habitual, entonces podras decirte a ti mismo: «Bueno, no es mas que miedo, no tengo que dejar que me controle. Lo veo por lo que es».
Lo mismo pasa con la soledad: te dejas llevar, dejas salir las lagrimas, la sientes por completo, pero al final eres capaz de decir: «Bueno, este ha sido mi momento con la soledad. No tengo miedo a sentirme solo, pero ahora voy a dejar de lado esa soledad y se que hay otras emociones en el mundo, y voy a vivirlas tambien».
– Desligate -volvio a decir Morrie.
Cerro los ojos, y tosio.
Y volvio a toser.
Y volvio a toser, mas fuerte.
De pronto, estaba casi ahogandose, parecia que la congestion de sus pulmones se burlaba de el, saltando hasta media altura, volviendo a caer despues, robandole el aliento. Se ahogaba, despues tosia violentamente y sacudia las manos ante si, con los ojos cerrados, sacudiendo las manos, casi parecia un poseso, y yo senti que la frente se me inundaba de sudor. Tire de el instintivamente hacia delante y le di palmadas en la espalda, y el se llevo un panuelo de papel a la boca y escupio un esputo de flema.
La tos ceso, y Morrie volvio a recostarse entre las almohadas de goma- espuma y absorbio aire.
– ?Estas bien? ?Esta todo bien? -pregunte yo, intentando ocultar mi miedo.
– Estoy… bien -susurro Morrie, levantando un dedo tembloroso-. Espera… un momento, nada mas.
Nos quedamos en silencio hasta que volvio a respirar normalmente. Yo sentia el sudor en mi cuero cabelludo. Me pidio que cerrase la ventana, pues la brisa le daba frio. No le dije que en el exterior hacia una temperatura de veintiseis grados.
Por ultimo, con un susurro, dijo:
– Ya se como quiero morir.
Yo espere en silencio.
– Quiero morir serenamente. En paz. No como lo que acaba de pasar.
»Y aqui es donde entra en juego el desapego. Si me muero en pleno ataque de tos, como el que acabo de tener, tengo que ser capaz de desligarme del horror, tengo que decir: «este es mi momento».
»No quiero dejar el mundo en un estado de miedo. Quiero saber lo que esta pasando, aceptarlo, ir a un lugar en paz y soltarme. ?Me entiendes?»
Asenti con la cabeza.
– No te sueltes todavia -anadi en seguida.
Morrie sonrio de manera forzada.
– No. Todavia no. Todavia nos queda trabajo que hacer.


El profesor, segunda parte
El Morrie que yo conocia, el Morrie que conocian tantos otros, no habria sido el hombre que era si no hubiera pasado unos anos trabajando en un hospital psiquiatrico en las afueras de Washington D. C., un hospital que tenia el nombre enganosamente apacible de Chestnut Lodge, Casa de los Castanos. Era uno de los primeros empleos de Morrie despues de obtener su master y su doctorado en la Universidad de Chicago. Despues de descartar Medicina, Derecho y Empresariales, Morrie habia llegado a la conclusion de que el mundo de la investigacion seria un lugar donde el podria aportar algo sin explotar a los demas.
Morrie fue becado para observar a los pacientes psiquiatricos y registrar sus tratamientos. Esta idea nos parece corriente ahora mismo, pero era revolucionaria en los primeros anos cincuenta. Morrie veia a pacientes que se pasaban todo el dia gritando. A pacientes que se pasaban toda la noche llorando. A pacientes que se hacian las necesidades encima. A pacientes que se negaban a comer, a los que habia que reducir a la fuerza, darles medicamentos, alimentarlos por via intravenosa.
Una paciente, una mujer de mediana edad, salia todos los dias de su habitacion y se tumbaba boca abajo en el suelo de baldosas, se quedaba alli horas enteras, mientras los medicos y las enfermeras pasaban a su lado esquivandola. Morrie lo veia con horror. Tomaba notas, pues para eso estaba alli. Ella hacia lo mismo todos los dias: salia por la manana, se tumbaba en el suelo, se quedaba alli hasta el anochecer, sin hablar con nadie, sin que nadie le hiciera caso. Aquello entristecia a Morrie. Empezo a sentarse en el suelo con ella, hasta a echarse junto a ella, intentando sacarla de su tristeza. Por fin consiguio que se incorporara, e incluso que volviese a su habitacion. Descubrio que lo que mas queria ella era lo mismo que quieren muchas personas: que alguien advirtiera su presencia.
Morrie trabajo cinco anos en Chestnut Lodge. Aunque no estaba bien visto, se hizo amigo de algunos pacientes, entre ellos de una mujer que bromeaba con el hablando de la suerte que tenia ella de estar alli, «porque mi marido es rico, de modo que se lo puede permitir. ?Se imagina que yo tuviera que estar en uno de esos psiquiatricos baratos?»
Otra mujer, que escupia a todas las demas personas, cobro simpatia a Morrie y lo llamaba amigo suyo. Hablaban todos los dias, y el personal se animo, al menos, al ver que alguien habia conectado con ella. Pero un dia se fugo, y pidieron a Morrie que les ayudara a hacerla volver. La encontraron en una tienda proxima, escondida en la trastienda, y cuando entro Morrie ella lo fulmino con una mirada iracunda.
– ?Asi que tu eres tambien uno de ellos? -le dijo con desprecio.
– ?Uno de quienes?
– De mis carceleros.
Morrie observo que la mayoria de los pacientes que estaban ingresados alli habian sido rechazados y despreciados en sus vidas, se les habia hecho sentir que no existian. Tambien echaban de menos la compasion, que era algo que se le acababa en seguida al personal. Y muchos de aquellos pacientes eran gente acomodada, de familias ricas, pero su riqueza no les servia para conseguir la felicidad ni la satisfaccion. El no olvido nunca aquella leccion.

Yo solia decir a Morrie en broma que estaba varado en los anos sesenta. El me