apartamento de mi hermano en Espana y me respondia el contestador automatico, con la voz de mi hermano hablando en espanol, un indicio mas de cuanto nos habiamos distanciado, yo colgaba y trabajaba un poco mas.

Quizas fuera este uno de los motivos por los que me sentia atraido por Morrie. El me dejaba estar donde mi hermano no queria dejarme estar.

Volviendo la vista atras, quizas Morrie lo supiera todo desde el principio.

Es un invierno de mi infancia, en una cuesta cubierta de nieve de nuestro barrio de las afueras. Mi hermano y yo vamos en el trineo, el arriba, yo debajo. Siento su barbilla en mi hombro y sus pies en mis corvas.

El trineo se desliza con estrepito sobre las placas de hielo. Cogemos velocidad segun vamos bajando la cuesta.

– ?UN COCHE! -chilla alguien.

Lo vemos venir calle abajo, a nuestra izquierda. Gritamos e intentamos apartarnos gobernando el trineo, pero los patines no se mueven. El conductor hace sonar la bocina y pisa el freno, y nosotros hacemos lo que hacen todos los ninos: nos tiramos. Rodamos como troncos, con nuestros anoraks con capucha, por la nieve humeda y fria, pensando que lo primero que nos tocara sera la goma dura de la rueda de un coche. Vamos chillando, «AAAAAAH», y tenemos hormigueos de miedo, dando vueltas y mas vueltas, viendo el mundo del reves, del derecho, del reves.

Y al final, nada. Dejamos de rodar y recobramos el aliento y nos limpiamos de la cara la nieve que gotea. El conductor gira al final de la calle, haciendonos un gesto sacudiendo el dedo. Estamos a salvo. Nuestro trineo ha chocado en silencio con un monton de nieve y nuestros amigos nos dan palmaditas y nos dicen: «guay», y «podiais haberos matado».

Sonrio a mi hermano y nos sentimos unidos por un orgullo infantil. Pensamos que no ha sido tan dificil, y estamos dispuestos a enfrentarnos de nuevo a la muerte.

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